Cuatro asesinatos a las espaldas de «El loco de la Mancha»
La historia de Julián de Haro Salcedo está plagada de grandes interrogantes, así como de los prejuicios de la España que le tocó vivir. Residió gran parte de su vida en el manicomio de Ciudad Real, ya que los desequilibrios psíquicos y humanos de este individuo comenzaron muy pronto. Tanto que con poco más de 17 años cometió su primer homicidio. Su víctima sería un niño de once años, Anastasio Sobrero Crespo. Mantuvo una ácida disputa con esta criatura a consecuencia de la posesión de unos pájaros que habían sacado de un nido. Aprovechando que el pequeño descendió a un pozo no de mucha profundidad, Julián, sin pensárselo dos veces, le dio muerte en aquel mismo lugar después de arrojarle un montón de piedras en la cabeza. El suceso se remonta a la plena Posguerra Civil española, concretamente al día 2 de junio de 1943.
A consecuencia de la primera muerte que provocó en la época del hambre, las cartillas de racionamiento y las necesidades más acuciantes, Julián de Haro ingresó en el hospital psiquiátrico de la capital manchega. Se decía entonces que desde que había caído a un pequeño pozo y los traumatismos sufridos provocaron una alteración grave de su personalidad, que le llevaría a perpetrar algunos actos horrendos que quedarían gravados para la siempre en la memoria de quienes tienen ya una cierta edad en la comarca manchega de Campo de Calatrava, al suroeste de la provincia ciudarrealeña y a poco más de 10 kilómetros de su capital.
Sin embargo, la atrocidad con la que se había empleado Julián de Haro no había hecho más que empezar, pues será a partir de su puesta en libertad, en plena década de los años sesenta, cuando sus barbaridades alcanzarán una triste celebridad que le llevará a ocupar las páginas de sucesos de los principales diarios españoles de la época. Además se generaría la lógica alarma en la comarca en la que actuó despiadadamente en aquel año 1967, cuando terminaría de nuevo recluido en el centro de salud mental del que nunca debió de salir, a decir de la prensa de la época.
Un cadáver en una laguna
En los primeros días del mes de mayo de 1967 el joven Enrique Huertas Logroño iba con su ganado y se detuvo a la altura de la Laguna de Yeguas, acercándose a la orilla del arroyo que apenas tenía 30 centímetros de caudal. Se sorprendió muchísimo al ver lo que semejaba ser el cuerpo de un hombre, que él creyó que se había ahogado. Inmediatamente se lo comunicó a su padre, quien comprobó que su vástago no mentía. De inmediato, se trasladaron en un ciclomotor hasta la capital del término municipal, Alcázar de San Juan para dar conocimiento a las autoridades del macabro hallazgo, quienes se desplazarían hasta el lugar para realizar las gestiones oportunas.
El cadáver encontrado correspondía al de un varón de 1,65m. de estatura, delgado, poco más de 50 kilos, mediana edad, que se hallaba completamente desnudo, circunstancia esta que se repetiría en otro de los sucesos acaecidos por la misma zona en fechas muy próximas. Solamente había una peculiaridad que lo distinguía. Un tatuaje en el brazo izquierdo, con las letras gravadas MT, lo que hizo sospechar a los investigadores que se tratase de sus iniciales.
El forense encargado de practicarle la autopsia se percató que el cadáver presentaba unas marcas a la altura de la cabeza que delataban a las claras la muerte violenta del individuo en cuestión. El hombre, cuyo cuerpo no reclamó nadie, había muerto estrangulado. Dadas las circunstancias de como fue encontrado el cuerpo, se consideraba que el crimen obedecía a algún extraño móvil, que muy probablemente hubiese sido perpetrado por algún maníaco, según relataba la prensa de aquel tiempo.
Aunque no se aclaró su identidad se dijo que había sido visto en la estación ferroviaria de la localidad toledana de Quero en la que había tomado un tren con destino a El Romeral, extremo este jamás confirmado. Lo que sí estaba claro es que por las tierras del Quijote andaba un peligroso energúmeno que había sembrado el pánico entre los manchegos, gentes de bien donde las haya y que jamás habían presenciado escabrosos sucesos como los ocurridos aquel año 1967.
Un muerto en un pozo
Algo más de un mes antes del suceso de la Laguna de Yeguas, en la localidad de Carrión de Calatrava un niño encontró en un pozo el cadáver de un hombre de 47 años de edad. Se trataba de Gregorio Gallego Molina, quien se había acercado hasta aquella población con el ánimo de encontrarse con su viejo compañero de internamiento psiquiátrico, Julián de Haro Salcedo, quien residía allí. Desapareció a los pocos días de haber llegado, pero no le dieron mayor importancia, ya que los vecinos supusieron que se había marchado.
El cuerpo de esta primera víctima apareció el día 11 de abril de 1967. Los forenses encargados de practicarle la autopsia determinaron que Gregorio Gallego habría fallecido unos diez días antes. Al igual que en el caso anterior, su cuerpo apareció totalmente desnudo y presentaba claros signos de estrangulamiento. Este hombre había estado ingresado durante muchos años en el hospital psiquiátrico manchego y se desconocía que tuviese ningún impulso violento, como sí sucedía con el colega que le dio muerte.
A raíz del hallazgo del cadáver y a consecuencia de los comentarios que comenzaron a extenderse por Carrión de Calatrava, Julián de Haro decidió poner tierra de por medio y abandonar la localidad, pues, de alguna manera se sentía señalado. Además, se le responsabilizaba del incendio en un chozo, así como de otras fechorías que habían atemorizado a los vecinos de la localidad, siendo entonces cuando perpetró el segundo crimen, aunque se le relacionaba con otras dos muertes.
Detención
Tras el crimen de la Laguna de Yeguas, el pavor se extendió por toda la comarca del Campo de Calatrava ante la posibilidad de que se encontrasen ante un asesino en serie. Sin embargo, el buen hacer de las fuerzas de seguridad terminaría por dar sus frutos y el peligrosísimo Julián de Haro Salcedo, nacido un 8 de julio de 1925 sería detenido en la localidad madrileña de Getafe el día 9 de mayo de 1967, dando por concluidas sus macabras andanzas en las que había dejado al menos dos muertos y la supuesta responsabilidad de otros dos asesinatos más.
Debido a que su estado de salud mental no era el mejor, a pesar de que había trabajado como temporero y jornalero tanto en la vendimia como en la agricultura, en el año 1968 las autoridades decidieron recluirlo de nuevo en un centro psiquiátrico con el objetivo de evitar que reincidiese en su macabra conducta. Ahí se le pierde la pista a un sujeto que atemorizó a toda una tranquila y pacífica comarca en unos tiempos que comienzan a resultar ya un poco lejanos.
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