Prisión permanente revisable para el asesino de tres mujeres en Valga (Pontevedra)
Quedará siempre la duda de si era una tragedia anunciada, aunque José Luis Abet Lafuente, de 44 años de edad, el autor del triple crimen que socavó los cimientos de toda Galicia en los días finales del verano de 2019, lo había planificado todo de forma muy detallada. Con fama de personaje conflictivo, jamás había sido capaz de superar su ruptura matrimonial con Sandra Jamardo Boquete, cuatro años más joven que él, en lo que había sido ya su segundo matrimonio después de una primera ruptura en la que ya había tenido un hijo. El segundo divorcio llegó en el año 2018, pero su resentimiento y rencor estuvieron siempre patentes en su depravada mente que tan solo buscaba una sangrienta venganza. De hecho, había solicitado los servicios de un brujo para que les aplicase un mal de ojo a la que había sido su familia política. Es más, el mismo día en que se produjo el triple crimen de Valga le llamaría por teléfono para decirle que él mismo se había encargado de provocar una sanguinaria y cruenta tragedia que sacudiría el alma de todos los gallegos cuando se aproximaba un nuevo otoño.
El triple asesino de Valga, una localidad situada al norte de Pontevedra en la margen izquierda del caudaloso río Ulla, trabajaba de madrugada en una empresa dedicada a la recogida de basuras. Había concluido su jornada laboral alrededor de las seis y media de la madrugada de aquel fatídico 16 de septiembre de 2019. Conocía a la perfección los horarios de su ex-mujer, así como sus usos y costumbres, por lo que no le resultó difícil localizarla a primera hora de la mañana. Serían en torno a las siete y media de la mañana cuando llegó al lugar de Carracido, en la parroquia de Cordeiro. Sandra Boquete, como era habitual en ella, estaba preparando a sus hijos para mandarlos al colegio, que tenían las edades de cuatro y siete años respectivamente y que se iban a convertir en espectadores involuntarios de una espeluznante y dantesca tragedia que, como el propio autor de la misma se encargaría de decirle a un compañero unos días antes de perpetrarla, no se olvidaría en muchos años. Efectivamente, probablemente tendrá que pasar al menos más de un siglo para borrar algunas de las secuelas de su macabra acción.
Sintiéndose amenazada, Sandra Boquete llamó por teléfono a su madre Elena Fajardo Figueroa, de 58 años de edad, y a su hermana Alba Boquete Jamardo, de 27. No sabía que aquella llamada sería letal para toda la familia e iba a desencadenar la peor matanza en lo que va de siglo en Galicia. Su hermana se encargaría de avisar al 112 para dar cuenta de la presencia de su ex-cuñado en los aledaños de la vivienda de su familiar. En la breve conversación le informaron que se desplazaría una patrulla de la Guardia Civil para socorrer a Elena, aunque llegaría demasiado tarde.
Los asesinatos
La planificación del primer asesinato lo demuestra el hecho de que José Luis Abet había adquirido en el mercado negro un arma corta, una pistola Ruger calibre 32, cuya procedencia jamás ha quedado acreditado ni quien se la pudo facilitar, una incógnita que ni siquiera se ha despejado en el transcurso de la celebración del juicio. Cuando llegó a la pequeña aldea de Carracido tras haber mantenido una breve y agria conversación con su ex-esposa y delante de los dos hijos pequeños de la pareja, el asesino disparó a sangre fría contra Sandra Boquete Jamardo, quien fallecería prácticamente en acto. Posteriormente, tomaría su vehículo con dirección al lugar en el que residía, en el municipio de Ames, situado en las postrimerías de Santiago de Compostela.
