El asesinato de un niño en Gádor (Almería) que dio lugar a la leyenda de «El hombre del saco»

Los acusados de asesinar a un niño en Gádor (Almería) ABC

No cabe ninguna duda que aquella España era muy diferente a la actual. Un país mayoritariamente rural y pobre, además de sumamente atrasado todavía anclado a ancestrales leyendas y tópicos que tuvieron no poca culpa de algunos trágicos sucesos que se sucedieron a lo largo y ancho de toda la geografía española. Las enfermedades infecciosas de todo tipo estaban a la orden del día, siendo la tuberculosis la que más estragos hacía, ya que cada año se cobraba una media de 40.000 vidas. No existía antídoto para ella. Su diagnóstico era casi una segura sentencia de muerte que, en cuestión de muy poco tiempo, terminaría con la vida del infectado. A causa de esta dolencia surgieron algunos falsos sanadores y curanderos que recurrían a métodos de nula eficacia en un tiempo en el que los viejos remedios tradicionales gozaban de una total aceptación en prácticamente todos los estratos sociales, dado el escasísimo desarrollo de la medicina científica, que además era rechazada al ser un concepto innovador que chocaba contra las prácticas ancestrales.

Una de esas situaciones en la que la desesperación asolaba a una familia de la localidad almeriense de Gádor en junio del año 1910 cuando el cabeza de una numerosa prole Francisco Ortego, «El Moruno«, de 55 años, se sentía aquejado de una tos persistente en la que esputaba sangre. No cabía duda alguna que estaba ya aquejado de tuberculosis. Buscó el remedio en una curandera, Agustina Rodríguez, quien le aconsejó como remedio que bebiese la sangre caliente de un niño. Aquí entraría en juego una tercera persona para conseguir a la víctima, Francisco Leona, un septuagenario que se dedicaba a distintos oficios y que había visto dominada gran parte de su existencia por innumerables delitos que ya le habían acarreado distintas penas de cárcel.

Secuestro de un niño

El sujeto en cuestión, Leona, en colaboración con el hijo de la curandera, Julio Hernández, un hombre de pocas entendederas a quien apodaban «El Tonto», se comprometieron a secuestrar un pequeño de siete años, recayendo la fatal lotería en el niño Bernardo González Parra, «Bernardito», quien fue introducido en un saco por su principal captor, el septuagenario de dudosa reputación. A raíz de este hecho nacería la leyenda de «El hombre del saco», ya que el crío fue introducido en un saco.

Una vez secuestrado el pequeño se procedería en casa del enfermo al macabro ritual. El mismo consistía en un corte que le efectuaron al pequeño en una axila de la que brotaba sangre, que era bebida, mezclada con azúcar, por Francisco Ortego, mientras el pequeño gritaba por el dolor que le había producido la herida, en tanto era sujetado por otras personas, algunas de las cuáles terminarían manifestando su pudor por lo acontecido en aquella humilde vivienda.

Finalizada la primera parte del ritual, Leona se encargaría de hacer el resto. Debía de dar muerte al niño, además de extraerle algunas vísceras y grasa para hacer un ungüento que se aplicaría como compresa sobre el pecho de «El Moruno». El cuerpo del pequeño sería abandonado en un árido paraje conocido como Las Pocicas. Previamente, su captor le había dado muerte aplastándole el cráneo con una roca no reparando, sin embargo, de que el cadáver del pequeño había quedado semienterrado, circunstancia que terminaría descubriendo Julio «El Tonto» cuando perseguía a unos pollos de perdiz.

Tres mil reales

Aquel hombre carente de cualquier escrúpulo, Francisco Leona, cobraría la nada despreciable cantidad de 3.000 reales de la época. No obstante, a pesar de ser un buen emolumento a repartir con «El Tonto» le pudo la avaricia e intentó estafar a este último, dejándole sin un céntimo de recompensa. El hijo de la curandera lo chantajeó amenazando con contarle lo sucedido a la Guardia Civil y sin cortarse ni un pelo terminaría dando cuenta a la Benemérita de lo ocurrido, que encontraría los restos del pequeño dónde les había indicado Julio Hernández.

Cuando se descubren los hechos, debido a su historial y a su existencia marcada por el delito, en Gádor saltan todas las alarmas y se incrimina a Leona, que es detenido junto al resto de los participantes en el macabro ritual en los meses posteriores a la comisión del crimen. Como era habitual en él, se muestra altanero y desafiante con los agentes, aunque su actitud de poco le va a servir. De inmediato son detenidos los restantes miembros de la tétrica cuadrilla que ha llevado a cabo uno de los crímenes de los que más se ha hablado en la historia de España y que serviría para asustar a los pequeños con la amenaza de que «se los iba a llevar el hombre del saco» cuando hacían alguna travesura o no se querían ir a dormir.

En noviembre de 1911 se celebra el juicio contra todos los participantes en el asesinato del pequeño Bernardito. La justicia se muestra implacable y sentencia a muerte cuatro personas. Son Francisco Leona, Francisco Ortego, Agustina Rodríguez, la curandera, y Julio Hernández «El Tonto». Uno de los hijos de Agustina, José Hernández será condenado a 17 años de prisión. La durísima sentencia es recurrida ante el Tribunal Supremo, que solamente se muestra compasivo con «El Tonto», quien se libra de morir en el garrote vil debido a que era un muchacho que presentaba serias deficiencias psíquicas, a lo que se sumaba el hecho de que había sido quien había denunciado el crimen.

También conseguirá eludir el garrote vil el terrible Leona, quien fallece en la cárcel en extrañas circunstancias antes de que se cumpla la sentencia, programada para junio del año 1913. Finalmente, solamente serán dos quienes comparezcan ante el patíbulo, que serán el hombre que se encontraba enfermo, Francisco Ortego y Agustina Rodríguez. Con su ejecución se ponía fin a un largo y dilatado proceso que dio pie a una tétrica y dramática leyenda a la que algunos padres, quizás los más tradicionales, todavía siguen recurriendo en nuestros días, pero que desgraciadamente tiene un macabro origen.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.