Un adolescente de quince años roba y asesina a un taxista en Barcelona
Fue un suceso extraño, trágico e impactante. La extrañeza viene justificada por la forma en la que se produjo en aquella España de la década de los sesenta del pasado siglo, un país muy rezagado con relación al resto de los europeos y en el que supuestamente «no se movía nadie». Trágico por que se llevó la vida de una persona de tan solo cuarenta y siete años de una manera vil y hasta canalla e impactante porque lo cometió un adolescente de quince años, que, al parecer, buscaba aventura. No obstante, esa peripecia conllevaría aparejada consigo un suceso que conmovería profundamente a la Barcelona de los sesenta, una ciudad que en aquellos tiempos estaba entrando en una fulgurante etapa de progreso merced a la masiva llegada de emigrantes de otras latitudes de España en busca de la prosperidad que se les negaba en sus tierras de origen.
El desgraciado acontecimiento tendría su origen en la localidad ilerdense de Anglesola, un pequeño municipio de los Pirineos que contaba entonces con unos 1.500 habitantes y que se encuentra enclavado en la comarca de Urgel. Desde allí partiría un muchacho de quince años, que respondía a las iniciales de F.A.S. con destino a la Ciudad Condal con el ánimo de labrarse un futuro, aunque hay que reconocer su precocidad. Sin embargo, esa hipotética emancipación que pretendía llevar a cabo de su familia conllevaría algunos actos delictivos, lo que no parecía importarle mucho. Se había estado instruyendo durante algún tiempo en la comisión de los mismos con lecturas de libros y revistas en los que se daban cuenta de sucesos de distinta índole acaecidos en otros países de nuestro entorno. De hecho, no escatimaría esfuerzos para llevar adelante su funesta actividad, ya que consigo se llevaría una escopeta de caza a la que había recortado los cañones.
La primera y supuestamente única víctima de sus patrañas sería un taxista, Isidro Olivé Pascual, un profesional del volante que llevaba más de dos décadas trabajando en el sector del taxi. En la mañana del 14 de enero de 1963 el adolescente requirió sus servicios en la barcelonesa plaza de Antonio López y le solicitó que lo trasladase hasta la localidad de Esplugés de Llobregat, obedeciendo a un plan preconcebido que había visto en una publicación francesa. Cuando llegaron a su destino, en torno a las doce de la mañana, el joven, que iba bien vestido con gabardina gris clara y unos zapatos decentes, empuñó el arma que llevaba bajo la prenda y a la altura del primer número de la calle Luis Mulet le exigió que le entregase el dinero de la recaudación. El taxista, entre perplejo y sorprendido, ofreció cierta resistencia ante quien se iba a convertir en su verdugo. De hecho, el cuerpo de Isidro Olivé presentaría múltiples contusiones como consecuencia de la lucha y la pelea mantenida con su agresor, tal y como se encargaría de demostrar la autopsia.
Dos disparos
En vista de la resistencia ofrecida por su víctima, un hombre fuerte y corpulento, el muchacho, ni corto ni perezoso, decidió zanjar el asunto por la vía más rápida, que no era otra que la de emplear el arma que llevaba escondida bajo la gabardina. Dos disparos a quemarropa terminarían con la vida de aquel taxista de 47 años, quien dejaba viuda y dos hijos; un joven de veinte años y una niña de tan solo diez. Por su parte, F.A.S. se daría a la fuga, huyendo a pie del lugar de autos. Sin embargo, y eso quizás no lo había leído en los libros, no contaba con que había dejado demasiadas huellas en el momento de cometer aquel atroz asesinato. La más importante de todas fue la de una testigo presencial, quien se asomó a una de las ventanas de su domicilio al escuchar las dos detonaciones, que la alarmarían de que algo grave había ocurrido. La muchacha en cuestión, que sería amenazada por el precoz criminal, declararía que el autor de la muerte del taxista iba bien vestido y que en la gabardina que portaba a los hombros podían apreciársele manchas de sangre, cuestión clave para determinar quien había asesinado a Isidro Olivé Pascual.
Vecinos del lugar y compañeros del taxista, que había quedado malherido en un primer momento, avisaron de inmediato a las asistencias médicas y al 091 para dar cuenta a la Policía de lo que había acontecido en el lugar de autos. Isidro Olivé todavía llegaría con vida al Hospital Clínico de Barcelona, aunque fallecería al poco tiempo de serle practicada una primera intervención quirúrgica de urgencia. Las heridas revestían una gravedad extrema, pues la metralla se le había alojado en el tórax y le afectaba a diversos órganos vitales, por lo que los médicos no pudieron hacer prácticamente nada para salvarle la vida.
Lo que quizás tampoco contaba el adolescente era que también el arma empleada en el crimen iba a ser fundamental a la hora de descubrirlo. Los expertos en balística en seguida se dieron cuenta que la munición empleada era de grueso calibre, de la que se utiliza en caza mayor y que era bastante rudimentaria, tal y como se acreditaría más tarde. De hechos, había realizado varios perdigonazos contra el vehículo de la víctima. Aún así, tardaría hasta 48 horas en ser detenido. Tampoco el botín obtenido por el joven delincuente era una suma de dinero extraordinario, ni siquiera para la época, pues la recaudación del taxista en esa jornada apenas alcanzaba las 150 pesetas, menos de un euro al cambio actual. Teniendo en cuenta la inflación a lo largo de los últimos sesenta años podrían cifrarse en unos sesenta euros actuales, lo cual no deja de ser una cifra, sino irrisoria, lo cierto es que ni siquiera nos alcanzaría para unos gastos que se pudiesen considerar mínimamente decentes. Él muchacho había llegado a Barcelona con 300 pesetas, que enseguida gastó en alojamiento y comida.
