Un antiguo mayordomo asesina a sus señores en Barcelona («El asesino de Pedralbes»)

Noticia de la detención de José Luis Cerveto en el diario LA VANGUARDIA de Barcelona

José Luis Cerveto era un hombre que había sufrido una difícil infancia, quedándose muy pronto huérfano de padre. Con tan solo tres años. Pasó aquellos primeros años de su vida en un complicado reformatorio en plena Posguerra, donde gran parte de los internos podían ser candidatos a convertirse en carne de cañón. Cerveto cumpliría el servicio militar en el cuerpo de paracaidista, realizando hasta un total de 74 saltos, según su propia confesión. No sé sabe si su paso por el ejército dejó una negativa huella en un individuo que terminaría por convertirse en un depravado sexual, siendo detenido en diversas ocasiones por abusos a menores.

Instalado en Barcelona tuvo diversos oficios, entre ellos el de camionero. No obstante, no estaba hecho para la carretera. Sus nervios y la concentración que debía mantener al volante le obligaron a consumir distintas sustancias, entre ellas simpatina (centramina) para poder gozar de una mejor atención, por lo que decidió dejar el oficio. Con el paso de los años parecía que la suerte por fin le había sonreído. Fue contratado por un matrimonio de la alta sociedad catalana para que trabajase como chófer a su servicio, la familia Roig-Recolóns, con quienes todo iba viento en popa en un principio. Hasta lo nombraron su mayordomo particular. Pero como casi siempre le había sucedido en su azarosa vida, las cosas comenzaron a torcerse cuando su amo Juan Roig se percató de que había contratado a un pervertido sexual, pues ya para entonces era conocida su afición por los más pequeños, circunstancia esta que terminaría motivando su despido.

Probablemente corroído por el rencor y el resentimiento, José Luis Cerveto idearía una venganza, que no haría más que acrecentar la negra leyenda que otrora se había tejido sobre los mayordomos como personas implicadas en los más horribles crímenes. Además, el conocía mejor que nadie la casa en la que había trabajado. Tanto es así que ni siquiera el perro que poseían los dueños le ladrarían la noche de autos, lo que jugaría decisivamente a su favor.

Un cuchillo de grandes dimensiones

Para dar un mayor realismo a su acción, Cerveto, que contaba con solo 34 años cuando perpetró el crimen, compró un cuchillo muy afilado de grandes dimensiones para dar muerte a quienes habían sido sus señores hasta hacía muy poco tiempo. Eligió para la ocasión un traje negro y se puso unos zapatos de inferior horma a la que él utilizaba, muy posiblemente con el ánimo de despistar a la Policía. Entró en la vivienda sin mayores problemas. En un principio intentó provocar una explosión de gas butano, abriendo la espita del gas, pero, al parecer, recordó que esa noche se encontraba durmiendo allí la hija de la cocinera, con lo que decidió pasar a la acción.

Era la madrugada del día 4 de mayo de 1974 cuando aquel hombre, de aspecto siniestro y sigiloso, se dirigió hacia la alcoba en la que estaban durmiendo los dueños de la mansión al igual que el resto de la Ciudad Condal. Con paso firme y decidido se dirigió a perpetrar uno de los crímenes que más huella han dejado entre los catalanes a lo largo del siglo XX. Sin que les diera tiempo a defenderse y sin enterarse de absolutamente nada cuanto sucedía a su alrededor, Cerveto empuño su arma y cosió literalmente a cuchilladas al matrimonio formado por Juan Roig, de 50 años y María Rosa Recolóns, de 43. Posteriormente, conocedor de todos los entresijos de aquel domicilio, se dirigió hacia la caja fuerte.

No tardó mucho en hacerse con un sustancioso botín para la época, pues ascendía nada más y nada menos que a quince millones de pesetas. Con tan solo dos millones se podía adquirir cualquier vehículo de alta gama. Además de dinero, el asesino se había apoderado también de joyas. Por fin creía que le había salido algo bien en esta vida, esa que le había quemado tanto a lo largo de su existencia. Posteriormente, se traslado a la Estación de Francia, donde guardó en la consigna automática el botín que había robado aquella misma madrugada. Más tarde tomó su propio coche con dirección a Tarragona. El ticket que le expidieron resultaría clave a la hora de aclarar el doble crimen que consternaría profundamente a Barcelona.

Entrega y dos penas de muerte

Aunque el doble crimen parecía que había sido de película, al asesino le jugó una muy mala pasada su conciencia. Presa de los remordimientos que socavaban su conciencia se entregaría tan solo 30 horas después de haber dado muerte al insigne matrimonio barcelonés en la comisaría de Via Layetana. Allí desmenuzaría paso a paso sus andanzas la madrugada en que Barcelona se tiñó de sangre por los resentimientos de un hombre que jamás había encontrado un solo ápice de paz interior. Mientras tanto, en la Ciudad Condal nadie salía de su incredulidad, al tiempo que daba paso a una extraordinaria conmoción.

José Luis Cerveto sería juzgado en medio de una gran expectación en octubre de 1977. Fue sentenciado a dos penas de muerte, aunque la pena capital se hallaba ya en trance de extinción en España. Le fue aplicado el indulto concedido por el Rey Juan Carlos a todos los penados el 25 de noviembre de 1975 con motivo de su ascenso al trono. En su lugar, sería condenado a dos penas de reclusión mayor que sumaban un total de 60 años de cárcel, de los cuales solamente cumpliría trece debido a las redenciones carcelarias que estaban en vigor. Su paso por las penitenciarías españolas estarían llenos de incidentes. Así en cierta ocasión se bebió un litro de lejía, por lo que estuvo punto de perder el estómago y si nos apuran también su vida. Sin embargo, en esta ocasión la suerte se alió con él.

En la cárcel obtuvo el título de graduado escolar e incluso sería protagonista de una película «El asesino de Pedralbes», un documental que aborda de forma pormenorizada el crimen que había perpetrado Cerveto en 1974, bajo la dirección de Gonzalo Herralde. Destaca en el film la religiosidad del criminal, pues al entregarse a la Policía había solicitado la asistencia de un sacerdote para confesar su crimen y expresar su arrepentimiento. El documental sería ampliamente galardonado gracias al buen hacer de su director.

Al cumplir la condena, tan solo trece años, trató de rehacer su vida montando un puesto de artesanía en el desaparecido mercadillo de la madrileña plaza de Santa Ana. Pero, una vez más, volvió a las andadas. En esta ocasión su instinto de pederasta le llevó a abusar de nuevo de dos niñas. Juzgado una vez más, manifestó que había sufrido una «pulsión incontenible», llegando a solicitar que le quitasen la vida, de lo contrario había mostrado su pleno convencimiento de que volvería a matar. No obstante, esta última amenaza, que se sepa, por ahora no la ha cumplido, cuando ya es un octogenario que en su día dejó la peor huella posible en la Ciudad Condal.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.