Baleares: un muerto y dos ejecutados en el garrote vil por el asalto de Puig Moltó

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La calle donde tuvo lugar el crimen

Fue un suceso que en su día alcanzó gran resonancia en las Islas Baleares, en un tiempo en el que la miseria anidaba por todas partes, tal como era la época de la Posguerra. Se juntaron demasiados elementos para darle un cierto morbo, no exento de también de un no menos cierto patetismo para elevar el relieve de un suceso, cuyos dos principales protagonistas fueron dos pobres hombres en el amplio sentido de la expresión que se convertirían en fáciles víctimas de su tiempo para terminar su existencia en el cadalso.

Miquel Martorell Balaguer era un próspero hacendado que contaba con una posesión en el lugar conocido como Puig Moltó en el término municipal de Montuiri, en pleno centro de la isla de Mallorca, en una época en la que todavía estaba muy lejos la prosperidad que vendría derivada del turismo a las Baleares. Se decía que había ganado una importante cantidad de dinero por la venta de unos cerdos de su propiedad, ya que era porquerizo de profesión. La cifra se elevaba a 40.000 pesetas de la época, que si no era una fortuna sí era una cantidad considerable con la que se podía adquirir una vivienda.

Enterados de los pormenores en los que se desarrollaba la vida del propietario, al anochecer del 8 de diciembre de 1948 cuando se encontraba cenando Miquel con su esposa Rosa Mascaró y el pastor Jeroni Amengual irrumpieron repentinamente en su domicilio dos individuos que efectuaron algunos disparos, supuestamente con la intención de amedrentarlos, no contando ambos sujetos que iban a encontrar una enconada resistencia por parte de los residentes en aquella vivienda. En primer lugar se enfrentó el patrón, quien resultaría herido a consecuencia de los golpes que les propinaron con una porra, aunque algunos medios señalan que recibió algunas puñaladas. Lo cierto es que Martorell Balaguer fallecería el día 14 de diciembre de 1948, a consecuencia de una peritonitis derivada de las lesiones que le habían infligido sus agresores.

Asaltante herido

Como consecuencia de la reacción de quienes se hallaban en el interior del domicilio, uno de los asaltantes Joan Ribas Roselló, de 30 años de edad y natural de la isla de Ibiza resultaría herido de cierta consideración en una pierna, después de que el pastor le alcanzase con un disparo de escopeta. A raíz de esta lesión iría dejando un ostensible rastro de sangre que iba a ser fundamental a la hora de resolver el suceso.

Su compañero de andanzas, Andreu Trobat Llabres, un año menor que él, hubo de auxiliarlo, no sin ciertas dificultades. Para huir intentaron utilizar las mismas bicicletas que habían empleado en su desplazamiento, debiendo transportar al herido en una de ellas, pero la magnitud de su lesión le impedía proseguir, por lo que decidió quedarse en un paraje próximo a la localidad de Pina. Allí sería apresado por la Guardia Civil después de que se pusiese en marcha un dispositivo con el propósito de alcanzar a los dos asaltantes. Su compañero no correría mejor suerte y sería capturado al día siguiente, el 10 de diciembre de 1948.

Mientras tanto, entre el vecindario de Montuiri y otras poblaciones próximas se extendió un clima de temor ante lo acaecido en Puig Moltó, llegando a popularizarse la expresión «cierra bien las puertas de casa, no vaya a ser que nos ocurra como a los Puig Moltó». El suceso no saltaría a las primeras páginas de los diarios hasta cuatro días después, a lo que se sumaría la muerte del colono cuya hacienda había sufrido el asalto. Será a partir de entonces, y muy especialmente cuando se celebre el Consejo de Guerra, cuando la magnitud del hecho alcance una considerable relevancia que le llevará a las portadas de los principales medios de la época.

Dos penas de muerte

España se encontraba en aquel entonces todavía en estado de guerra, por lo que aquellos dos delincuentes fueron sometidos a un Consejo de Guerra Sumarísimo, en el que las garantías procesales brillaban por su ausencia. Todo estaba sometido a la jurisdicción militar y cualquier cosa podía ocurrir, siendo muy laxos los tribunales a la hora de aplicar la pena capital. El proceso levantaría una gran expectación en la isla de Mallorca y fueron muchos los que quisieron vivirlo en primera persona, por lo que hubo que cambiar varias veces de escenario.

El Consejo de Guerra se celebró apenas diez días después del asalto que había terminado con la muerte del propietario de la hacienda de Puig Moltó. Uno de los protagonistas acudió a la vista malherido en una pierna y el otro se mostraría impasible. Se esperaba demasiada severidad de la magistratura, tal y como terminaría ocurriendo. Se les solicitaron dos penas de muerte para cada uno de los acusados, así como una indemnización de 50.000 pesetas de la época para los herederos de la única víctima mortal del asalto.

La resolución tardaría muy poco tiempo en conocerse y tanto Joan Ribas Roselló como su compañero de andanzas Andreu Trobat Llabres tenían escasas posibilidades de salir airosos de aquel difícil trance, en una época en la que cualquier suceso servía de pretexto para tratar de dar escarmiento a una población pobre y hambrienta, que sucumbía a las dificultades de una terrible posguerra. Así sería. Nada ni nadie salvó de morir el garrote vil a aquel par de pobres crápulas, que habían acometido una absurda aventura el día de la Inmaculada Concepción de 1948.

Las vidas de los dos condenados se extinguirían para siempre el día de Santo Tomás de Aquino del año 1949. Aquel 28 de enero el verdugo encargado de apretar el tétrico manubrio, Cándido Cartón, que al año siguiente abandonaría su profesión para emigrar a tierras argentinas, pondría fin de la manera más infame a la vida de dos sujetos que no pasaban de ser un par vulgares delincuentes, aunque en su haber hubiesen contado con una víctima mortal. Y eso pesó mucho en contra, en un tiempo en el que las ejecuciones eran de lo más normal.

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