En el verano del año 1924 España todavía seguía conmocionada por el trágico suceso ocurrido con el Expreso de Andalucía, en el que habían sido asesinados dos hombres que trabajaban en el vagón correo en abril de aquel mismo año. Se sospechaba, como terminaría sucediendo, que se buscaba un castigo ejemplar para los autores del crimen y posterior robo de los dos empleados ferroviarios en un tiempo en que la primera dictadura que sufrió el país en el siglo XX buscaba resarcirse de la constante ola de violencia que azotaba a toda la nación desde hacía algún tiempo. Sin embargo, las medidas, que se creían ejemplarizantes, no conseguirían el objetivo logrado, pues los sucesos sangrientos se seguirían sucediendo, independendientemente de cuáles fuesen sus causas. Muchas veces, políticas; otras, simple cuestión de orgullo o malos entendidos.
En la localidad sevillana de Olivares, 16 kilómetros al oeste de la capital andaluza, se produciría en la jornada del día 21 de julio de 1924 uno de esos acontecimientos que marcan a los pueblos y ciudades españolas a lo largo de su historia. El desencadenado furor de un individuo, conocido como «El Barrabás», y que respondía al nombre de Francisco Venega García dejaría tras de sí un rastro de sangre y violencia que aterrorizaría durante muchos años a su vecindario, no acostumbrados a sucesos que alterasen gravemente su tranquilo devenir cotidiano.
«El Barrabás» era un sujeto conflictivo, amigo en exceso del vino y otros placeres de la vida, que contaba entonces con 46 años de edad. Se había casado con una mujer tres años más joven que él, María Antonia Layosa, con quien tenía un hijo en común. La vida entre ambos no discurría por los cauces que se consideran normales para una pareja, pues eran un matrimonio malavenido. Su esposa, harta de sus constantes borracheros, sus excesos y probablemente de sus malos tratos, decidió cortar por lo sano e irse a vivir a casa de su amiga Carmen Pallares Bernal «la Bocatuerta», quien residía en la misma casa junto a su marido, José Peña y su madre Carmen Pallares Román, conocida como «la Retales».
Por su parte, Francisco Venega decidió marcharse en compañía de su hijo a vivir y trabajar al cortijo de Santiponce, distante algo más de diez kilómetros de su Olivares natal. No obstante, esa distancia no hizo otra cosa que incrementar los rencores y el odio de «el Barrabás» contra su familia, o al menos eso es lo que se deduce de los hechos, pues un buen día de verano, el 19 de julio de 1924 se dejó caer por las tabernas del pueblo, como era habitual en él, bebiendo hasta el último trago. Quizás para tener el valor suficiente con el que acometer a la mujer de la que se encontraba separado.
Tomando el fresco
En aquella calurosa noche de verano, la familia de «la Bocatuerta» se encontraba prácticamente al completo tomando el fresco en un patio, situado en el número 54 de la calle Abades, cuando fueron sorprendidos por «el Barrabás», quien había penetrado de incógnito por una ventana. Provisto de un cuchillo de grandes dimensiones, Venega acometería en primer lugar a «la Retales», a quien acuchilló de forma reiterada en el vientre, lo suficiente para terminar con su vida en el acto.
Sus otros dos objetivos fueron su esposa, María Antonia Layosa y el yerno de la fallecida, José Peña, a quienes heriría de gravedad. Las crónicas de la época no dan cuenta de la suerte que corrieron ambos, limitándose a señalar que fueron acometidos por el desmedido furor del criminal, dispuesto a cualquier cosa. Había un segundo varón en el mismo lugar de autos, quien decidió huir del lugar al observar la neta superioridad de Barrabás, pues iba debidamente armado con el objetivo de proseguir su macabra hazaña.
Otro de los objetivos de Barrabás era «la Bocatuerta», a quien quiso acometer aquel mismo día, una vez que hubo apuñalado a su esposa y al marido de la anterior. La rápida actuación de un vecino impidió que hubiese una nueva víctima, pues su presencia provocó la huida del criminal, quien posteriormente se entregó en el puesto de la Guardia Civil de la localidad. Días después del crimen, manifestaría su arrepentimiento a algunos periodistas que tuvieron ocasión de entrevistarle.
Los motivos del porqué de aquella brutal actitud han quedado siempre en el alero, pues nunca han sido esclarecidos. Se supone que la marcha de su mujer a casa de su amiga podía estar detrás de su inexplicable actitud, pues tal vez sentía celos de Carmen Pallares Bernal, de quien se decía que explotaba hasta la extenuación a la mujer de Barrabás, que había entrado a trabajar como criada en la casa de la anterior. También apuntan algunos medios que la esposa del criminal «observaba una conducta moral sospechosa», una expresión que cada cual puede interpretar como mejor le convenga.
Respecto a la suerte de Francisco Venega García tampoco hay datos que corroboren lo que sucedió con él en años venideros, aunque lo más probable es que fuese condenado a bastantes años de prisión, aunque también es posible que se viese beneficiado del indulto masivo que se produjo con la llegada de la IIª República española en abril de 1931.
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