O Piloto: ejecución o asesinato
Fue el último guerrillero en ser abatido, ya en la década de los sesenta. Su lucha en aquel entonces ya carecía de cualquier sentido, pues la mayor parte de sus compañeros la habían abandonado, cuando no muerto en distintas circunstancias. Algunos en tiroteos con la guardia civil, en tanto que otros a consecuencia de las penalidades que habían sufrido en montes y montañas gallegas. Si no tenía sentido su lucha, quizás lo tuviese menos la forma en que le dieron muerte. En aquel entonces, Xosé Castro Veiga, aunque decían que era muy rápido utilizando las armas, ya no hacía daño a nadie. Se había convertido en un hombre algo desnortado que no sabía a donde ir ni a donde acudir. Sin embargo, el anterior régimen, caracterizado por su implacabilidad en la lucha contra los viejos guerrilleros, no supo ni quiso perdonarle. A partir de ahí, comienza su leyenda y su mito.
En el año 1965, aunque el terrible recuerdo de la Guerra Civil estaba todavía muy presente en la sociedad de la época, la lucha contra el régimen de Franco había tomado unos cauces completamente distintos a los que se había llevado en los primeros tiempos de la dictadura. El maquis gallego, que había luchabado contra un cruel e inhumano sistema político, ya no tenía sentido alguno desde 1950, año en el que fueron abatidos y detenidos algunos de los últimos y más conocidos guerrilleros. En esos tiempos los distintos grupos de oposición, principalmente los sindicatos, se habían ido infiltrando en el régimen con el propósito de aprovechar las circunstancias o bien para descomponerlo o intentar destruirlo.
Los montes y montañas gallegos eran ya solo un nostálgico recuerdo para viejos guerrilleros que se habían enfrentado en ellos de una forma un tanto suicida a los agentes de la guardia civil. Aquella lucha carecía de cualquier sentido si es que algún día había tenido alguno. A mediados de la década de los sesenta ya solo quedaba Xosé Castro Veiga en la lucha armada clandestina. A lo largo de su dilatada lucha guerrillera se había caracterizado por ser muy escurridizo, burlando a la guardia civil en las situaciones más inverosímiles.
Atraco
En la mañana del 10 de marzo de 1965, fecha en que fue abatido O Piloto, había cometido un último atraco en una pudiente casa de O Saviñao, apoderándose de 15.000 pesetas. Castro Veiga siempre les decía a quienes asaltaba que era un «impuesto que le cobraba el legítimo Gobierno de la República». Al parecer había sido denunciado por los propietarios de la vivienda que había sido asaltada, dando cuenta a la guardia civil de la presencia del célebre forajido gallego. La familia a la que había atracado era una casa pudiente de la época, siendo el hijo más joven del propietario, Darío Vázquez Fernández, fallecido en la localidad pontevedresa de Porriño en 2004, quien daría la alerta a la guardia civil, además de seguir el rastro del célebre guerrillero.
Su perseguidor siguió perfectamente durante esa jornada el itinerario de O Piloto desde A Bugalla hasta la parroquia chantadina de Pesqueiras, al otro lado del Miño. Cuando Castro Veiga cruzó la carretera, su perseguidor aprovechó para entrar en las instalaciones de la central eléctrica buscando un teléfono para dar aviso a la Guardia Civil. Inmediatamente se acercaron dos patrullas procedentes de Escairón y Chantada a la caza del último maquis.
Un solo tiro
Un consumado y experto tirador descerrajó de un solo disparo la cabeza de O Piloto, mientras se hallaba sentado a la vera del río comiendo plácidamente. A Xosé Castro Veiga no le dio tiempo ni a pensar que su vida de forajido había terminado para siempre. Su cadáver constituyó una presa de valor incalculable tanto para el régimen como para las fuerzas del orden que no dudaron en exponerlo públicamente para cuantos quisiesen contemplar por última vez al hombre que había mantenido en vilo durante casi un cuarto de siglo a la guardia civil de los municipios del sur de Lugo.
La familia que denunció la presencia de Castro Veiga abandonaría su vivienda, trasladándose a otro lugar de la parroquia de A Bugalla, en el mismo municipio de O Saviñao. De la misma forma, su delator también abandonaría la casa familiar, estableciéndose en el municipio pontevedrés de Porriño, en el que fallecería 39 años más tarde. Se dice que alguien aconsejó a la familia denunciante abandonar su habitual vivienda por temor a que sufriesen alguna represalia.
La noticia de su muerte fue inmediatamente divulgada por toda la comarca en la que todavía gozaba de un cierto carisma popular el famoso luchador. Además, el régimen, en sus comunicados y notas de prensa, denigraba la imagen de una víctima a la que no dudaba en calificar de bandolero y delincuente, aunque la filosofía de la existencia Xosé Castro Veiga era completamente ajena a los cánones por los que se regía un sistema que ya se quedaba demasiado anquilosado en un nefasto y oscuro pasado, pese a que se consideraba la reserva espiritual de Europa.
Con la muerte de «O Piloto» concluía de forma oficial la lucha contra el maquis gallego. No cabía duda que la dictadura se había cobrado un cotizado trofeo pero que, al fin y al cabo, no suponía ya ningún peligro para nadie. Recordaba la historia de aquellos famosos soldados japoneses que se rindieron y entregaron varios lustros después de concluida la Segunda Guerra Mundial ante soldados americanos, aunque algunos de ellos ni siquiera estaban completamente convencidos de que el conflicto había concluido hacía ya más de diez años.
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