37 muertos en Barajas en un vuelo procedente de Santiago
En el año 1957 volar constituía toda una aventura tanto para los tripulantes como para los pasajeros. Es cierto que ya era el método de transporte más seguro, pero se producían accidentes con una frecuencia infinitamente mayor que ahora. Baste recordar que dos equipos de fútbol, Torino y Manchester United, perderían a la práctica totalidad de su plantel de jugadores ocurridos en las conocidas como Tragedias de Superga y de Munich que tuvieron lugar en los años 1949 y 1958 respectivamente. En aquel entonces Galicia contaba con dos aeropuertos, el de Labacolla, en Santiago de Compostela y el de Peinador, en Vigo. El mero hecho de volar era visto por la sociedad gallega de la época, inmensamente rural, como un acontecimiento singular y extraordinario que estaba al alcance de muy pocos. Estaba considerado como un evento social similar a lo que hoy podría ser un crucero, al que la práctica totalidad de los gallegos de entonces eran ajenos.
Tanto los tripulantes como los pasajeros, un total de 37 personas, perecieron prácticamente en el acto cuando el aparato en el que viajaban se estrelló a la altura del km. 15 de la carretera de Aragón en las inmediaciones de la finca de La Muñoza. La aeronave cayó muy cerca de unas viviendas de trabajadores de la mencionada finca. Tan solo eran cuatro metros lo que separaban a los restos del avión de las casas. De hecho, una niña que jugaba en las inmediaciones tuvo que ser evacuada a una casa de socorro a consecuencia del schok emocional que sufrió al ver caer la aeronave. Otro tanto le sucedió a un hombre que se encontraba en la zona aledaña a la tragedia.
En ese año tuvo lugar el primer siniestro de un vuelo comercial procedente de Galicia en las inmediaciones del aeropuerto madrileño de Barajas. Un vuelo procedente del principal aeródromo gallego se estrelló el día 9 de mayo de 1957 en las inmediaciones de la base aérea madrileña, al precipitarse desde una altura de cien metros a las ocho menos de cinco de la tarde, cuando se disponía a realizar las maniobras de aterrizaje.
Selección española
A la hora en que se produjo el lamentable siniestro, estaba completamente atestado de público el aeropuerto madrileño al ser el momento en que más tráfico aéreo se registraba. Muchos de los presentes enseguida se percataron de la enorme catástrofe que acababa de suceder al contemplar a lo lejos las llamas en las que estaba envuelto el avión, un bimotor «Bristol» de la compañía AVIACO. En un primer momento se pensó que la aeronave siniestrada era en la que viajaba la selección española de fútbol, que había disputado un partido de clasificación para el Mundial que se celebraría en Suecia al año siguiente. El conjunto hispano regresaba de Glasgow, donde se había enfrentado a Escocia, perdiendo por cuatro goles a dos.
Inmediatamente acudieron los servicios de emergencias para socorrer a los pasajeros siniestrados. Sin embargo, ya nada pudieron hacer por las víctimas, pues habían perecido la totalidad de quienes viajaban en el avión. Durante horas, prolongándose hasta la madrugada, estuvieron los bomberos inspeccionando el amasijo de hierros a que había quedado reducido el aparato en el rescate e identificación de los cadáveres, la mayoría de los cuales serían evacuados de madrugada. Una parte de la cola del avión se había incrustado en el suelo como consecuencia del impacto del aparato, que quedaría sobre una loma.
Viaje de novios
La práctica totalidad de los pasajeros que viajaban en el avión eran gallegos o personalidades gallegas que residían en Madrid. Entre estos se encontraba el magistrado compostelano Rafael Rivero de Aguilar, que era fiscal del Tribunal Supremo, quien perdería la vida en compañía de su hermano y su esposa, Teresa Díaz de Rábago. Otras tristes pérdidas fueron la de dos parejas que habían contraído matrimonio el día anterior. Por un lado, se encontraba la pareja formada por Carlos López y Pilar Calviño, a las que se añadía la constituida por José Maneiro Iranzo, de 30 años, y Genoveva Iglesias Santalla, de 29. Ambas parejas iniciaban un viaje de novios que no resultó precisamente venturoso, ya que sería su último trayecto.
En el accidente aéreo perderían la vida también un ciudadano estadounidense, con raíces gallegas, José Silva Balán, quien tenía previsto regresar a su país de origen después de que hubiese visitado en Galicia a su abuela. De la misma forma, también falleció un ciudadano sueco, un destacado directivo de una empresa de astilleros del país nórdico, que había estado de viaje de negocios por tierras gallegas, concretamente en Ferrol visitando las instalaciones de Astano y Bazán.
En el avión se encontró también un maletín con medio millón de pesetas (3.000 euros actuales) que pertenecía al empresario de Carballo José Fuente, quien había perecido en el mismo vuelo junto a un hijo suyo. La importante suma de dinero en efectivo, muy elevada para la época, era transportada con la intención de adquirir un camión en Madrid.
Entre las anécdotas que se cuentan en torno a este siniestro se encuentra la de que un empresario coruñés, de apellido Tudela, no pudo viajar en el avión accidentado porque cuando llegó al aeropuerto compostelano ya no quedaban plazas disponibles.
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