Un marinero asesina a un taxista en A Coruña arrojándolo al mar
Los profesionales del taxi se juegan la vida cada día. A diario son muchas las noticias que podemos leer en la prensa en las que estos conductores son objetivo de rateros y delincuentes habituales, que tan solo aspiran a hacerse con unas nimias cantidades de de dinero con las que dan el cambio a sus muchos clientes. Lo peor de todo, y no son poca veces, es cuando los taxistas son víctimas de un asesinato. Por desgracia, esto último no es nuevo.
Ya en la década de los sesenta del pasado siglo, en pleno franquismo, eran víctimas de robos e incluso de asesinatos, pese a la supuesta mano dura que ejercía el régimen con los delincuentes. Incluso, este tipo de actos delictivos llegaba a una Galicia escasamente desarrollada y masivamente rural en la que la práctica totalidad de sus muchos vecinos del mundo rural se conocían y se vivía, aparentemente, en un ambiente de común armonía.
Esa buena sintonía entre los gallegos de aquella se época se vio bruscamente alterada una noche de un ya lejano 16 de marzo del año 1963 cuando aparecía un taxista brutalmente asesinado en el muelle del este de la ciudad de La Coruña, una urbe muy tranquila y en constante expansión, que en esos momentos se estaba jugando el liderazgo de primera ciudad gallega con el rival de sur, Vigo.
Alrededor de las diez de la noche, en la parada de taxis del barrio herculino de Cuatro Caminos, un joven marinero de tan solo 19 años, José Ramón Santiago Fernández, natural del municipio coruñés de Muros, le requirió los servicios a un joven taxista de 32 años, Antonio Verdura López, originario de la provincia de León pero que ya llevaba algún tiempo afincado en A Coruña. Le solicitó que lo llevase hasta el muelle del Este. Una vez allí, el infortunado profesional le requirió que le abonase las 32 pesetas (0,22 euros actuales) que costaba su servicio. José Ramón Santiago había abandonado el barco en el que trabajaba, pues debía incorporarse al servicio militar, por lo que había cobrado la suculenta cantidad de 3.200 pesetas (19,23 euros actuales), una buena cifra para la época, teniendo en cuenta que muchos salarios no alcanzaban las mil pesetas mensuales.
Arrojado al mar
Una vez llegaron al punto de destino, el joven marinero sorprendió al taxista lanzándole una pequeña cuerda al cuello, que pillaría desprevenido al conductor, quien mantuvo un forcejeo con el muchacho. Finalmente debido, quizás a la mayor envergadura de este último, el taxista sucumbiría ante Santiago Fernández, quien lo arrastraría desde el interior del vehículo durante varios metros. Antonio Verdura llevaría un golpe en la cabeza al golpearse contra el suelo en el momento en que era arrastrado por su verdugo que le hizo perder el conocimiento, aunque todavía se encontraba con vida, según detallaban los informes forenses que le fueron practicados.
Una vez inmovilizada su víctima, procedió a registrarle sus pertenencias, tanto el vehículo como sus ropas, hallando 810 de pesetas (4,87 euros) de las que se apoderaría de inmediato. Para evitar en lo posible ser descubierto, José Ramón Santiago arrojaría su cuerpo al mar, cuando todavía se encontraba con vida, pero con un traumatismo en la cabeza a consecuencia del golpe recibido al impactar su cabeza en el cemento. Su cuerpo aparecería boyando al día siguiente en las aguas del puerto coruñés.
El joven asesino del taxista también intentaría conducir el vehículo de Antonio Verdura, pero su impericia sería un factor determinante en su delación. El joven fue visto en la avenida Primo de Rivera de A Coruña tratando de hacer arrancar el coche, solicitando para ello la ayuda de un conocido industrial coruñés, quien le reconocería como el hombre que pretendía conducir el coche del taxista asesinado, pero se daba la paradoja de que, además de carecer del pertinente permiso, tampoco sabía manejar vehículos a motor. El taxi se le había calado y no era capaz de arrancarlo por lo que solicitaba ayuda para que se lo empujasen.
Detención
Después de realizar las pertinentes investigaciones, contando ya con un buen número de datos, en la jornada del 29 de marzo, casi dos semanas después del crimen, la Brigada de Investigación Criminal herculina se trasladaba a Muros, el municipio natal del asesino, para proceder a su detención. José Ramón Santiago se encontraba en la casa de sus padres y al día siguiente debía personarse en la Ayudantía de Marina de aquella localidad para incorporarse a filas al servicio militar.
En su declaración ante el juez, el joven alegó en su descargo que el día de autos no llegó a tiempo para tomar el último autobús de línea regular que cubría el trayecto entre la capital de la provincia y la localidad costera de la que era originario, por lo que requirió los servicios de un taxista. Negó que tuviese intención de asesinarlo y que su caída al mar había sido totalmente fortuita, fruto del forcejeo que mantuvieron. Además, señalaría que se había apoderado del vehículo del taxista para desplazarse hasta Muros. Sin embargo, los informes forenses jugaron en su contra, pues se constataba que el golpe en la cabeza recibido por la víctima se había producido con anterioridad a su caída al agua.
Seis meses más tarde se celebraría el juicio contra el autor del asesinato del taxista coruñés, un suceso que conmovió de sobremanera a la ciudad de A Coruña, que siempre se ha caracterizado por su gran tranquilidad. José Ramón Santiago sería condenado a 20 años de cárcel, acusado de un delito de asesinato con robo. Además, debía indemnizar a los familiares de la víctima con la cantidad de 75.000 pesetas(450 euros actuales).
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Era un niño de ocho años cuándo sucedió esto. Recuerdo que cuándo le preguntaron al asesino por qué lo había hecho, contestó «doume a toula» o «doume a toulada»