
En la década de los ochenta, además de su famosa movida, en Madrid corría a chorros la heroína y también la inseguridad ciudadana, siendo frecuentes distintos altercados. Si bien es cierto que en este caso no constaba de forma oficial que ninguno de los tres involucrados, tanto asesino como víctimas, en el tráfico de estupefacientes, tampoco es menos cierto que eran personas que llevaban una vida un tanto desordenada y, dadas las actividades en las que habían desenvuelto sus respectivas vidas, podía esperarse cualquier cosa de ellos, aunque no se llegase a sospechar jamás que se pudiesen ver involucrados en un hecho luctuoso de tal calibre, que impresionaría de sobremanera a la capital de España en el otoño de 1982, en los primeros tiempos posteriores al Mundial-82 de fútbol, que tantos sinsabores había dejado en la afición española de la época.
Todo comenzó en la tarde del sábado, 16 de octubre de 1982 cuando la Policía descubrió dos cadáveres brutalmente apuñalados en un piso del número 67 de la calle Benimamet. Ambos cuerpos estaban semidesnudos tirados sobre el salón de entrada al domicilio. Se trataba de Antonio Molino y Elvira Abenójar, ambos veinteañeros y que llevaban una irregular vida en las que se les desconocía sus respectivas ocupaciones, salvo que ella había estado trabajando como camarera en algún club nocturno. Hasta hacía muy poco tiempo, habían estado residiendo en una pensión de la madrileña calle Huertas.
A los agentes no les cupo la menor dudar que se encontraban ante un crimen, por lo que ahora había que descubrir al autor o autores del doble asesinato. Había dejado demasiadas huellas y la colaboración vecinal resultaría clave a la hora de resolver aquel doble crimen. Al parecer, un hombre les había estado preguntando por una mujer que residía en aquella finca del madrileño barrio de San Cristóbal de los Ángeles, enseñando una foto de la misma. No había lugar a dudas que quien quiera que fuese era de suponer que podría estar involucrado en el hecho sangriento.
Detención
Con bastantes pistas sobre el sujeto que había preguntado por la mujer fallecida, enseguida dedujeron y le pusieron rostro al todavía supuesto asesino, Rufino Alarcón Martínez, de 26 años de edad, quien había mantenido una relación de convivencia con Elvira Abenójar a lo largo de cuatro años, antes de instalarse en el sur de la capital de España con su nueva pareja, Antonio Molina. El autor del doble crimen sería detenido a mediodía de la jornada siguiente, domingo, 17 de octubre de 1982 en su domicilio de la calle Sanz Raso. De inmediato sería trasladado a la Comisaría del distrito de Usera, aparentando estar tranquilo, al igual que si desconociese el motivo de su detención.
En las dependencias policiales se mostró, en un principio, esquivo al interrogatorio al que fue sometido, negando en todo momento cualquier implicación en el doble crimen del día anterior. Incluso trataría de ofrecer distintas coartadas, carentes de cualquier consistencia, que enseguida serían desmontados por los investigadores, a quien no les cabía ninguna duda que aquel hombre era el autor material de los dos asesinatos que se habían perpetrado en la jornada anterior. Para corroborarlo, la Brigada de Investigación Criminal le intervino algunas prendas, que pertenecían al todavía presunto homicida, que se encontraban manchadas de sangre y que habían sido encontradas en su propia casa.
Al encontrarse ya acorralado y sin escapatoria posible, aquel hombre de aspecto normal y mirada desconfiada, decidió por fin colaborar con las autoridades, dando cuenta de todo cuanto había sucedido a lo largo del día anterior en el piso en el que había perpetrado el doble crimen. A pesar de todo, evitaría en todo momento entonar el «mea culpa» y responsabilizaría de lo acontecido a sus dos anfitriones.
Humillación
Rufino Alarcón se dirigió el día de autos al domicilio de sus dos víctimas en torno a las siete de la tarde. Al parecer, aunque le franquearon normalmente la puerta, y tras un breve intercambio de palabras de no muy buen gusto, comenzaría una discusión con Antonio Molina, a quien su verdugo le recriminaría los supuestos malos tratos que le dispensaba a su compañera, Elvira Abenójar. A raíz de este incidente se desencadenaría una discusión que llevaría la sangre al río. En el transcurso de la misma, el inquilino de la casa le habría reprochado su incapacidad para proseguir la relación que había mantenido con la mujer a lo largo de cuatro largos años.
Es a partir de ese instante cuando los ánimos se caldean y, siempre según el relato del doble asesino, escuchó revolver en un cajón a Antonio, lo que le hizo sospechar de su intención de proveerse de un arma para hacerle daño. En ese momento, Rufino Alarcón tomó un cuchillo de grandes dimensiones con el que le propinaría puñaladas en diferentes partes del cuerpo a Antonio Molina, principalmente en el pecho. La mujer de este al escuchar los gritos de auxilio de su pareja, se dirigió hasta el lugar donde se encontraban enzarzados en una pelea, sujetando por el pelo al agresor, quien se giró hacía ella con el mismo arma infiriéndole una puñalada mortal en el costado y otra en el cuello.
Después de haber perpetrado el doble crimen, se asearía convenientemente y se dirigiría hacía la plaza de Legazpi. En el transcurso de su huida Rufino Alarcón arrojaría en unos jardines el arma homicida. Posteriormente, quemaría las zapatillas deportivas que calzaba en el momento de perpetrar el doble asesinato, pues se encontraban empapadas de sangre. A partir de ese instante, intentaría hacer vida normal, hasta que la Policía comenzó a situarle en su punto de mira tras las descripciones facilitadas por los vecinos que lo habían visto en la tarde de autos en el inmueble en el que se produjo el doble crimen.
Hasta ese momento, Rufino Alarcón carecía de cualquier antecedente tanto penal como policial. Aunque hacía algún tiempo que se encontraba desempleado, se supo que durante algún tiempo había estado trabajando como matarife en distintos mataderos de la capital de España, a pesar de que a lo largo de aquellos últimos tres años no constaba que hiciese ningún tipo de trabajo.
36 años de cárcel
Juzgado algo más de un año después del doble crimen, Rufino Alarcón sería sentenciado a un total de 36 años de cárcel por dos asesinatos. Se tuvieron algunas atenuantes a la hora de ser condenado, entre ellas la de enajenación mental transitoria. Asimismo, debería hacer frente a una responsabilidad civil de seis millones de pesetas (unos 36.000 euros al cambio actual), con las que debería indemnizar a los familiares de sus dos víctimas.
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