Seis muertos en un accidente en la curva de Casablanca
En el año 1974 ya había comenzado el declive tanto político como humano del franquismo. Su único valedor era ya solo el viejo general, quien cada vez se encontraba en un estado más achacoso, tan solo aguardándose a su último estertor. Ya ni siquiera venía de vacaciones al Pazo de Meirás debido al delicado estado de salud que había atravesado en aquel verano, quizás el penúltimo en blanco y negro que vivía la España de la época. Aún así, en aquella contumaz y casi sempiterna dictadura no había nadie que se atraviese a levantar la voz.
Galicia era un territorio que seguía con su eterna retranca y paciencia, solamente esperando verlas venir. Pero nada más. Había comenzado un lento proceso, pero progresivo, de abandono de los grandes municipios rurales del interior de la región que tendría una continuidad más acentuada en las décadas subsiguientes, principalmente en la segunda mitad de los ochenta y a lo largo de los dos últimos lustros del siglo XX. Sin embargo, en aquel territorio, un tanto desangelado que no inhóspito, se seguía malviviendo como hacía muchos años. Seguían llegando las últimas cartas procedentes de América, de aquellos que no habían podido salir de la tormenta que había afectado a los países del cono sur y también del Caribe. Eran una añoranza para los mayores y un descubrimiento para los más jóvenes, quienes tampoco eran capaces de escapar al destino de otras generaciones de gallegos. A ellos también les tocaba marchar de su tierra, aunque su destino no fuesen las Américas sino una renacida Europa, de la que cada año se veían miles de coches de llamativos colores que eran pilotados por una nueva generación de mozos gallegos que habían huido de las penurias que les reservaban sus aldeas de origen.
Las ciudades gallegas seguían con un importante avance tanto económico como social y ya nada tenían que envidiar a otras urbes españolas de la época. Por sus calles y avenidas ya circulaba un denso tránsito rodado que era un fiel reflejo de que el país comenzaba a modernizarse. Aún así eran muchas las personas que preferían el transporte colectivo para desplazarse a sus lugares de trabajo, principalmente aquellos que ya superaban la cuarentena y eran reacios a adquirir un utilitario.
Precisamente un autobús que cubría la ruta entre Meira, Sada, Santa Cruz y A Coruña tendría un fatal accidente el día 3 de octubre de 1974 en la fatídica curva de Casablanca al impactar de frente contra un camión. A consecuencia de este trágico suceso fallecerían un total de seis personas, entre ellas los conductores de ambos vehículos, mientras que medio centenar resultarían heridas de diversa consideración, cuatro de ellas de gravedad.
Fallo mecánico
En torno a las causas del accidente se barajaron en un principio muchas hipótesis. En un principio se atribuyó a un previsible fallo mecánico del autobús, aunque en aquel entonces y atendiendo a su fecha de matriculación, solo contaba con algo más de dos años de antigüedad. Según el testimonio de un conductor que viajaba detrás del autocar, este se zarandeaba bastante hacia ambos lados, dando la impresión que en cualquier momento se podía salir de la vía. Sin embargo, a las autoridades de la época se les pasaba por alto que el lugar del siniestro era un auténtico punto negro en el que ya se habían producido varios accidentes con víctimas mortales desde hacía ya algún tiempo. Por desgracia, este siniestro no sería el último que se producía en tan fatídico lugar.
Los primeros en prestar auxilio a los accidentados fueron los trabajadores de un concesionario de automóviles que se hallaba muy cerca del punto exacto donde se había producido el trágico accidente. De la misma forma, también fue muy importante la colaboración que prestaron muchos conductores que se vieron obligados a detenerse a causa del grave percance que se había producido en la carretera nacional sexta N-VI, ya dentro del casco urbano de la capital herculina.
Por aquel entonces no existían unos equipos de socorro tan avanzados como en la actualidad, viéndose obligados a intervenir el cuerpo de bomberos de A Coruña, quienes, según se relata en la prensa de la época, tendrían que hacer frente a una dantesca y dramática situación. Tanto los fallecidos como los heridos habían quedado atrapados en un impresionante amasijo de hierros en los que se habían convertido las carrocerías de los automóviles involucrados en el siniestro. De hecho, para excarcelar al conductor del camión, que había quedado en el interior de la cabina y que sería una trampa mortal, fue necesaria la intervención de una grúa. El hombre sería rescatado aún con vida, pero en grave estado, falleciendo horas después en un centro sanitario de A Coruña. Como consecuencia del siniestro, el tráfico rodado se vería interrumpido durante varias horas, siendo esta una de las arterias principales de entrada a la urbe herculina.
Curva maldita
El punto kilométrico donde se produjo el siniestro ya se había ganado el apelativo de «maldita» a mediados de los años setenta por los muchos usuarios que diariamente transitaban por ella. Su peralte era demasiado pronunciado, a lo que se unía el hecho de la densidad de su tráfico, cada vez mucho más numeroso al ser una de las principales arterias de A Coruña. No había que remontarse a mucho tiempo atrás para recapitular y encontrar otros graves siniestros en los que habían perecido ya muchas personas. En 1972, hacía tan solo dos años por aquel entonces, habían muerto cinco personas y más de 2o habían resultado heridas en distintos siniestros que habían tenido lugar ese mismo año.
Para desgracia de los muchos conductores que a diario atravesaban la «maldita curva» los siniestros tendrían continuación en años venideros, siendo especialmente trágico de nuevo el año 1976, en el que fallecerían varias personas en distintos accidentes. Y es que hasta que la cifra no se elevó hasta números que parecían inasumibles, no se tomaron las pertinentes medidas que terminasen con una sangría humana que traspasaba ya cualquier límite.
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