Estrangula a una niña y arroja su cuerpo a un pozo en Bóveda (Lugo)

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Noticia aparecida en el diario EL PROGRESO de Lugo

En la década de los años cincuenta del pasado siglo la provincia de Lugo era un territorio eminentemente rural, cuyos habitantes deseaban huir con destino a los prósperos países europeos. Su ancestral sistema agrícola apenas les proporcionaba poco más que para una ínfima subsistencia. Era un territorio olvidado en el que apenas sucedía nada o casi nada de reseñable interés, que sacase a la provincia de un agradable, humano y hasta entrañable anonimato, al que parecían estar condenados tanto la demarcación provincial como su magnífica capital, de la que todavía no se había explotado la grandeza de su historia más antigua.

Si alguna vez era noticia se debía a algún suceso, como en el caso siguiente, que incluso aparecía reflejado en la primera página del mítico semanario EL CASO y en las páginas de sucesos de los restantes diarios. Un hecho que llevaría al garrote vil a otros que cometieron dos semejantes atrocidades en otros puntos de España, como fue el caso del joven Carlos Soto Gutierrez, que había asesinado a una pastorcilla en Soria, o a Santiago Viñuelas Mañero, que había violado y asesinado a una joven en Palencia, ocurriría en la pequeña localidad de Ribas Pequenas, en el municipio lucense de Bóveda, al sur de la extensa y larga provincia de Lugo, en plena comarca del Val de Lemos.

Este hecho, que consternaría y hasta escandalizaría a una pacífica y tranquila sociedad como la lucense, fue protagonizado por un joven de 29 años, Alberto Duro Barros, en la jornada del 15 de abril de 1957. El muchacho, que trabajaba como criado en la hacienda de una familia que se dedicaba a tareas del campo, llevaba cuatro años en el domicilio del propietario José María Rodríguez, por lo que gozaba de la plena confianza de los dueños de la casa y jamás pudieron desconfiar que cometiese semejante barbaridad. El día en cuestión sus amos le encomendaron que fuese a esparcir el abono a una finca de su propiedad en el terreno conocido como Agro do Toxal. Posteriormente, se dirigirían estos últimos hasta aquel lugar para ayudarle en las tareas agrícolas que estaba realizando.

Sola en casa

Sin embargo, aquel día, y a diferencia de lo que había ocurrido hasta ese momento, el joven eludió sus responsabilidades laborales y se escondió en un paraje de monte para evitar que fuese visto por el vecindario y sus patronos. Era conocedor de los movimientos y horarios de estos últimos, así como de que su hija, María Luisa Rodríguez, una niña de doce años, quedaría sola en casa en el momento en el que sus progenitores se trasladasen a la finca en la que le habían encomendado que realizase las labores agrícolas del día en cuestión.

Una vez que se hubo asegurado de que ya no quedaba nadie en casa, nada más que la pequeña, se trasladó hasta el domicilio en el que trabajaba como criado. Al llegar al mismo, se encontró con que la criatura estaba terminando de desayunar. En un principio se abalanzó sobre ella con el afán exclusivo de abusar de la pequeña, pero esta ofreció una fuerte resistencia, a pesar de que Alberto Duro era un joven atlético, alto y fórnido.

Al no conseguir su malvado propósito, la cogió del pescuezo con ambas manos y la presionó fuertemente provocándole la muerte por asfixia y estrangulamiento. Una vez muerta, tomó su cuerpo en brazos y lo arrojó al pozo del que los dueños de la casa se abastecían de agua. Posteriormente, y visto la enorme barbaridad que acababa de perpetrar, intentaría suicidarse con una pistola que era propiedad del hermano de la niña que el mismo había asesinado. Al parecer, el arma se le encasquilló en el momento que intentó utilizarla, tal y como declararía en el transcurso del juicio.

Fuga

Sintiéndose perdido, o tal vez por el fuerte peso que sobre su conciencia ejercía tan abyecto y horrible crimen, emprendería una fuga tomando un tren de mercancías en Monforte de Lemos que le llevaría a la ciudad de Vigo, de donde era originario el criminal pederasta. Desde allí, trataría de desplazarse al país vecino, iniciando un periplo en el que se trasladó hasta O Porriño. Allí comenzaría un largo trayecto de camino a pie por travesías y zonas apartadas de núcleos de población hasta llegar al fronterizo municipio de Tui. A partir de ese instante se le comienzan a complicar las cosas y reinicía una inexplicable marcha atrás que le llevaría hasta Redondela, siendo detenido en esta última localidad por una pareja de agentes de la Guardia Civil en el momento en que tomaba un tren expreso con destino a Lugo.

Ante la Guardia Civil de Redondela, reconocería el crimen que se le imputaba, ingresando inmediatamente en prisión, siendo trasladado hasta Monforte de Lemos, donde también declararía haber asesinado a la pequeña de sus amos en su comparecencia ante el juez que se ocupaba de tan dramático suceso. Además, manifestaría que se intentó suicidar nuevamente, pero que le faltó el suficiente valor para hacerlo.

42 años de cárcel

Hasta un centenar de personas procedentes de la pequeña aldea de Ribas Pequenas se trasladaron hasta la Audiencia Provincial de Lugo para apoyar a la familia de la niña asesinada en el transcurso del juicio en contra de Alberto Duro Barros, que se celebró el 19 de noviembre de 1957. En un principio, el fiscal solicitaba para el encausado la pena capital, así como otros seis años de prisión por el delito de intento de violación, y la indemnización con 100.000 pesetas de la época (un periódico diario costaba una peseta) para los familiares de la víctima. Mientras, que su abogado defensor, un conocido penalista lucense, como era el señor Pérez Gandoy, rebajaba la pena a ocho años de cárcel y la indemnización la dejaba en la mitad de lo que solicitaba el ministerio fiscal, al considerar que su defendido había perpetrado tan solo un delito de homicidio.

Además de reconocer el crimen, volvió a incidir en el hecho del posible intento de suicidio que vendría avalado al determinar un experto en balística que el arma que había en la casa donde servía efectivamente se le había encasquillado. Dijo también que había arrojado el cuerpo de la pequeña al pozo con el objetivo de que reaccionase al contactar con el agua, pues no tenía la intención de asesinarla.

Por aquella misma época, dos individuos con similares delitos terminarían con su cuello en el temible garrote vil. En este suceso también planeó el fantasma de terminar en el cadalso, si bien es cierto que los informes forenses determinaron que Alberto Duro, a diferencia de Soto Gutiérrez y Viñuelas Mañero, no había violado a la pequeña, lo que determinó que finalmente fuese condenado a la pena de 42 años de cárcel y a la indemnización con cien mil pesetas a los padres y hermanos de su víctima. Nunca está justificada la pena capital y tal vez no arreglase nada, pero el susto de ver que su cabeza podía ser objetivo de los verdugos no le vino mal a este cruel, desalmado, despiadado asesino y pederasta que un lejano día de la primavera de 1957 terminó con la inocencia de una pacífica y tranquila provincia que tiene el honor de figurar entre los lugares más seguros de la península según los informes del propio ministerio del Interior.

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