Cinco asesinatos perpetrados por «Tomasín», el peligroso criminal de los años ochenta en Cantabria
Los 55 años de su existencia estuvieron marcados por el delito y el crimen. A ellos se añadía su irreductible carácter, capaz de perpetrar las peores barbaridades jamás imaginadas. Sin empatía por nadie ni remordimientos Tomás Ruiz Fernández, «Tomasín», los psicólogos y psiquiatras que lo atendieron en los distintos centros penitenciarios por los que pasó como lo definieron de forma contundente y rotunda como «una personalidad psicopática de carácter irreversible». Prácticamente lo dice todo. Su andadura en el mundo de la delincuencia se inició de forma precoz, con apenas veinte años, cuando asaltó un banco a mano armada, además de protagonizar otros atracos de menor enjundia. Al ser detenido por primera vez fue sentenciado a 16 años de cárcel.
A diferencia de otros del inframundo en el que se hallaba inmerso, quienes le trataron decían que ofrecía una imagen completamente distinta a sus colegas. Bien vestido, elegante e, incluso de buen aspecto, además de haberse criado en un barrio de clase media de la capital cántabra, a lo que se añadía el hecho de no consumir ninguna droga, «Tomasín» parecía una buena persona con quien se podría trabar amistad y ofrecerle una sana confianza. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. No dudaba en apretar el gatillo de su pistola cuando las cosas no iban por el sendero que él consideraba el más adecuado para sus intereses. Tampoco olvidaba. Así lo demuestra el hecho de que algunos familiares de sus víctimas o personas que accidentalmente se encontraron en su trayecto recibieron cartas suyas en las que les recordaba que seguía ahí, que cuando saliera de entre los muros de prisión ajustaría cuentas, aunque finalmente terminasen ajustándoselas a él, lo que conllevaría la tranquilidad y el sosiego de quienes habían recibido sus amenazadoras misivas.
A comienzos del año 1986 «Tomasín» decidió no regresar de un permiso penitenciario de una semana de duración al penal en el que cumplía condena, El Dueso, siendo a partir de este instante cuando inicia una sanguinaria trayectoria que se saldará con cinco asesinatos que sumirían a la Comunidad cántabra en un estado de zozobra, inquietud y consternación. Un peligroso delincuente anidaba a orillas del Cantábrico y el miedo se hacía patente en una sociedad que no estaba precisamente acostumbrada a ese tipo de sucesos.
Los asesinatos
En compañía de quien se convertiría en su tristemente célebre compinche de andanzas. Francisco Hidalgo García, alias «Butati», Tomas Ruiz cometería sus dos primeros asesinatos. Sus víctimas serán Sixto Franco Escalante, de 30 años de edad y Violeta Puente González, de 27. La mujer se dedicaba a la prostitución, en tanto que él era un amigo de ella. El móvil del crimen hay que buscarlo en la insatisfacción que había expresado «Tomasín» en relación a los servicios que le había prestado la meretriz y que él consideraba justo que le devolviese la cantidad de dinero que le había cobrado. Con el pretexto de ir a comprar heroína, la droga que tantos estragos estaba causando, los trasladaron a un descampado en el barrio santanderino de el Cueto, el lugar elegido para darles muerto. Allí terminarían con sus vidas a sangre fría cosiéndolos literalmente a balazos. Sus cuerpos serían encontrados en la mañana del domingo, 2 de febrero de 1986 por un viandante que se sorprendió al contemplar tan macabro hallazgo.
La ruta sangrienta de Ruiz Fernández proseguiría en sucesivos días lo que exacerbaría aún más el clima de inquietud que se vivía en Santander y sus alrededores, aunque las dos primeras víctimas estuviesen estrechamente relacionadas con el mundo de las drogas y la delincuencia. Dos días más tarde de haberse descubierto los dos primeros asesinatos, dos trabajadores que se dirigían desde la comarca de Cudón a Mogro, a 18 kilómetros de la capital cántabra, observaron una furgoneta en llamas cerca del cementerio, lo que despertaría su lógica alarma. Una vez que se extinguió el fuego, se comprobó que en su interior se encontraban los cuerpos de dos hombres, uno de los cuáles presentaba un disparo en la cabeza, en tanto que el otro fuertes golpes en la misma zona del cuerpo, lo que no dejaba lugar a dudas que se trataba de un nuevo doble crimen. Una vez identificados los cadáveres se comprobó que pertenecían a Pedro Grande Jiménez, de 32 años y Miguel Romero Moreno, de 27. Al igual que las dos anteriores víctimas, también estaban estrechamente vinculados al mundo de la delincuencia y el tráfico de estupefacientes. Se pensaba que detrás de ellos se escondían ajustes de cuentas, muy habituales en ese mundillo.
