Dos personas asesinadas y un suicidio en un extraño suceso ocurrido en Huesca
Fue un suceso que jamás logró esclarecerse completamente, convirtiéndose en un verdadero rompecabezas para los investigadores que no terminaban de dar crédito a lo que aconteció en la capital oscense en los primeros días del mes de octubre de 1987. Todo comenzó con una carta que Alfonso Aragón, de 24 años de edad, había enviado a su hermano Pedro. En ella le daba cuenta de que su esposa María José Herrero Lines, de 21 años, mantenía una relación sentimental con un supuesto amigo íntimo de la pareja, Juan Molina, de 25 años, quien a veces incluso dormía en la vivienda de la pareja en la cual ocurrió la gran tragedia que sobrecogería a la ciudad de Huesca en otoño de 1987.
El sábado día 3 de octubre de 1987 Alfonso Aragón telefoneó a su hermano para darle cuenta que había depositado una misiva en el buzón de su casa en la que le informaba del trágico acontecimiento que había ocurrido en su domicilio. Según su versión el jueves, que era el primer día del mes, se encontró en su domicilio a su esposa muerta de manera violenta, en tanto que el amante de esta le intentaba atacar con unas tijeras. Supuestamente se habría defendido de su agresor propinándole un botellazo en la cabeza, además de asestarle varias cuchilladas que terminaron con su vida. Luego llevaría su cadáver hasta un vertedero, en el que aparecería días más tarde semicalcinado y tapado con unas tablas de madera, a las que previamente habían prendido fuego.
La Policía se dirigió al domicilio en el que se había producido la tragedia y encontró a Alfonso Aragón en estado agonizante, con una jeringuilla clavada en un brazo. Al parecer, se había inyectado una sustancia letal que terminaría provocándole la muerte cuando fue trasladado al Hospital San Jorge, de la ciudad aragonesa, en el que ingresaría ya cadáver. Con su trágico deceso se enrevesaba aún más aquel oscuro episodio que conmocionaría a todo el territorio de Aragón.
Búsqueda de un tercer cadáver
Los agentes de la Policía se pusieron a buscar el tercer cadáver, el de Juan Molina, que sería hallado en un basurero. Junto al mismo se encontraron también las tijeras de las que hablaba Alfonso, con las que supuestamente le habría intentado agredir cuando él se defendió del hipotético ataque que le habría lanzado quien supuestamente mantenía relaciones sentimentales con su esposa. Sin embargo, los investigadores sospecharían que fue el mismo marido de María José Herrero quien cometió dos crímenes y posteriormente se suicidó con la letal sustancia que se inyectó en un brazo.
Al igual que puso en tela de juicio la versión ofrecida por Alfonso Aragón, también pondría el foco en el posible móvil económico del doble crimen. Al parecer, a quien se acusaba de ser el amante de la mujer habría solicitado en más de una ocasión algunas ayudas al matrimonio que residía en la calle del Coso Alto, debido a que por aquel entonces Juan Molina atravesaba una difícil situación personal, pues se encontraba desempleado y era padre de dos hijos, además de estar casado. La joven pareja le habría dejado distintas cantidades de dinero a su amigo, ya que trabajaban los dos y eran padres de un niño de tres años, quien se encontraba en el piso cuando se produjo el fatal desenlace, pero estaba durmiendo y no se enteró de lo que ocurría en su propia casa.
La Policía dudó siempre de la veracidad del contenido de la carta que Alfonso Aragón había enviado a su hermano, ya que había un aspecto que no casaba con su narración, descubierto a posteriori. Al día siguiente de haberse producido las dos primeras muertes, el 2 de octubre, el autor de la misiva habría llamado por teléfono a sus padres para que se hiciesen cargo de su pequeño y lo llevasen a la guardería, lo que pondría en tela de juicio la narración hecha en su carta. Para los investigadores, el quid de la cuestión estaba en el hecho de si en la misiva se decía toda la verdad o era tan solo una versión interesada.
El suceso sorprendería de sobremanera a la capital oscense, pues la pareja formada por Alfonso y María José ofrecía la apariencia de ser un matrimonio ideal. Se habían casado en el año 1984 y eran padres de un pequeño de corta edad, además de vérseles siempre o casi siempre junto. Él, además, tenía trabajo estable en una empresa dedicada a la comercialización de maquinaria agrícola y gozaban del reconocimiento y amistad de la mayoría de sus convecinos, quienes no sospechaban que pudiesen protagonizar un hecho tan truculento que enervaría a la ciudad de Huesca en otoño de 1987. A veces, y esta parece ser una de ellas, las apariencias engañan.
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