
Un trágico y desgarrador suceso en el que se vuelven a juntar todos los ingredientes de un drama familiar, no se sabe si anunciado o no, pero con desolador balance que dejaría hasta un total de cuatro víctimas en el camino. Desde hacía algún tiempo Jaime Palop Bas mantenía desavenencias con su familia a consecuencia del reparto de la herencia que habían efectuado sus padres. Se sentía discriminado en favor de su hermana y él se encontraba obsesionado por el futuro de su hijo.
También se sabe que el triple criminal se encontraba bastante alterado, al tiempo que padecía alguna patología mental desde hacía tiempo que le provocaban algunas reacciones de ira, aunque nadie pensó jamás que la sangre llegaría al río. Corría el mes de octubre de 1997 cuando sucedió lo que nadie podía imaginar. Aquel hombre de 46 años de edad que, a pesar de estar diagnosticado de una enfermedad psiquiátrica, se le había habilitado para la posesión de armas llevaría sus furibundos sentimientos de odio por el cauce más extremo, provocando una de esas tragedias que jamás se olvidan por muchos años que transcurran.
Quienes conocían a Jaime decían de él que era un hombre trabajador y cumplidor, a quien le gustaba incrementar su patrimonio con nuevas adquisiciones de superficie de terrenos. Mantenía buena relación con Julián Vila Perales, de 51 años de edad, a quien pretendía comprarle unas tierras dedicadas al cultivo de naranjos, de hecho el triple criminal era capataz de una empresa dedicada a la explotación de cítricos. No obstante, las conversaciones no llegaron a buen puerto, habiendo mantenido ambos una agria disputa en la plaza principal de Enguera, localidad de unos 5.000 habitantes situada al suroeste de la provincia de Valencia. A Julián y a Juan era frecuente verlos de copas en la villa levantina en la que residían.
El día 8 de octubre la familia de Jaime Palop se preocupó ante la ausencia de este, habida cuenta de los problemas de salud mental que sufría, pues había desaparecido sin dejar rastro alguno, aunque se supusieron que estaría en el campo dedicado a sus tareas agrícolas. Sin embargo, se sostiene que ese día inició su ritual de sangre dando muerte a su amigo Julián Vila en las inmediaciones de la caseta en que este guardaba sus aperos de labranza en la partida de Sayton, a unos cuatro kilómetros de la localidad de Enguera. Su cadáver presentaba disparos de escopeta de postas que se correspondían con el arma que habitualmente manejaba Jaime Palop.
Asesinato de sus padres
En la mañana del día 9 de octubre de 1997 los padres de quien se iba a convertir en su verdugo acudieron al campo en el que solía trabajar, preocupados por su estado, seguramente desconociendo que su hijo le había dado muerte a un amigo. Ambos cónyuges se dirigieron a primeras horas de la mañana al lugar en el que se iba a convertir en un nuevo escenario de autos a bordo de un taxi que habían alquilado. Su conductor no podía imaginar que iba a ser testigo de una sangrienta escena, pues fueron recibidos a tiros de postas por su propio vástago, quien les dio muerte prácticamente en el acto.
Jaime Palop Gómez, de 76 años y su esposa Rosa Bas Sarrión, de 69, recibieron sendos disparos en la cabeza y el abdomen, el hombre y en el pecho y el tórax, la mujer, suficiente y certera metralla para terminar con su vida de una forma despiadada. Sin embargo, la cifra de víctimas pudo verse incrementada con la muerte del taxista que había transportado al matrimonio. Este último también sufrió la ira del agresor quien le destrozó una mano. Su pericia al volante, ya que puso la marcha atrás del coche, -unido a que se agachó a tiempo en el interior del automóvil-, evitaron una cuarta e innecesaria víctima en aquel macabro escenario en el que había convertido el campo de naranjos de su propiedad.
Los pocos agricultores que se encontraban trabajando las tierras próximas al lugar en el que sucedieron estas dos últimas muertes acudieron hasta el mismo al escuchar las detonaciones de los disparos. A pesar de su inmediata presencia en aquel dramático espacio, lo único que pudieron contemplar fueron los cuerpos sin vida, horrorosamente desfigurados, de un matrimonio que había asesinado por su propio hijo.
El triple asesino decidió terminar con su vida descerrajándose el pecho con la misma arma que había empleado para dar muerte a otras tres personas y herir de consideración a una cuarta. Atrás quedaba un largo rosario de desavenencias y enfrentamientos protagonizados por su extrema susceptibilidad. Hacía poco tiempo que había obligado a abandonar de una vivienda de su propiedad a sus padres y su hermana a consecuencia de retrasos en el pago del alquiler, por lo que se habían visto obligados a abandonarla después de que Jaime los abandonase a punta de escopeta, instalándose en otra que era motivo de disputa en la herencia familiar.
Al parecer, el triple asesino y suicida sufría alguna paranoia desde hacía tiempo y en aquel entonces los vecinos confesaron haberlos visto «demasiado alterado», al tiempo que se contaba que había dicho que «tenía la escopeta y los cartuchos preparados», en referencia a su propia familia, a la que supuestamente habría amenazado de muerte. No obstante, a pesar de sus problemas de salud se le había concedido la licencia para la posesión de armas. Un lamentable error que se saldó de una forma muy trágica y desgraciada. Con su propia familia. Uno de esos episodios sangrientos que nos eriza la piel con solo contarlo.
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