La última víctima que dejaría en su sanguinario deambular no se parecía en nada a las anteriores. Se trataba del dueño del bar «Pic-Nic», sito en la calle Cervantes de Santander. Todo comenzó de una forma absurda en la tarde-noche del 29 de marzo de 1986, ya que «Tomasín» interpretó un gesto de la camarera que le atendía como una señal que ponía en duda su solvencia cuando había pedido una botella de champán, en un alarde exhibicionista, que era muy habitual en él. Entonces, solicitó la presencia del dueño, Guillermo Castillo Gómez, de 71 años, quien ignoraba el trágico destino que le aguardaba cuando conminó a abandonar del bar a aquel incómodo cliente, quien sin pensárselo dos veces descargó su pistola «Star» en el pecho del infortunado hostelero, quien fallecería prácticamente en el acto.
Con el miedo apoderándose de la ciudad de Santander, Tomasín vagaría aún 48 horas por diferentes puntos de la geografía cántabra, hasta que fue detenido el primero de abril de 1986 en Laredo. Allí habría protagonizado un incidente en una bolera que pudo haber terminado en una gran tragedia. Recriminado por el encargado del local por su forma de lanzar los bolos, como venía siendo habitual en él, sacó de nuevo su pistola con en el infortunio de que en esta ocasión se le encasquilló. En ese momento algunos clientes se abalanzaron sobre él y lo retuvieron hasta que llegó la Guardia Civil, quien ponía fin a una sanguinaria temporada en la capital cántabra y sus alrededores. Es en ese momento cuando efectivamente se comprueba que están ante el enemigo número uno, un individuo carente de cualquier escrúpulo y con mucha facilidad para apretar el gatillo cuando el considera que las circunstancias lo requieren. Y no era nada difícil que eso sucediese.
Condena y asesinato
Casi tres años después de su detención, la Audiencia Provincial de Santander condenaría a «Tomasín» a un total de 88 años de prisión, en tanto que a su colega «Butati», a 62. Al primero le atribuía tres asesinatos y dos homicidios, en tanto que al segundo lo condenaba en calidad de coautor y encubridor de los delitos del primero. No se podía imaginar el tristemente célebre delincuente cántabro que esa condena se convertiría en definitiva. En su periodo en la cárcel se dedicó a practicar deporte y a dejar de lado sus relaciones sociales, careciendo de cualquier amistad con el resto de internos. Solamente le quedaba el apoyo de su madre, quien le conminó a que regresase a prisión tras un permiso penitenciario, en contra de la voluntad de su propio hijo,
En la mañana del 19 de octubre de 2009, cumplió con el mandato materno y «Tomasín» volvió al penal de El Dueso a finiquitar su condena de la que le retaba por cumplir, poco más de un año. Alguien conocía los horarios del peligroso psicópata, así como sus costumbres. Probablemente, ese individuo no reparó en pasar desapercibido ni tampoco en las consecuencias, pues en las inmediaciones de la prisión se alza un cuartel de la Guardia Civil. A bordo de una Renault Trafic blanca, Ruiz Fernández estaba esperando para ingresar en la prisión cuando su verdugo se aproximo a él con una pistola y descargó varios tiros contra todos sus ocupantes, entre ellos el peligroso psicópata que tantas veces había hecho lo mismo con las víctimas que había dejado en el camino.
Concluían así las andanzas de Tomas Ruiz Fernández que contaba con poco más de medio siglo cuando dejó de existir, pasando más de la mitad de su existencia entre los muros de distintas cárceles españolas. Los familiares de sus víctimas no dejaron de expresar su alegría y hasta su tranquilidad por su asesinato, en lo que todo indicaba que se trataba de un nuevo ajuste de cuentas. Con una muy discreta cruz de madera en la que solo están grabadas sus iniciales, T.R.F. yace para siempre el cuerpo del hombre que sembró el terror entre los cántabros entre el invierno y la primavera del 1986.
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