
En los durísimos tiempos de Posguerra valía cualquier ardid para salir adelante, con el afán de ir sorteando la difícil existencia que deparaba aquella brava época. Algunos quisieron ir mucho más allá, o tal vez el sentimiento de la avaricia les jugó una muy mala pasada y llevaron a esta última hacia cauces muy extremos. Tal sería el caso de una tragedia, denominada por algunos drama rural, que ocurríría en la década de los años cuarenta del pasado siglo en el municipio alcarreño de Anguita, situado en la Sierra Norte de Guadalajara, en lo que actualmente se denomina España Vaciada, cuando Florentino Lluva Macho, un hombre que ya había alcanzado los 45 años de edad, decidió liquidar de forma sibilina a sus tres hermanos con el afán de herederar su patrimonio. En un principio las cosas marcharon aparentemente bien para el criminal, que disfrazaba los crímenes de aparentes accidentes fortuitos, aunque a partir del tercer asesinato la historia daría un giro muy brusco y se iniciaría una investigación para esclarecer los hechos, pues tantas muertes accidentales en apenas año y medio no parecían para nada casuales.
La historia arranca el día 8 de diciembre de 1945 cuando -en unas circunstancias que jamás estuvieron claras- aparecería muerta su hermana Antonia junto a un muro de su casa. La primera versión de los hechos apuntaba a que la mujer probablemente se hubiese precipitado al exterior de manera fortuita, aunque los investigadores deducirían con posterioridad que el mismo Florentino Lluva se encargó de arrojar el cadáver desde el balcón, disfrazando el suceso de un aparente y fatídico accidente. No obstante, nadie se encargaría de investigar los hechos y se dio por buena la caída accidental de la primera víctima.
Tardaría algo más de un año en volver a actuar el asesino fratricida. En esta ocasión le tocaría el turno a su hermano Inocente, quien aparecería muerto el 29 de diciembre de 1946 entre las ruinas de una cuadra posterior de la vivienda en la que residían. En este caso su verdugo había recubierto el cadáver con piedras, simulando que se habían desprendido de un muro que cayó sobre el infortunado. Al igual que había ocurrido en la primera tragedia, nadie investigaría las causas de aquella muerte y se dio por buena -una vez más- la teoría del accidente fortuito. Con dos siniestros mortales en poco más de un año se tenía la extraña sensación de que una terrible maldición perseguía a aquella familia del rural alcarreño.
La tercera muerte
Para completar la tarea y ver cumplido el sueño de adueñarse de todo el patrimonio familiar, a Florentino Lluva Macho todavía le quedaba trabajo por hacer. La última en caer sería su hermana Emiliana, la única de la familia junto a él que todavía continuaba con vida. Sin embargo, el criminal se dio demasiada prisa y esperó el menor tiempo posible, lo que jugaría fatalmente en su contra, pues es a partir de ese momento cuando el juez de Sigüenza, partido judicial al que está adscrito el término municipal de Anguita, iniciaría una investigación. La última de sus víctimas aparecería en el mismo lugar y en circunstancias muy similares a como había aparecido la primera, Antonia. Presentaba además, diversos hematomas y la base del cráneo destrozada, lo que despertaba ya algunas sospechas. Es entonces cuando se decide investigar aquellas muertes que para la judicatura no solo no están claras, sino que desecha taxativamente que obedezcan al fruto del azar o la mala suerte.
A los escasos días del haberse producido la última tragedia, Florentino Lluva Macho es detenido. Ante la Guardia Civil se declarará autor material de la muerte de la última de su hermanas, aduciendo que pretendía heredar su patrimonio, aunque negaría que tuviese algo que ver con las otras dos muertes, sosteniendo que ambas han sido fortuitas. La misma versión sostendrá en el transcurso del juicio, que se celebraría en Guadalajara en el mes de junio de 1950.
Sentenciado a muerte
En el mes de junio del año 1950, los alcarreños, además del Mundial de fútbol que por aquellas fechas se desarrollaba en Brasil, estuvieron pendientes de la resolución de un juicio que se celebraba en la Audiencia Provincial de Guadalajara en contra de Florentino Lluva Macho, quien estaba acusado de haber dado a sus tres hermanos con el propósito de heredar toda la hacienda familiar. Desde el primer instante, ya en sus conclusiones provisionales, el fiscal encargado del caso solicitó tres penas de muerte para el acusado, petición que mantendría hasta el final del juicio por considerar que constituían tres delitos de asesinato. Por su parte, Florentino Lluva, sostuvo que él solamente había dado muerte a una de sus hermanas, mientras que los dos decesos restantes habían obedecido a accidentes fortuitos. Su abogado defensor, el letrado alcarreño Manuel Rivas Guadilla, que había sido presidente de la Diputación Provincial en 1941 y que muchos años más tarde habría de defender al capitán de caballería Juan Miláns del Bosch del delito de injurias al Jefe del Estado, avalaría la posición de su defendido, aduciendo que que en las dos primeras muertes no había sido probada la participación de su defendido, en tanto que la última rebajaba la calificación de homicidio a asesinato, y reducía la condena a la pena de 14 años de prisión.
En el mes de julio de 1950 se conocía el veredicto del tribunal, que condenaba a la pena de muerte a Florentino Lluva Macho por tres asesinatos, con el agravante de parentesco. A menos que el Tribunal Supremo no ratificase la sentencia o el Consejo de Ministros le concediesen la gracia del indulto, todo indicaba, como así terminaría sucediendo, que el fratricida alcarreño terminaría sus días con su cuello aplastado por el garrote vil.
Su abogado recurrió en primera instancia al Alto Tribunal, quien no hizo otra cosa que ratificar la resolución dictada por la Audiencia Provincial de Guadalajara. En vista de que este recurso no había prosperado, quemó un último cartucho recurriendo al Consejo de Ministros, quien el 18 de mayo de 1952 desestimaría la petición de clemencia formulada por el abogado Manuel Rivas para con su defendido Florentino Lluva Macho.
Florentino Lluva Macho moriría en la madrugada del día 18 de junio de 1952 en la prisión Provincial de Guadalajara, a manos del verdugo de la Audiencia Provincial de Madrid, Antonio López Sierra, «alias el Corujo», que en aquel momento aún era uno de los jóvenes sayones que ejecutaba a quienes sentenciaban a la pena capital. Con la muerte de Lluva Macho se extinguía un clan familiar alcarreño, que protagonizó una de las más tristes y macabras historias de la crónica negra contemporánea en España, propias de una de las mejores series de suspense.
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