Asesina a tres personas en Villar de la Encina (Cuenca) porque «se oponían a su relación sentimental»
La década de los años treinta del pasado siglo fue una época muy convulsa en todos los sentidos. No solo por el auge de los extremismos, sino también por el hecho de que se trataba de soltar el lastre de ancestrales prejuicios de clase que todavía seguían muy arraigados en distintos sectores de la sociedad de entonces. Ese tipo de convecionalismos se mantenían todavía casi a la raya en los muchos núcleos rurales que había en la España de entonces, un país todavía agrícola en el que su población estaba muy diseminada en multitud de pequeñas localidades, que gozaban de un esplendor del que carecen actualmente.
A consecuencia de aquellos ancestrales recelos nunca fundamentados hubo algún episodio sangriento, que se saldó con un buen número de víctimas, dada la obcecación de algunos pretendientes que no cejaban en sus ansiados objetivos por muy descabellados que pudiesen parecer. Uno de esos sucesos que se liquidó por el camino menos deseado ocurriría en la localidad conquense de Villar de la Encina, un pequeño municipio -básicamente rural- que se sitúa en el suroeste de la provincia de Cuenca. El desgraciado episodio ocurrió en pleno verano, concretamente el día 27 de julio de 1930.
En el pequeño pueblo, que contaba con algo menos de 700 habitantes frente al escaso centenar y medio que suma en la actualidad, todos sabían que un joven de 26 años, Baldomero Lara Portillo pretendía a Margarita Sáinz, una muchacha de similar edad, que era hermana de Visitación Sáinz, esposa del veterinario de Pinarejo, Andrés Pinedo. El muchacho había trabajado como mozo de mulas en casa del profesional de la sanidad animal, siendo la época en que conoció a su pretendida. Sin embargo, la familia de esta última se oponía a esa relación. Para impedirla, enviaron a la joven a un convento, lo que, en parte, evitaría que su pretendiente se le acercase.
A tiros
Ofuscado y frustrado en su objetivo, Baldomero decidió que aquello no iba a quedar así. Una cosa era que le arrebatasen de sus ojos a Margarita y otra muy distinta que su orgullo y honor quedasen fuertemente dañados. En torno a mediodía de aquel ya lejano 27 de julio de 1930 se armó, y no solo de valor sino que también con una escopeta para acometer a quienes se habían interpuesto en su camino.
Con un arma de dos cañones se dirigió a la casa del veterinario, de la que era conocedor de sus horarios y costumbres, con el propósito de ajustar unas cuentas que el consideraba pendientes. Y así lo hizo sin pensárselo dos veces. Cuando Andrés Pinedo y su esposa Visitación Sáinz emprendían un viaje a bordo de su automóvil, Baldomero los encañonó muy cerca y disparó sobre el hombre que conducía el vehículo, quedando prácticamente exánime. Su esposa resultaría malherida y fallecería pocas horas después en un centro sanitario. Además, heriría de gravedad al hijo de ambos, un niño de muy corta edad, que perdería la vista del ojo izquierdo a consecuencia de los disparos efectuados por aquel hombre que se encontraba completamente fuera de sí.
Para colmo de males, su voraz apetito sangriento no terminaría con aquellas dos muertes. Pretendía imponer su justicia por su propia mano y aquello no debería quedar así. Había un tercer implicado a quien él quería ajustarles debidamente las cuentas. Ese era José Sáinz, primo hermano de la mujer del veterinario. El infortunado se hallaba el día de autos labrando una de sus tierras con sus caballerías cuando recibió la macabra visita de quien iba a convertirse en su verdugo.
El familiar de Visitación Sáinz al sentirse perdido le rogó por su vida a un excitadísimo Baldomero, que no parecía sentir compasión por nadie. El hombre llegó a ponerse de rodillas implorando su perdón por la afrenta de la que había sido objeto el criminal, pero este no estaba para atender ruego alguno. La suerte de José Sáinz iba a ser la misma que el matrimonio pariente suyo. Su asesino descargó la munición que quedaba en su escopeta, conviertiéndolo en la tercera víctima mortal. Por si fuera poco, su saña era tal, que incluso mató los dos caballos que le servían para realizar sus tareas agrícolas.
Al parecer, Baldomero Lara tenía la intención de dar muerte a más gente en el pueblo. Entre sus objetivos figuraba también el padre de Margarita y Visitación. Sin embargo, el gran revuelo armado en Villar de la Encina evitó que la tragedia continuase sumando más víctimas. De inmediato, agentes de la Guardia Civil se pusieron a buscarlo para darle captura. Incluso, llegarían a cercarlo, siendo entonces cuando decidió entregarse en el juzgado de paz de la localidad. Posteriormente, ingresaría en la antigua prisión provincial de San Clemente, en la capital de Cuenca.
30 años de cárcel
Durante la estancia en prisión provisional de Baldomero Lara Portillo se produjeron en España algunos acontecimientos históricos de gran relieve que tendrían una importante repercusión en su devenir cotidiano. Entre ellos se encuentra la proclamación de la Segunda República española, que sentará las bases de un nuevo ordenamiento jurídico además de aplicar distintos beneficios penitenciarios a los condenados.
La Audiencia Provincial de Cuenca acogió en abril de 1932 el juicio contra el triple criminal conquense. En un principio el fiscal solicitaba tres penas de muerte para el encausado, aunque la pena capital se encontraba entonces en trámite de extinción debido a las nuevas normativas del periodo republicano, por lo que se desechó la posibilidad de que Baldomero subiese al cadalso. Sería condenado a tres penas de 30 años de prisión, pero con un máximo de cumplimiento de tres decenios, tal y como estipulaba el nuevo código penal. Además, debía de hacer frente a una responsabilidad civil de 75.000 pesetas, 25.000 por cada una de las muertes que había ocasionado.
A pesar de la teórica dureza de la condena, Baldomero Lara se vería beneficiado por dos indultos que se aplicaron a su sentencia, derivados de la proclamación del nuevo régimen político. Su estancia entre los muros de la cárcel apenas fue de poco más de cinco años, recobrando la libertad provisional al amparo de una orden firmada por el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora con fecha del 15 de enero de 1936. Faltaban tan solo seis meses para que España sucumbiese de nuevo a otra de sus peores tragedias históricas.
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