Tragedia en la extinción de incendios forestales en 1988

Avión extinguiendo un incendio forestal

No es ninguna novedad que los incendios forestales son una auténtica lacra en Galicia cuando se acerca el período estival. El fuego devasta grandes superficies arboladas, así como montes, terrenos escarpados y de cultivo. También muchas personas han perdido sus viviendas como consecuencia de la atrocidad del fuego. Pero la cosa no se queda ahí. Lo peor de todo es que ya son decenas de personas las que han perecido a consecuencia de las llamas. Algunas han muertos abrasadas de una forma terrible y dramática, ya bien sea porque los alcanzó el fuego o como consecuencia de su lucha desinteresada en las labores de extinción.

La gente que trabaja en los servicios contra incendios arriesga su vida por culpa de unos desalmados que ponen fuego a los montes atendiendo a difusos intereses. Son muy raras las veces que la gran floresta gallega arde de forma accidental. Es más, si ocurre un incendio de estas características es inmediatamente sofocado por los vecinos, ya que es muy raro, por no decir que imposible, que tenga más de un foco. La mayoría de los incendios que destruyen el bosque gallego son deliberadamente intencionados con el único propósito de hacer daño o atender a esos difusos e incomprensibles intereses que van en contra de todo y de todos.

Como consecuencia de ir a sofocar un arrasador incendio, fallecerían cuatro militares en un pinar próximo al aeropuerto compostelano de Labacolla el 9 de septiembre de 1988 al estrellarse el avión en que viajaban para tratar de extinguir un incendio en el municipio ourensán de Laza. Los fallecidos eran el capitán Pedro Álvarez de Sotomayor Seoane, de 36 años, casado y padre de dos hijos, que tenía más de dos mil horas de vuelo; Jesús Cembranos Díaz, de 30 años, con idéntico rango en el escalafón militar que su compañero; el teniente Carlos Remírez-Esparza Figuerola-Ferretti y el sargento Juan Carlos Muyo Romero.

Motor averiado

El avión del servicio contra incendios había despegado en torno a las tres y diez de la tarde de aquella aciaga jornada de hace ya algo más de treinta años. Instantes después su piloto, un profesional muy experimentado, solicitó a la torre de control del aeródromo santiagués una pista para poder efectuar una aterrizaje de emergencia, ya que se había parado el motor derecho de la aeronave. Sin embargo, enseguida se perdería el contacto con la torre de control compostelana. El avión caería en vertical, muy cerca de donde había despegado, sobre un bosque de pinos para incendiarse a continuación, quedando envuelto en llamas y pereciendo carbonizados y abrasados sus ocupantes.

Al precipitarse el avión sobre un área que apenas distaba algo más de 500 metros de los servicios aéreos antincendios de Galicia, ardería también el combustible que se almacenaba en unos depósitos lo que provocaría una catástrofe de mayores dimensiones, teniendo que intervenir los bomberos de la capital gallega, así como también los servicios de extinción de incendios de Santiago de Compostela.

El avión que tripulaban era un Canadair CL 215, de contrastada solvencia en todo tipo de catástrofes y especialmente preparado para ello, de fabricación canadiense. Además, mantenía extraordinariamente la verticalidad en vuelo aún cuando se desprendía de las importantes cantidades de agua que almacenaba en sus tanques para extinguir el fuego, además de poder recargar sus depósitos sin necesidad de posarse.

Los fallecidos eran todos acreditados profesionales de los servicios de extinción de incendios, estando todos ellos muy preparados para realizar las misiones más complicadas, entre ellas el vuelo sobre zonas montañosas con frecuentes y fuertes turbulencias provocadas por el calor que ocasionan las nubes de humo. La formación de estos profesionales es muy difícil y son muy pocos los que superan la pruebas.

Una vez más, como en muchas otras ocasiones, las terribles consecuencias de los incendios forestales las pagan quienes luchan contra ellos. Todo ello es fruto de la nauseabunda actitud de unos malnacidos que, además de provocar la pérdida de vidas humanas, buscan la destrucción, ya no solo del medioambiente, sino también de los pulmones del planeta y con ello no persiguen otra cosa que la propia extinción del ser humano. Pero les importa poco.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.

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