
La España de 1977 comenzaba a ser verdaderamente diferente a como lo había sido durante los ocho lustros anteriores, y ahora no obedecía a ningún eslogan ni a falso estereotipos patrocinados desde ningún ministerio con el afán de atraer turistas. Se había inaugurado un sistema político que consagraba la libertad de los individuos y se habían celebrado las primeras elecciones libres en más de cuarenta años. Eso era lo que diferenciaba a la nueva España de la anterior y era la gran novedad en el panorama europeo de la época en la que una ejemplar Transición a la democracia sería el fiel reflejo de una nueva sociedad que aspiraba a vivir en paz y libertad. Aún así, en medio de ese clima, se produjeron algunos hechos que rememoraban a la vieja España negra en la que se producían hechos difícilmente explicables.
Uno de esos acontecimientos socavaría la tradicional tranquilidad del país en pleno mes de septiembre de 1977, cuando todavía rechinaban los ecos de las primeras vacaciones en libertad y muchos soñaban con aquellas rubias europeas en bikini que habían inundado la costa mediterranea en los calurosos meses de julio y agosto. La noticia en cuestión fue el secuestro de una pequeña de cuatro años en Valencia el día 5 de septiembre, Verónica Carlier Corell, que era hija adoptiva del cónsul de Bélgica, Pier Jean Carlier. La pequeña fue raptada del jardín situado en la zona residencial del Campo del Olivar, en el municipio valenciano de Godella, distante apenas diez kilómetros de la capital del Turia. Los hechos fueron un tanto confusos y de difícil explicación, pues alrededor de las siete y media de la tarde la niña se hallaba jugando en el jardín. En un interín en el que su madre entró en el interior de la vivienda en la que residían se produjo su misteriosa desaparición. A ello se sumaba el hecho de que los dos perros de la familia, de raza doberman, no habían ladrado en un solo instante, lo que añadía todavía más misterio al asunto. Inmediatamente se puso en conocimiento de las autoridades su enigmática desaparición, que no se sabía a que motivos podría haber obedecido, pues nadie se puso en contacto con la familia en ningún instante.
Durante algún tiempo se barajó la posibilidad de que la criatura fuese secuestrada por algún grupo armado de la época, o bien los GRAPO o el FRAP, quienes todavía no habían tomado su decisión de disolverse. Sin embargo, voces autoridades de las dos bandas terroristas negaron cualquier implicación en el secuestro de la pequeña Verónica Carlier. Otra de las hipótesis que tomaría fuerza sería el hipotético rapto de la criatura por parte de algún interno que se hubiese escapado del Hospital Psiquiátrico de Bétera o del Reformatorio de Godella, aunque con el paso del tiempo ambas tesis irían perdiendo fuerza.
Batida
Ante la magntitud que había tomado el suceso, que había sido difundido por todos los medios de comunicación de la época, se realizó una espectacular batida en la zona, desplegándose más de 200 agentes de la Guardia Civil para tratar de localizar con vida a la pequeña, quienes contaban con el apoyo de perros rastreadores y también de un helicóptero. Peinarían un área de diez kilómetros a la redonda, pero no hallaron ningún indicio que pudiese ofrecer alguna pista fiable en torno al paradero de Veronica Carlier. En aquellos infaustos días la familia continuaba esperando alguna llamada que pudiese invitar a la esperanza, sospechando que tal vez los raptores de su hija buscasen alguna recompensa económica a cambio de su libertad
Tras tres agotadores días de esfuerzos en busca de la niña, el día 8 de septiembre de 1977, la historia llegaba a su desenlace final en las peores circunstancias posibles. Un perro de la familia comenzó a ladrar de forma continuada y de forma un tanto espantosa al tiempo que permanecía inmóvil al lado de una enorme piedra a tan solo ochenta metros de la casa en una zona de monte, lo que hizo sospechar a los investigadores de que el animal probablemente hubiese husmeado algo, tal como así sería. Debajo de aquella gran piedra, aquel perro doberman, que no había ladrado cuando desapareció, localizaría el cuerpo de la pequeña Verónica Carlier sin vida. Llamaba la atención que en la zona aledaña se encontrase una herramienta de un albañil, propiedad del único detenido, así como lo bien trabadas que se encontraban las piedras bajo las que yacía el cuerpo de la niña, lo que daría pie a la detención de un individuo conocido como «El Ermitaño», soltero, de 53 años, albañil de profesión, con antecedentes por abuso de menores, que además conocía a la niña.
Enterrada viva
La autopsia a la pequeña Veronica Carlier revelaría datos verdaderamente espeluznantes de las circunstancias en las que se produjo su muerte, pues su asesino la habría enterrado cuando aún se encontraba con vida. Además, pondría de manifiesto que había sido violada por su raptor, lo que añadía más horror al que sufrió la pequeña cuando fue secuestrada, que inmediatamente sería la portada de los diarios y revistas españoles de la época, en un tiempo en el que la naciente política en libertad solía acaparar las primeras páginas.
Todos los indicios apuntaban a aquel extraño hombre, a quien apodaban «El Ermitaño«, tanto por su historial delictivo como por las únicas pruebas aportadas, que gozaban de un cierto valor incriminatorio, ya que la improvisada tumba en que fue encontrado el cuerpo de Verónica Carlier era sin lugar a dudas, una de las mayores señales de que había sido construida por alguien que tenía conocimientos de albañilería, además de conocer el domicilio familiar y a la pequeña, pues los perros no se habían sobresaltado el día en que ocurrió su trágico secuestro.
Los cabos parecían estar atados y bien atados. Sin embargo, no lo estimó así el juez encargado del caso, quien rechazó las pruebas que incriminaban al único acusado por la desaparición y posterior muerte de la pequeña Verónica Carlier, ante la estupefación general del país, quien daba ya casi por resuelto el caso, al tiempo que expresaba su indignación por tan repugnante crimen. Hubo una tercera persona que fue interrogada por la Policía, el jardinero de la propiedad familiar de los Carlier. No obstante, se desecharía la participación en el asesinato de la criatura de este último, dado que no se encontraron pruebas que lo incriminasen.
Aunque todos los indicios hallados apuntaban en una misma dirección, a lo que se sumaba la saña y el sadismo con el que se había empleado el cruel criminal, más de cuarenta años después todavía sigue despertando muchas incógnitas el crimen que costó la vida a Veronica Carlier Corell. Su asesino, para desgracia de la sociedad y los investigadores del caso, logró salirse con la suya, pues el caso desgraciadamente ha prescrito hace ya muchos años y ha podido campar a sus anchas tranquilamente, mientras que la hija del cónsul belga hace ya también más de cuatro décadas que reposa en la paz de un camposanto valenciano.
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