En el transcurso de su corto itinerario se cruzó con el vehículo que conducía su ex-cuñada, Alba Boquete, una joven psicopedagoga de 27 años de edad, a quien acompañaba su madre, Elena Fajardo Figueroa, de 58. Al reconocerlas, sin pensárselo dos veces, José Luis Abet dio un giro brusco y cambio de sentido para regresar al lugar de los hechos, en los que había dado muerte a su ex-esposa. Iba obcecado con la idea de acrecentar su truculenta hazaña. Al bajar ambas mujeres del vehículo, apenas veinte minutos después, efectuaría nuevos disparos que alertaron y despertaron a algunos de sus vecinos, pues pasaba poco tiempo de las ocho de la mañana. Disparó un total de cuatro veces contra su ex-suegra, quien, al igual que le había sucedido a su hija mayor, fallecería prácticamente en el acto. Un último tiro le sirvió para darle muerte a la mujer más joven de las tres, con lo que la gran tragedia, el caos y la zozobra ya estaban servidos en aquella pequeña aldea que cabalga a lomos del río Ulla. Un vecino, que escuchó las detonaciones, recogió a los pequeños y los trasladó a otra casa. No cabe duda que los críos se convirtieron en testigos de un macabro suceso que acapararía las portadas de los principales diarios gallegos y del resto de España al día siguiente. Además, a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad se le pone la piel de gallina con tan solo recordar o relatar tan desgarrador y cruento acontecimiento, pensando que fue cometido en presencia de dos inocentes criaturas que ni siquiera sabían lo que era la maldad.
Una vez hubo cometido los tres horrorosos asesinatos, José Luis Abet tomó su vehículo con dirección a su último domicilio, en el municipio de Ames, no sin antes arrojar a las aguas del río Tambre el arma con la que había dado muerte a tres personas en Valga, a tan solo 25 kilómetros de donde residía. Una vez allí efectuó algunas llamadas a algunos familiares y les relató lo acontecido. Es de imaginar su tétrica reacción. Posteriormente, se entregaría ante la Guardia Civil de la localidad, a quien relataría el porqué de su voluntaria entrega.
Mientras esto sucedía, en el resto de Galicia se desataba una oleada de consternación, pavor y rechazo a la peor matanza ocurrida en el siglo XXI. Al día siguiente, cuando pasó a disposición judicial, decenas de personas se congregaron ante el juzgado de Caldas de Reis, que se encargaba de las diligencias del caso. No le faltaron abucheos ni los insultos de los allí presentes, quienes expresaban así su repulsa por una tragedia que jamás debía de haberse producido y allí se encontraba su patético autor, un hombre con gafas, de no mucha estatura y de aspecto un tanto desangelado, que se escondía detrás de los agentes que se encargaban de su custodia y que ahora representaba las peores esencias de cualquier ser humano por haber perpetrado un suceso que como el mismo se encargó de predecir, no se olvidaría en muchos años. Y fue en este único sentido en el que estaba plenamente cargado de razón, cuando esta última cualidad no le había asistido jamás.
Condena
Desde el primer instante de su detención planeó ya la hipotética condena a prisión permanente revisable a José Luis Abet. Así se dedujo ya de las conclusiones provisionales por parte del ministerio fiscal, quien anunció que solicitaría esta pena en el año 2020. Debido a la demora que impuso la pandemia, el juicio contra el encausado del triple crimen de Valga no se celebraría hasta la tercera semana de marzo de 2023. La audiencia se celebraría a puerta cerrada para proteger la intimidad de los dos menores, que tan solo contaban con siete y diez años respectivamente, pero que se habían convertido en tristes testigos de tres asesinatos que causarían una gran consternación y probablemente graves secuelas psicológicas a ellos, dos inocentes niños que contemplaron como su padre le daba muerte a su madre, a su tía y su abuela.
José Luis Abet Lafuente, quien lógicamente asistió esposado a las sesiones de la vista oral que se celebraba en su contra, había cambiado radicalmente su aspecto. Ya no era el hombre de apariencia escuchimizada y débil que se había visto hacía ya algo más de tres años y medio, cuando perpetró la horrible matanza. Además de engordar, había cambiado también la montura de sus gafas, que le daban un semblante algo más consistente, aunque con un gesto totalmente inexpresivo, probablemente forzado por las circunstancias. No se cubrió la cabeza como suele ser habitual en estos casos, mientras que su rostro no reflejaba emoción de ningún tipo, al igual que si fuese un inerte busto. Su cara, seria en todo momento, y su mirada perdida eran el retrato perfecto del individuo que había cometido el triple crimen de Valga.