La autopsia realizada al cadáver de Isidro Olivé Pascual determinaría que uno de los impactos le había alcanzado a la altura del hombro con trayectoria de arriba abajo, afectando al eje del cuerpo, la cual era mortal de necesidad. De la misma forma, las heridas que presentaba en la región occipital y la mano izquierda, determinaron que se había producido una lucha cuerpo a cuerpo entre agresor y víctima, ofreciendo esta última una gran resistencia que tan solo sería vencida cuando el asesino le efectuó un primer disparo, contra el que se hallaría completamente indefenso.
Joven desaparecido
Las alarmas saltaron cuando ´-desde el pueblo del que era originario el joven delincuente- su familia denunciaría su desaparición, que había tenido lugar un día antes de perpetrar el asesinato, el domingo, 13 de enero de 1963. A todo ello se sumaba que algunos vecinos del barrio de la estación de ferrocarril de Barcelona comentarían que habían visto un joven por la zona que trataba de encontrar un empleo por la zona y que, al parecer, se estaría hospedando en alguna pensión de la Ciudad Condal. En el lugar en el que se hospedaba fue hallada la rudimentaria arma con que había cometido el crimen y que posteriormente pasaría a engrosar las dependencias del Museo Criminológico. El muchacho que se había fugado de su casa pertenecía a una reputada familia de la comarca pirenaica, lo que hacía descartar que el crimen fuese cometido por algún joven que tuviese antecedentes penales.
En la tarde del 16 de enero de 1963 sería detenido el muchacho que respondía a las iniciales de F.A.S. La Policía no tuvo muchos problemas a la hora de interrogar al jovencísimo asesino, pues confesaría el crimen de inmediato, así como el móvil del mismo, que no había sido otro que el robo. De la misma forma, el chaval no dudó en explicar su modus operandi, así como donde lo había aprendido, una publicación francesa en la que se daba cuenta de todo tipo de delitos. Además, les comentaría que su objetivo era independizarse de su familia y emprender alguna aventura en la capital catalana, aún a riesgo de que para ello se viese obligado a llegar a cauces extremos y hasta siniestros.
El rapaz declararía también que le asfixiaba vivir en Anglesola, donde residía toda su familia, sus padres con sus cinco hermanos mayores que él y una hermana más pequeña. Todos ellos trabajaban en talleres de la localidad, a excepción de la hermana pequeña y otra de veinte años que había ingresado en un convento de carmelitas descalzas. En el pueblo del que era oriundo una gran parte de la población vivía de la agricultura, en tanto que otros iban a trabajar al industrial municipio de Tárrega. F.A.S. estaba aprendiendo en aquel entonces la profesión de camarero. También allí, en el pequeño municipio pirenaico, se viviría con gran expectación el trágico suceso, sorprendiendo a propios y extraños, pues le consideraban incapaz de realizar semejante barbaridad. A pesar del frío invierno que estaban sufriendo, los vecinos se reunirían en la plaza del pueblo hasta altas horas de la madrugada soportando las gélidas temperaturas a la espera de nuevas noticias, al tiempo que expresaban su extrañeza y abatimiento por un episodio que involutariamente los situaba en el mapa.
Una publicación de la época, ya desaparecida, daba cuenta de su estancia en el calabozo de la Comisaría de Barcelona. Al parecer, al chaval se le escuchó llorar solo una vez, implorando a voz en grito que lo sacasen del habitáculo en el que se hallaba recluido. A alguno de los policías que se encargaron de su custodia les sorprendió de sobremanera su débil constitución física, así como el hecho de contemplar unas reducidas muñecas todavía de niño portando una esposas. Esta misma publicación informaba, a su vez, que el padre del joven ya le había incautado una pistola en las Navidades de 1962, apenas un mes antes de cometer el asesinato del taxista.
Inimputable
El Código Penal vigente determinaba que al ser menor de diéciseis años, edad que el precoz criminal cumpliría en marzo de 1963, el joven no era responsable de sus actos, «aún cuando se declare autor del hecho, no es responsable de acuerdo con el artículo octavo». El joven, cuya identidad jamás sería revelada ni tampoco su fotografía, ingresaría en un centro de corrección, los popularmente conocidos como reformatorios en el que cumpliría la sanción establecida de acorde con la ley.
Desgraciadamente este no sería el único episodio protagonizado por un menor. Se producirían otros a lo largo y ancho de la geografía española que impresionaran profundamente a la sociedad, más por la precocidad de sus autores que por otras circunstancias. No obstante en esta época los españoles todavía no se habían familiarizado con terminología tal como desarraigo, familias desestructuradas y otras expresiones similares que están tan en boga, aunque en el subconsciente de los jóvenes delincuentes sigan subyaciendo causas similares.
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