
Muchos vitorianos se encontraban aterrados a finales de los años noventa al producirse cuatro inexplicales crímenes en los que el asesino se había comportado de una manera especialmente sádica y brutal. Eran muchos los que se preguntaban quien o quienes podrían estar detrás de aquellos salvajes asesinatos que conmocionaban y conturbaban la paz social en la capital alavesa. Lo que nadie se podía imaginar es que detrás de aquella barbarie, probablemente pensada y calculada, se encontraba un hombre de rostro amable y gentil, que podía ser un magnífico padre de familia y un excelente compañero de trabajo. Por lo menos así lo definirían quienes lo conocían. Se trataba de Koldo Larrañaga, un individuo de 38 años de edad por aquel entonces, que había sido un empresario de hostelería, a quien las deudas le habían dejado una situación económica crítica y a quien, como a casi todos los psicópatas, le faltaba constancia y entrega, pero, al igual que los de su condición, tenía ese encanto y engatusamiento personal a los que son tan proclives quienes cometen crímenes en masa y que solamente se descubre su verdadero rostro cuando son descubiertos y caen en las garras de la justicia. De hecho, el sujeto en cuestión se ganaría el sobrenombre de «El asesino amable».
Koldo Larrañaga se dedicó a diversas ocupaciones en sus años mozos. Tenía vocación para la docencia, pero nunca llegaría a terminar los estudios de magisterio en los que se había matriculado en plena juventud. Aún así, en los años noventa ejercería como profesor particular en distintas academías de Vitoria, a pesar de que su araganería era superior a su vocación y hubo de abandonar esta profesión. Más tarde, se iniciaría en los negocios hosteleros, que se saldarían nuevamente con resultados ruinosos debido a su escasa dedicación. Esa situación de quiebra personal se reflejaría en su vida personal, llegando a separarse de la mujer con la que había formado una familia y tenía un hijo. Lleno de deudas y con escaso futuro, comenzaría una carrera delictiva que pone la carne de gallina con tan solo hacer un breve repaso a su cruel y brutal historial, similar al de cualquier asesino que alcanza la triste celebridad y que casi siempre asociamos con otros lares, ya que nos parece prácicamente imposible que eso pueda suceder en nuestro alrededor
Ensañamiento y crueldad extrema
Su primera víctima sería la profesora de inglés Esther Areitio, de 55 años, viuda, a la que conocía porque vivieron muy cerca y coincidían en el Bar Androide, le robó joyas y unas 170.000 pesetas, que otra persona sacó con sus tarjetas de crédito. Pero en este caso sería muy minucioso en la escena del crimen. Aquel 8 de mayo de 1998 asesinó presuntamente a Esther Areitio en su domicilio y después la descuartizó en seis trozos, cabeza, tronco y extremidades, y limpió el piso. Los guantes de latex impedirían que dejase huellas. Sobre el depósito de agua del baño apareció un cuchillo de monte, similar a los dos que había comprado, según los comerciantes que se lo vendieron. En un primer momento la Ertzainza trató de seguirle la pista, pero todo indicaba que era bastante complicado ya que el criminal se había cerciorado de que no quedase un rastro fiable.
Apenas un mes después de haber perpetrado el primer asesinato. el 9 de junio de 1998 perpetraría su segundo crimen. En esta ocasión, en la persona de Acacio Pereira, un empresario de cordelería que tenía 72 años, quien en aquel momento se encontraba afectado de un cáncer de hígado. Al igual que había ocurrido con la docente, la saña se convertiría en su inexorable seña de identidad. Le asestaría varias cuchilladas, además de amarrale a una silla. Con el segundo asesinato, la conmoción y el terror se hcieron patentes en la capital vitoriana, a lo que se sumaba que la investigación se encontraba estancada por carecer de pistas fiables que condujesen a la detención del homicida.
Asentado ya en Madrid y alejado de su País Vasco natal, en agosto de 1998 viajaría de nuevo a Vitoria para entrevistarse con un empresario de máquinas tragaperras, Agustin Ruiz, a quien debía grandes sumas de dinero, cifradas en varios millones de pesetas. En el transcurso de la tensa entrevista, relataría durante el proceso que se siguió en su contra que ambos habían discutido de forma acalorada. Al parecer, atacaría a su nueva víctima con un destornillador, el primer objeto que encontró a mano. Este era un crimen no previsto, según sus propias palabras y que, a diferencia de los dos anteriores, sí dejaría algunas huellas, a pesar de lo cual no sería detenido hasta nueve meses más tarde, después de perpetrar un cuarto homicidio.
