Asesina a sus padres y a su abuelo en el barrio madrileño de Aravaca
Inocente Ruiz Cordero, que contaba 36 años en 1994, fue uno de los muchos jóvenes víctima de la heroína en aquellos años en los que la movida madrileña dejaba su huella entre las mocedades de la capital de España. Jamás fue capaz de abandonar su tóxico hábito y había abandonado en más de una ocasión los programas de abandono del consumo de drogas, que poco a poco estaban minando su existencia. Su vida tampoco discurría por cauces que se pudiesen considerar ejemplares. Desempleado, separado de su esposa tras haberse casado con menos de veinte años y padre de dos hijas era el perfecto caldo de cultivo para la marginalidad extrema a la que se vería abocado el resto de sus días.
Hacía algo más de un lustro que Inocente Ruiz había regresado al hogar paterno, tras la separación de su mujer. Sin embargo, aquel regreso se hizo en las peores condiciones. Tal vez porque no le quedaba a donde ir. Con sus progenitores las relaciones no eran las mejores, pues pretendía que estos le facilitasen dinero para comprarse una dosis con la que inyectarse. Por todo ello eran frecuentes los enfrentamientos y las discusiones. Los vecinos lo escuchaban vociferar muchas veces, al tiempo que mostraba un carácter violento en el que no faltaban los golpes y las patadas.
Lo que nadie podía imaginar es que aquel hombre de buen aspecto, alto y corpulento es que en la jornada del día 19 de diciembre de 1994 perpetrase un triple crimen que ha quedado para siempre impreso en los anales de la crónica negra española. Alrededor de las siete y media de la tarde, Inocente Ruiz se dirigió al ambulatorio de Aravaca visiblemente disgustado y compungido, profiriendo unos gritos lastimeros en los que decía que le habían dado muerte a su padre, que su domicilio se encontraba inundado de sangre por todas partes.
Hallazgo de los cuerpos
Inmediatamente, tras la alerta dada por el triple asesino, se desplazaron hasta el lugar agentes de la Guardia Civil que abrieron la puerta del domicilio en el que se había producido la tragedia con la llave que les había facilitado el mismo autor de la masacre. Pronto descubrieron tres cadáveres horriblemente desfigurados, con heridas y cuchilladas en todas la partes del cuerpo. Su agresor se había portado con saña, lo que no dejaba lugar a dudas que era un conocido suyo, pues tampoco se hallaron pruebas de que la puerta del domicilio familiar hubiese sido forzada. No cabía ninguna duda que se encontraban ante un triple crimen.
Los cuerpos de las víctimas se encontraban él del cabeza de familia Jesús Ruiz, de 85 años, con la cabeza literalmente destrozada por los golpes. Su esposa Castora Cordero, de 63 años, había caído sobre el lecho conyugal en su propio dormitorio, presentando, al igual que su marido, múltiples heridas en el cuello, el abdomen y la espalda. En tanto que el mayor de la familia, Romualdo Cordero, de 90 años, había recibido tres cuchilladas, suficientes para terminar con su vida a tan avanzada edad.
Había sangre esparcida por prácticamente todas las estancias del domicilio. El autor de los tres asesinatos se había cuidado lo suficiente para no ser implicado, pues se había cambiado de ropa, ya que la suya se encontraba empapada de sangre, y se había adecentado. Solamente olvidó de cambiar unos calcetines grises. La hora en la que se produjeron los asesinatos se situó en torno a la una de la tarde. La única mujer asesinada había sido visto en torno a las doce del mediodía por un vecino. Los hechos se desarrollaron después de una ardorosa y violenta discusión iniciada por el vástago que necesitaba dinero para comprarse una dosis de heroína, según testimonios de la Policía.
La familia Ruiz Cordero había sido uno de las muchas que en la década de los cincuenta del pasado siglo se trasladó desde su Extremadura natal, concretamente desde Casas de Don Pedro, en el área norte de Badajoz, conocido como «Siberia extremeña» en plena época del Éxodo rural, cuando millares de familias españolas abandonaban el duro e infructuoso trabajo en el campo con destino a las grandes ciudades con el objetivo de labrarse un futuro mejor del pasado que dejaban atrás.
Mientras se encontraban en el lugar de los hechos, Inocente Ruiz daría evidentes pruebas de aflicción, al igual que si estuviese muy afectado por lo ocurrido. No obstante, casi desde el primer momento fue puesto en el punto de mira de la investigación, después de que los vecinos manifestasen que su carácter era demasiado violento, además de contar con algunos antecedentes policiales por consumo de estupefacientes. Su hermano, Jesús Ruiz, que fue informado de inmediato de la muerte de sus tres familiares se mostró preocupado por el alojamiento de de Inocente aquella noche. Sin embargo, no le hizo falta, ya que sería detenido poco antes de medianoche acusado de tres delitos de asesinato, aunque él se negaba a reconocerlo.
60 años de cárcel
En febrero de 1996 se celebró en la Audiencia Provincial de Madrid el juicio contra Inocente Ruiz Cordero, que fue sentenciado a un total de 60 años de cárcel. Al dictarse la pena por el triple crimen de Aravaca se tuvo en consideración, como atenuante, el trastorno disocial de la personalidad que afectaba al encausado, siendo acusado de tres delitos de parricidio. La patología mental que afectaba al triple asesino estaba directamente relacionada con el consumo habitual de drogas, por lo que se le aplicó el principio de enajenación mental.
A pesar de las muchas evidencias que había en su contra, Ruiz Cordero negó en todo momento estar involucrado en el triple asesinato que había costado la vida a sus padres y su abuelo. Su estancia entre rejas sería relativamente breve, pues en torno al año 2017 ya se encontraba en libertad condicional.
A diferencia de lo que ocurre con otros criminales, haber pasado más de dos décadas en la cárcel no parecieron enderezar el rumbo de un hombre que fue víctima de la heroína. En mayo de 2017 volvería a ser detenido de nuevo después de acuchillar a un indigente a las puertas del albergue de San Isidro, sito en el madrileño paseo del Rey cuando Inocente Ruiz, una oveja descarriada del Éxodo Rural contaba ya con 59 años de edad. Y es que algunos no aprenden nunca.
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