Doble crimen sobre las tablas del teatro «Cervantes» en Almería

El tópico de que la realidad supera a la ficción se cumpliría trágicamente hace ya más de un siglo en Almería, concretamente el día 22 de enero de 1922 cuando muchos almerienses asistían a la representación teatral de «Santa Isabel de Ceres», una controvertida obra dramática para aquella época que se encontró con un ambiente hostil, previa a su puesta en escena, pues el tema que abordaba era tabú en aquel entonces. No obstante, es preciso situarse en antecedentes antes de proceder al relato de lo que aconteció en aquel ya lejano día de invierno de hace más de cien años.
Conchita Robles Pérez, nacida en Almería en el año 1887 era una conocida actriz de teatro de la época que había estado retirada algún tiempo de los escenarios a raíz de su matrimonio con el comandante de caballería del Regimiento de Cazadores Lusitania 12, conocido popularmente como «Húsares de la muerte», Carlos Verdugo Boto. El retiro anticipado obedeció al carácter osco y adusto de su marido, que era catorce años mayor que ella. Él era un hombre viudo que tenía dos hijos de su anterior relación. Sin embargo, su segunda familia no funcionaría, a lo que se añadía que no tenían descendencia, lo que pudo provocar algún resentimiento en el oficial del Ejército. Conchita anhelaba volver al mundo del teatro, pero no le era posible. Debido a que el matrimonio se había enfriado, ella optó por solicitar una separación legal y regresar a casa de sus padres, en la capital de España.
Sería precisamente en Madrid donde la actriz retornaría al mundo de la escena, siendo la actriz principal de la polémica obra «Santa Isabel de Ceres» que sería representada por vez primera en el «Teatro Eslava» de la capital de España. La pieza teatral alcanzaría un gran éxito y la compañía encargada de su representación comenzaría a recorrer España, llegando hasta la ciudad andaluza en la que se representaría a comienzos de 1922. Los ánimos de unos y otros estaban muy encendidos. La prensa católica no dudaba en calificarla de «amoral» y «obscena», con el afán de boicotearla, pues en ella se abordaba la vida de las prostitutas. A todo ello se añadía que en el transcurso de la misma había disparos y se contemplaba la muerte de algunos de sus actores, como si de un macabro preludio se tratase.
A pesar de todas aquellas adversidades, el éxito en taquilla estuvo asegurado desde el primer instante y los almerienses acudieron masivamente a la representación de aquella pieza, deseosos de sacudirse de los viejos prejuicios y tópicos que tan enraizados se encontraban en la sociedad española de la época.
Un falso empresario
El comandante Verdugo se desplazó secretamente desde Cuenca, ciudad en la que estaba destinado, hasta Almería al enterarse de que allí se representaba la obra en la que intervenía su ex-esposa, con el propósito de asesinarla. Para ello, cuando estaba a punto de iniciarse la representación se introdujo en el camerino de los artistas y le facilitó una tarjeta de visita a uno de los jóvenes que ayudaban a los actores en las tareas de atrezzo y vestuario. Le dijo que era el empresario cuyo nombre figuraba en la mencionada cartulina y que deseaba hablar con Conchita Robles. Esta accedió a la petición, pero para su sorpresa se encontró con el hombre con el que había compartido vida y que se encontraba completamente despechado.
Al verla Carlos Verdugo empuñó su arma reglamentaria, lo que provocó el temor de la actriz, quien se escondió detrás del muchacho Manuel Aguilar, de 16 años, que era un empleado de la imprenta en la que se había elaborado la cartelería de la pieza teatral. Su instinto natural de conservación le hizo suponer que el militar no dispararía contra el chaval, aunque el enfurruñado oficial del Ejército no se lo pensó dos veces y disparó contra ambos, a quienes hirió mortalmente. Desde el patio de butacas se escucharon los disparos, pero a continuación los espectadores pudieron todavía contemplar a Conchita sobre el escenario en el que terminaría desplomándose. Curiosamente, quienes estaban presenciando la representación pensaron que aquella caída tan natural obedecía al guión de la obra, por lo que no dudaron en aplaudir.
Los aplausos cesaron en el momento en el que vieron al joven Manuel Aguilar con sus ropas manchadas en sangre al tiempo que se desplomaba en el segundo patio de butacas, siendo entonces cuando se percataron de lo que había ocurrido era un doble crimen. Entre los asistentes se encontraban el director de «El Faro», un periódico almeriense de la época y el doctor Gómez Espinosa, que de dos saltos alcanzó el escenario para tratar de socorrer a las víctimas. Pero no eran los únicos. También estaba la madre de la actriz, que inmediatamente se dirigió al lugar de autos intentando que el oficial del Ejército no se suicidase. Este último se pegaría un tiro en la sien, al que curiosamente sobreviría, aunque perdió la vista de un ojo.
Al día siguiente se celebraría el entierro de ambas víctimas Conchita Robles y el adolescente Manuel Aguilar, constituyendo una de las más grandes manifestaciones de duelo de todos los tiempos. El cortejo fúnebre iba compuesto por sendos carros de caballos, de color blanco para el joven, y negro para la mujer, quienes recibirían cristiana sepultura en medio de escenas de gran emoción y dolor, propias de uno de los peores sucesos que vivió Almería en su dilatada historia.
El comandante Verdugo sería juzgado un año más tarde, siendo condenado a cadena perpetua. No se sabe lo que ocurrió con él en el futuro, pues se le pierde la pista, aunque cabe recordar que en 1931, con motivo de la proclamación de la IIª República española, hubo indultos masivos.
El mal fario de «Santa Beatriz de Ceres»
Algunos periodistas y estudiosos de este suceso y otros posteriores no dudaron en atribuir la existencia de un mal fario en esta obra, pues estas no serían sus últimas víctimas mortales. El autor de la obra, el dramaturgo Alfonso Vidal y Planas mataría el 2 de marzo de 1923 a su socio, el también dramaturgo y periodista Luis Antón del Olmet, de varios disparos en las escaleras del «Teatro Eslava«, en Madrid. Al parecer existían grandes fricciones entre ambos a consecuencia de un lío de faldas.
Pero no sería el único episodio trágico relacionado con la controvertida obra, pues uno de los decoradores de escena Tadeo Villalba daría muerte a un duque. Al igual que en el caso anterior, se encontraban inmersos en la disputa por una mujer, pues, al parecer, el noble pretendía arrebatarle la novia al joven.
La tragedia en tres actos, se cerraría cuando ese mismo año, 1922, Alfonso Tudela, un actor de elenco artístico de «Santa Isabel de Ceres» moría trágicamente a manos de su suegra, que lo degolló cortándole la tráquea con una navaja de afeitar. Como para no creer en las meigas y las supersticiones.
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