Koldo Larrañaga pondría el colofón a su orgía sangrienta el día 24 de mayo de 1999, un año después de haber cometido el primer crimen. La persona que se cruzó trágicamente en su camino fue una joven abogada vitoriana de tan solo 28 años de edad, Begoña Rubio, quien aparecería muerta en el despacho que regentaba desde hacía menos de un año en la calle Siervas de Jesús, de la capital vitoriana. Una vez más, la crueldad se hacía patenta, ya que el asesino le había asestado varias cuchilladas, una de las cuales le perforaría la garganta. Al igual que había acontecido en las otras tres ocasiones previas, el criminal no dudó en ningún momento en ensañarse cruelmente con su joven víctima, siendo este el séptimo crimen que se cometía en la capital alavesa en menos de año y medio, lo que hacía saltar todas las alarmas ante la posibilidad, como así quedaría demostrado, de que por la ciudad campase a sus anchas un asesino en serie. En este último caso serían los padres de la abogada asesinada quienes darían la voz de alarma ante la Ertzainza debido a la insual tardanza de la muchacha, siendo descubierto su cuerpo sin vida ya de madrugada.
Posteriormente, tras las investigaciones policiales pertinentes, se demostraría que detrás de todos sus crímenes había un móvil económico, pues a todas las víctimas les había sustraído alguna cantidad de dinero, que iban desde las 4.500 que se apoderó del bolso de la abogada, pasando por las más de 160.000 pesetas que le robó al empresario Agustín Ruiz, así como otras cantidades inferiores a esta última a dos de sus otras víctimas
Detención y condena
Como todos los psicóptas, sus crímenes obedecían a un plan trazado de manera muy meticulosa, pero también había cometido algunos errores que le llevarían a dar con los huesos en la cárcel. Después de haber sembrado el terror en Vitoria sin mostrar compasión alguno hacia sus víctimas, Koldo Larrañaga sería detenido en Madrid el 29 de mayo de 1999 tras una operación conjunta llevada a cabo por la Ertzainza y la Policía Nacional. En la capital de España se procedería a su detención en la calle Fuente de Lima, en la que residía su novia, quien también sería detenida, aunque puesta en libertad tras prestar declaración. Los vecinos de los dos detenidos no salían de su asombro al ser informados quien era realmente aquel sujeto educado y encantador con el coincidían con frecuencia en la escalera de su portal. Y es que como todos los de su grey, ninguno es quien aparenta parecer. En el transcurso de su captura, le serían intervenidos distintos objetos personales, algunos de los cuales, entre ellos un manojo de llaves, que pertenecían a dos de sus víctimas.
También causaría sorpresa en Vitoria que a Koldo Larrañaga le atribuyesen dos de los crímenes que habían ocurrido en la ciudad en aquel último año. Sus allegados y personas que lo trataban no dudaban en definirlo como un hombre de trato exquisito y refinado, que había fracasado en algunos de los negocios que había emprendido, pero que nadie se podía imaginar que detrás de un manso cordero se escondiese un peligroso depredador y que en realidad era alguien muy distinto a la persona risueña y afable con la que a menudo coincidían.
En noviembre del año 2000 se iniciaría el primer juicio contra Koldo Larrañaga. La Audiencia Provincial de Vitoria lo sentenciaría a un total de 20 años de cárcel, quince como autor de la muerte de Agustín Ruiz y otros cinco por robar en su domicilio. Igualmente debería indemnizar a los hijos de la víctima con doce millones de pesetas a cada uno, a pesar de que este individuo era a todas luces insolvente.
Un año más tarde, en el mismo mes del año 2001, fue condenado a 30 años de prisión por el asesinato de la abogada vitoriana Begoña Rubio, además de tener que resarcir económicamente en concepto de responsabilidad civil con 30 millones de pesetas a los padres de la joven letrada. Veinticinco de los treinta años que le imponían era como consecuencia del delito de asesinato, en tanto que los restantes fue por haber allanado su despacho, así como por haberle robado, lo mismo que había hecho con su anterior víctima.
Dos de los cuatro crímenes que le atribuían, concretamente el de la maestra Esther Areitio y el del cordelero Acacio Pereira quedarían impunes, ya que el criminal jamás llegaría a reconocerlos, por lo que fue imposible condenarlo por estos hechos, debido a la inexistencia de pruebas concluyentes para poder incriminarlo, dadas las precauciones que supuestamente se había tomado.
Excarcelación y muerte
A finales de julio del año 2017 Koldo Larrañaga se vería beneficiado de la ley penitenciaria que contemplaba su excarcelación por razones humanitarias, esas mismas de las que él había carecido con sus propias víctimas, con las que se ensañó de una forma terrible y escabrosa, impropia de cualquier ser humano que se precie como tal. El argumento esgrimido para su excarcelación era la detección de una enfermedad cardíaca incurable, dolencia que con el paso de los años, concretamente el día 27 de enero de 2021 terminaría con su vida a la edad de 60 años, debido a que precisaba un trasplante de corazón que no llegaría a producirse nunca
Con su fallecimiento, en casa de su madre -la persona que había sentido algo de conmiseración por un desprecibale y ruin retoño- se ponía fin a los trágicos episodios, pero no a sus consecuencias de dolor y rabia, que sacudieron la capital alavesa a lo largo de un año. Moría también el último asesino en serie que pululó por la ciudad de Vitoria y, dicho sea de paso, ojalá no vuelva a sufrir más capítulos sangrientos protagonizados por energúmenos carentes de los más mínimos escrúpulos humanos.
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