Cuatro asesinatos casi perfectos a las espaldas de Ramón Laso, un peligroso psicópata
Siempre hay algún factor que contribuye a desenmascarar al más peligroso de los asesinos, aunque hay alguno -muy pocos- que, por desgracia, se termina saliendo con la suya. Ramón Laso Moreno, nacido en 1955 en Amposta (Tarragona) es uno de esos delincuentes que dejan una profunda huella, en el peor sentido del término, a lo largo de la historia. Al igual que todos los de su calaña, bajo la apariencia de un hombre encantador, agradable y simpático, se esconde un peligroso asesino capaz de llevar al límite sus deseos, no escatimando medios, aunque sean los más obscenos, para conseguirlos. Los psiquiatras que han estudiado su personalidad lo definen como un hombre obstinado, frío y calculador, incapaz de sentir remordimientos ni mucho menos empatía hacia terceras personas.
Su carrera criminal, en la que dejó cuatro víctimas, se inicia el 9 de junio de 1988. En aquella fecha, el temible Laso dio muerte a quien entonces era su esposa, Dolores Camacho, de 25 años. En un principio le saldría aparentemente bien su crimen, pues aunque la había estrangulado, recogió su cadáver y lo situó en las vías del ferrocarril. Al paso de un convoy ferroviario, el cuerpo de la mujer resultaría decapitado. Simuló un suicidio y nadie cuestionaría la muerte de Lolita.
Cuando estaba a punto de cumplirse un año del óbito de quien fuera su esposa, Laso recogió a su hijo, Daniel, de seis años, a la salida del colegio. Con su vehículo tomó la sinuosa carretera de Gandesa-Cherta. En un momento dado arrojó el automóvil por un barranco, al que posteriormente prendería fuego, falleciendo calcinado el pequeño. El criminal saldría ileso. Por la muerte de su vástago cobraría tres millones y medio de pesetas (unos 21.000 euros al cambio actual). Parecían demasiadas casualidades y también demasiadas tragedias. Hubo una persona que puso el grito en el cielo, que fue su suegro.
Un prestigioso detective que había descubierto otros hechos similares, Jorge Colomar se encargó de demostrar que se encontraban ante dos asesinatos. El mismo Laso lo reconocería cuando fue detenido en marzo del año 1990. En el año 1991 sería condenado a un total de 57 años de cárcel por los delitos de asesinato y estafa a la compañía que lo había indemnizado por la muerte del hijo. Sin embargo, su buen comportamiento, además de los trabajos que efectuaba en la prisión -en la que era jefe de cocina- le valdrían innumerables beneficios penitenciarios que reducirían ostensiblemente la condena, de la que tan solo llegaría a cumplir once años efectivos.
Nueva vida y nuevos asesinatos
Siempre se ha dicho, y así resulta, que los psicópatas son incapaces de aprender de su experiencia, repitiendo los mismos actos que en el pasado les ocasionaron consecuencias funestas. Así le sucedería a Ramón Laso. Al salir de prisión, en el año 2001, trató de rehacer su vida, maquillando su pasado, ocultando incluso a su nueva familia sus andanzas pretéritas. Nadie de su nuevo círculo sabía que había sido condenado. Se enamoró de la portera de una finca situada en la localidad tarraconense de Els Pallaresos, Julia Lamas, un año más joven que él. Sin embargo, enseguida comenzó a sentir afecto por la hermana de esta, Mercedes Lamas, una enfermera casada con Maurici Font, un celador de un centro sanitario de la comarca en la que ahora residía. Ahí comenzará una nueva y rocambolesca historia que habría de desenmarañar también el célebre detective que descubrió sus dos primeros asesinatos.
Todo comienza el 27 de marzo de 2009 con la desaparición de Maurici y Julia. Ramón, que estaba obsesionado con Mercedes se dirigió al centro sanitario en el que ella trabajaba para decirle que su marido y su hermana «los muy sinvergüenzas han huido en tu propio coche». La sanitaria jamás se creyó la versión que le contaba el conocido psicópata. Consideraba poco menos que imposible que hiciesen tal cosa. Ambos irían a denunciar su misteriosa desaparición a la comisaría, si bien es cierto que Laso mantuvo en todo momento que él les había visto huir, por lo que desde la Policía les aconsejaron esperar 48 horas.
A lo largo de más de dos años no se tuvo noticia ninguna de las dos personas desaparecidas. Maurici Font era diabético y no constaba ninguna petición de insulina para tratar su enfermedad, lo cual no era ni mucho menos normal. Tampoco se había registrado movimiento alguno en las cuentas de ambos, lo cual también era muy paradójico. Los indicios en contra de Laso se acumulaban, a pesar de su manifiesta terquedad.
En una espectacular operación policial llevada a cabo el 27 de marzo de 2011, dos años después de las dos últimas desapariciones era detenido Ramón Laso en el bar que regentaba, mientras se encontraba sirviendo cafés a algunos clientes. En su declaración ante el juez, el primero de abril de 2011, proclamaría de rodillas ante el juez su inocencia, pero nadie le creyó y fue enviado a la cárcel.
Tras ser detenido, agentes especializados de los Mossos d´Esquadra rastrearían un huerto de su propiedad en busca de posibles restos de sus dos últimas víctimas, empleando para ello un georradar, aunque la búsqueda resultarían en vano. Se encontraría una vaga prueba en una de su herramientas, pues se hallaba manchada de sangre. Sin embargo, en este caso los cuerpos no aparecieron nunca.
30 años de cárcel.
En abril del año 2014, Ramón Laso visitó de nuevo las dependencias judiciales en la segunda vista oral que se celebraba en su contra. Con aspecto desafiante, solicitaría al tribunal que «no tuviese en cuenta su pasado». Él sostuvo siempre que su esposa y su cuñado se habían fugado, pero nadie se creía aquella versión. Su propio abogado lo definiría como «un psicópata de libro»,
A pesar de no aparecer los cuerpos de sus víctimas, Ramón Laso sería sentenciado a cumplir 30 años de cárcel por un doble homicidio, tras ser declarado culpable por el propio jurado. No se le pudo condenar por el delito de asesinato al no existir pruebas de cómo había dado muerte a sus dos últimas víctimas. No obstante, la condena no se quedaba ahí. De la misma forma, debía indemnizar a los familiares de los dos desaparecidos con 700.000 euros, al tiempo que se le imponía una orden de alejamiento durante veinte años de un kilómetro de los familiares de Maurici Font y Julia Lamas.
Nos encontramos ante un hecho más de un individuo que es incapaz de aprender de sus errores, y lo que es peor reincidir en ellos de la forma más abyecta y miserable, a pesar de que ya lleva un tercio de su abominable existencia entre los muros de la cárcel. Es probable que cuando cumpla los dos tercios de la segunda pena que le ha sido impuesta probablemente sea puesto en libertad, lo cual no tranquiliza a la sociedad ni mucho menos a los familiares de las víctimas que ha sufrido en sus propias carnes la maledicencia de un individuo que no deja de ser un vulgar energúmeno.
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