El asesinato de «El Rambal»: un misterioso crimen que conmocionó a Gijón

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Alberto Alonso Blanco, «El Rambal»

Alberto Alonso Blanco, «El Rambal», que contaba 47 años cuando fue asesinado, era todo un personaje en el Gijón de las décadas de los sesenta y setenta, quien nunca ocultó su condición sexual en un tiempo en el que incluso estaba considerada como una actividad delictiva y en la que la represión de quienes se osaban hacer gala de la misma era ardua y tenaz, al tiempo que la sociedad condenaba de forma drástica unas conductas que se consideraban como una perversión, aunque, como la ciencia se ha encargado de demostrar, no dejaba de ser una condición innata al igual que cualquier otra. Sin embargo, este hombre, que tenía muchos amigos, lo tomaba con sana ironía, principalmente con sus vecinas, quienes le apreciaban y sentían una indisimulada estima por un hombre que aparentemente no tenía enemigos.

Aunque ya había dejado de existir el dictador, apenas cinco meses antes, pervivían todavía unos rígidos estereotipos en una sociedad que se preparaba para cambiar. Aunque hacía tiempo que eran frecuentes los espectáculos de transformismo, estos estaban muy mal vistos y nadie se atrevía a reconocer de viva voz que habían asistido a eventos de estas características, de las que «El Rambal» era un verdadero artista. Su estricta discreción y el celo con el que se comportaba en su vida personal hacía que jamás revelase con quien compartía cama. Alguna vez había dicho que si él hablase se moverían los cimientos de la sociedad asturiana y concretamente de la gijonesa. Sin embargo, esos secretos se los llevó a la tumba.

En la noche del día de autos, según las personas que hablaron con él, no notaron nada raro en su comportamiento. Pasó aquella noche, la última de la semana santa de 1976, de bar en bar charlando con amigos y conocidos al igual que siempre. Lo único extraño que se recuerda fue una breve discusión, al parecer algo encendida, con un joven de mediana edad, que nunca sería identificado, cuando se encontraba cenando. Sin embargo, en principio no se le concedió mayor importancia a aquel rifirrafe que tal vez obedeciese a aspectos triviales, a pesar de que posteriormente se convertiría en un quebradero de cabeza para la Policía, aunque nunca podría ponerle rostro.

De madrugada

Cuenta el periodista gijonés Manuel de Cimadevilla que la madrugada en la que se produciría el crimen que le costaría la vida, la del 19 de abril de 1976, «El Rambal» había tomado una de sus últimas copas a primeras horas de la madrugada en el «Habana» para, posteriormente, dirigirse a su casa, una humilde vivienda emplazada en el número cuatro de la calle de las Monjas. Al parecer, iba acompañado de un misterioso joven, que podría ser hijo de algún personaje importante de la sociedad asturiana de la época, -concretamente de Avilés-, quien le acompañó hasta su casa. No se sabe ya si en el interior se produjo alguna discusión o lo que realmente aconteció. Lo que sí pudieron corroborar los forenses es que su asesino le asestó una puñalada que le seccionó la laringe, mortal de necesidad. El arma con el que se le dio muerte parece ser que era un estilete, muy comunes entre los delincuentes de aquella época. Su cuerpo presentaba heridas en distintas partes del cuerpo, entre ellas una mano, lo que demostraría que Alberto Alonso trató de defenderse de su agresor, quien huiría del lugar, no sin antes provocar un incendio con ánimo de borrar las posibles huellas del escenario del crimen.

Posteriormente, el misterioso muchacho se dirigiría hasta una cabina telefónica situada en las inmediaciones de la churrería del muro quien llamó por teléfono a su casa. Alguien, que era de Avilés, le escuchó decir «Papá he cometido una barbaridad. Manda un coche a buscarme a la churrería el muro de Gijón». Algo más de una hora después llegó un automóvil con conductor y el enigmático joven se subió a su asiento trasero. En ese momento se perdió definitivamente su pista en la oscura noche asturiana. Nadie fue capaz de ponerle cara ni se sabe quien podría haber sido, aunque parecía estar claro que era del municipio del occidente astur al que antes se aludía. Y no era cualquier persona, dicho sea esto con todas las reservas.

Un incendio

El cuerpo sin vida de Alberto Alonso Blanco sería descubierto debido a que una vecina de las viviendas contiguas observó que desde el número cuatro salía humo y alertó a los bomberos y la Policía. Ambos cuerpos de emergencia se encontraron con el dantesco panorama de que el único morador de aquella vivienda había sido asesinado, de ahí que el autor de su muerte hubiese provocado el fuego, con el exclusivo ánimo de borrar hipotéticas huellas que sirviesen para incriminarle. El asesino había echo una pira para tratar de que el cadáver de «El Rambal» se calcinase lo antes posible, pero antes de que esto sucediese llegaron antes los bomberos. Solamente había dado tiempo a que se le chamuscasen los pies. El cuerpo fue encontrado en posición decúbito supino y presentaba un aspecto aterrador, según lo describiría la Policía.

A los dos días se celebró su entierro al que asistieron más de un millar de personas, que querían dar así testimonio de aprecio por una persona que era muy popular en la ciudad asturiana y que también era muy querida. La iglesia de San Pedro, donde se celebró el funeral por su alma, se quedó pequeña para acoger a tantos fieles, convirtiéndose en una de las mayores manifestaciones de duelo que se recordaban en Gijón.

Tras su asesinato se iniciaron las pesquisas policiales, interrumpidas en distintas ocasiones por las autoridades, que se centraban en identificar al joven que había acompañado a «El Rambal» en la que sería la última noche de su vida. Sin embargo, se dice que había alguien que por detrás pretendía correr un tupido velo y echar tierra sobre un crimen que terminaría durmiendo el sueño de los justos, aunque en este caso, al igual que en otros muchos, también se puede decir que de los injustos. Dejaba, además, tras de sí un gran número de incógnitas y enigmas que ni siquiera el paso del tiempo se encargaría de resolver.

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