Descuartiza a su esposa y la entierra en el jardín en Vigo
A mediados de la década de los noventa en Galicia se vivía un progresivo proceso de urbanización constante que estaba dejando atrás el viejo concepto de los micronúcleos rurales que habían sido a lo largo de varios siglos el común denominador de su población. A la cabeza de aquella Galicia se encontraba un ya veterano político, Manuel Fraga Iribarne, quien ya celebraba sus bodas de oro a bordo de un coche oficial, quien muy recientemente había traído al dictador cubano Fidel Castro a conocer la tierra de sus ancestros, aunque jamás consiguiese convencerle de las ventajas que supone una democracia plural.
La crónica negra gallega había dejado en aquellos años algunos trágicos episodios de los que les llevaría algún tiempo reponerse a los gallegos de la época. En 1994 se habían producido diversos acontecimientos sangrientos, algunos de gran calibre como fue el caso de la matanza de Nigrán, perpetrada por dos policías o el doble crimen de un polígono industrial lucense que sigue todavía sin resolverse. Desgraciadamente, algunos hechos trágicos se repetirían al año siguiente en diferentes puntos de Galicia, siendo el sur uno de los lugares afectados por un truculento acontecimiento que conmocionaría profundamente a todo el entorno de las Rías Baixas galegas.
El día 11 de marzo de 1995 un amigo se dirigió a la casa de Antonio Rodríguez Martínez, un joven de 26 años, que vivía con su esposa Ana Isabel Rivas, de 25 en la parroquia viguesa de Beade. Mantuvieron una breve conversación en el transcurso de la cual el primero le preguntó a su anfitrión dónde se encontraba su mujer, a lo que este último contestó que le había dado muerte. Extrañado por esta respuesta y la frialdad con la que la pronunciaba, optó por no creer su contestación, aunque pasado algún tiempo y al no ver a la joven en la vivienda comenzó a dar credibilidad a sus palabras, que -en un principio- las había tomado a broma, de muy mal gusto por cierto.
Denuncia
El amigo de Antonio Rodríguez al sentirse extrañado por la ausencia de Ana Isabel Rivas decidió acudir a la Comisaría de Policía de la ciudad olívica para denunciar el presunto asesinato. En un principio, al igual que le había sucedido a él, los agentes tampoco dieron mucho crédito a su relato. A pesar de todo, decidieron investigarlo trasladándose a la parroquia de Beade, donde supuestamente se había cometido un crimen.
Encontraron al joven en su casa y le preguntaron de forma reiterada por su esposa, dónde se encontraba. En un principio, como suele suceder en estos casos, Antonio respondió con muchas evasivas y con un relato incoherente y hasta un poco irracional, pero los agentes enseguida se dieron cuenta de que allí había sucedido algo raro. Sin embargo, ante la insistencia de los policías el joven terminaría derrumbándose y confesando la verdad de los hechos. Finalmente llevaría a los policías hasta el lugar donde había sepultado a su esposa en una maleta.
Los miembros del cuerpo nacional de Policía se verían horrorizados al contemplar con estupefacción el deplorable estado en que se hallaban los restos de Ana Isabel Rivas, quien había sido asesinada el día anterior, 10 de marzo de 1995. Además de confesar el crimen que le había costado su vida a su mujer, había profanado su cadáver, el cual presentaba una desfiguración prácticamente total de su rostro al ser rociado con algún ácido muy abrasivo. Posteriormente, su cuerpo sería trasladado a un tanatorio donde se le practicó la correspondiente autopsia, mientras que Antonio Rodríguez ingresaría en prisión provisional sin fianza.
La idea de descuartizar su cuerpo le sobrevino en el momento de darle muerte para así poder enterrar mejor el cadáver. En cuanto al hecho de que la hubiese rociado de ácido podría estar motivado por la circunstancia de intentar dificultar la labor de los investigadores en el hipotético caso de ser descubierto, aunque también podría estar motivado por el odio que sentía hacia su compañera y que incapaz de disimular.
Malos tratos
Al parecer, según comentarios de los vecinos de la parroquia de Beade, el joven criminal era muy habitual que le dispensase malos tratos a su esposa, pues se escuchaban constantemente disputas entre la pareja, aunque nadie podía imaginar un final tan trágico ni mucho menos tan macabro.
Ana Isabel Rivas era conocida en los medios policiales por las numerosas denuncias que había presentado contra su marido en la comisaría viguesa. Además, la pareja había pasado algún tiempo separada, pero después habían reiniciado una relación que terminaría volviéndose trágica.
Antonio Rodríguez Martínez sería condenado por la Audiencia Provincial de Pontevedra a 25 años de prisión por el asesinato de su esposa, además de satisfacer con diez millones de pesetas(60.000 euros actuales) a los herederos de la víctima.
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