Vestido con un anorak de color marrón y escoltado por dos policías nacionales cada vez que salía del furgón, fue la única imagen que se pudo observar de un hombre que nos hizo recordar a los peores psicópatas del siglo XX, aunque este último carente de cualquier sentimiento que pudiese generar empatía. Parecía que su suerte estaba echada de antemano y que el peor de los pronósticos iba a cumplirse. Eran demasiadas razones para ello. Se negó a declarar en todo momento y solo hizo uso de la última palabra en el instante oportuno, manifestando su arrepentimiento y su petición de perdón a los familiares de su víctimas, pero es de temer que nadie le hubiese creído. Ni siquiera el mismo.
La sentencia fue contundente y no dejó lugar a dudas. Por el asesinato de su ex-esposa, Sandra Boquete Jamardo fue condenado a 24 años y 6 meses de cárcel. Un par de meses menos le cayeron por haber dado muerte a su ex-suegra Elena Fajardo Figueroa. La pena de prisión permanente revisable le recayó por haber asesinado a su ex-cuñada, la jovencísima Alba Boquete Jamardo. Había sido una matanza en toda regla y no dejaba lugar a dudas que la severidad de las penas era esperada por la mayoría de la población. El jurado no tuvo en ningún momento duda alguna de su culpabilidad y no aceptó, lógicamente, ninguna de las atenuantes esgrimidas por su defensa, emitiendo su veredicto de forma unánime y también muy rápida. Pocas dudas suscitaba este caso.
Además de la dura condena que le fue impuesta, José Luis Abet, que ahora cuenta con 48 años, no podrá alcanzar el tercer grado penitenciario hasta 2045, previo dictamen de la junta de tratamiento de la prisión en la que cumpla su condena, es decir, cuando tenga ya 70 años. Tampoco podrá residir ni acercarse a la localidad de Valga durante un periodo de 32 años, pena que se mantendrá vigente durante diez años a partir del instante en que obtenga el tercer grado penitenciario. De la misma manera, tampoco podrá acercarse durante ese mismo periodo a menos de 500 metros a sus hijos o a los familiares de sus víctimas.
En cuanto a las indemnizaciones, a pesar de su acreditada insolvencia, alcanzan la escalofriante cifra de 1.520.000 euros, de los que debería abonar hasta un total de 800.000 a sus dos hijos, en tanto que la cantidad restante se la reparten, en distintas cantidades, los demás miembros de la familia de las víctimas, entre ellos su ex-suegro, la pareja de su ex-cuñada e incluso la bisabuela de los dos huérfanos que dejó por el camino. El único patrimonio del que dispone el asesino es una finca en el municipio coruñés de Ames, de donde era originario.
Como se podrá observar, la sentencia ha sido ejemplar y rotunda. No obstante, el criminal jamás podrá resarcir del daño causado, no solo ya a sus hijos o a sus familiares, sino también a la localidad de Valga, un precioso municipio que cabalga eternamente a lomos de su no menos eterno río Ulla, famoso por su extraordinaria pesca y la belleza que atesora el cauce que recorre, a quien un aciago y lluvioso día que anunciaba la entrada del otoño gallego un hombre que había perdido el alma y el corazón lo situó trágicamente en el peor de los escenarios de la crónica negra española, haciendo que todas las miradas se dirigiesen hacia él y no precisamente por el encanto que siempre encerrarán sus entrañables parajes que manan vitalismo, optimismo y vida, esa misma que un miserable, nauseabundo y repugnante ser con apariencia humana les segó a tres inocentes mujeres.
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