La muerte del holandés de Santoalla (Ourense): el crimen que inspiró la película «As bestas»
En el año 1997 una pareja de holandeses formada por Margo Pool y Martin Verfondern, ambos de mediana edad pero con mucha vida por delante, decidían dar un giro radical a su existencia. Para ello eligieron una apacible pero remota aldea gallega, Santoalla do Monte, emplazada en la comarca de Valdeorras, en el municipio de Petín, al norte de la provincia de Ourense. Con aquel desplazamiento pretendían escapar del constante ajetreo diario del centro de Europa y vivir en pleno contacto con la naturaleza en un lugar que únicamente estaba habitado por otra familia, conocida como «Os do Gafas».
En un principio su llegada a aquel remoto lugar fue bien acogido por sus únicos residentes, quienes incluso les pusieron en contacto con el vendedor de la vivienda que ocuparían. No obstante, la familia que tradicionalmente había residido en Santoalla desde tiempos inmemoriales a lo largo de distintas generaciones se mostraba remisa a compartir los beneficios que generaba la rica explotación maderera que existe en la contorna, lo que derivaría en los primeros enfrentamientos que se resolverían en los juzgados.
La Justicia dio la razón al matrimonio holandés a finales del año 2009 en su derecho a la participación en los dividendos que generaba la venta de madera del monte comunal, ya que al haber vivido durante más de una década en la aldea les correspondía ese beneficio. La resolución judicial no fue del agrado de los tradicionales residentes, pues veían disminuidos sus beneficios en un 50 por ciento. Si la relación se había ido deteriorando a lo largo de aquellos 13 años, ahora se descompondría definitivamente.
Desaparición de Martin Verfondern
El día 19 de enero de 2010 desaparecía misteriosamente el ciudadano holandés Martin Verfondern, así como su vehículo, un aparatoso todoterreno de la localidad de Santoalla. Su ausencia sería denunciada por un israelí que trabajaba como voluntario en la pequeña explotación agropecuaria que disponía la pareja. Aquello ocurría mientras su esposa se había trasladado a Alemania para cuidar de un familiar de su marido que no gozaba de muy buena salud en aquel momento. Aunque se especuló con la posibilidad de que la marcha fuese voluntaria, su mujer siempre negó esa posibilidad. De hecho, no existían movimientos en sus cuentas bancarias.
Durante cuatro año nadie supo nada del posible paradero de Martin, hasta que un buen día, el 14 de junio de 2014 un helicóptero del servicio contraincendios de la Guardia Civil sufrió una avería y se vio obligado a descender en un escondido y remoto paraje. Allí, sorprendentemente encontraron un viejo vehículo que resultó ser el del holandés que había desaparecido hacía allí casi cuatro años y medio. Asimismo, se encontraría también un cráneo humano. Posteriormente serían hallados más restos con la ayuda de perros especializados en rastreo. Tanto el todoterreno como el cadáver de Martin habían sido quemado en dos fuegos diferentes por la persona que los había trasladado hasta aquel lugar.
No parecía haber lugar a dudas que, hechas las oportunas comprobaciones, aquellos restos óseos pertenecían a Martin Verfondern. Ahora tocaba investigar que había le había sucedido. Sus despojos también delataron que la suya había sido una muerte violenta, pues presentaba un disparo que le había terminado con su vida. El siguiente paso era saber quien o quienes habían sido los autores de su muerte. Las sospechas de los investigadores se centraban en la otra familia que compartía aldea con la pareja holandesa, habida cuenta de lo deterioradas que se encontraban las relaciones.
Detención de dos hermanos
Cuando estaba a punto de cumplirse el quinto año del crimen, a finales del mes de noviembre de 2014, eran detenidos los hermanos Julio y Juan Carlos Rodríguez, de 51 y 47 años de edad respectivamente. El segundo de ellos sufría una discapacidad del 58 por ciento y su capacidad intelectiva era similar a la de un niño, aunque los peritos que lo examinaron en el transcurso de la causa que se siguió en su contra determinaron su capacidad para discernir entre lo que estaba bien y mal.
Juan Carlos Rodríguez se declararía autor del mediático crimen, exonerando en todo momento la participación de su hermano. Entre las explicaciones que ofreció manifestaría que «viña correndo coma un tolo (loco) e case me atropella», por lo que le disparó con la escopeta de caza. Posteriormente se aclararía que el autor del crimen le disparó a una cierta distancia cuando su víctima se encontraba con la ventanilla del vehículo bajada. Su hermano, Julio, -acusado en principio de complicidad- sería el encargado de trasladar el coche con el cadáver en su interior hasta un inhóspito paraje situado a 18,5 kilómetros de la aldea en la que residían.
El fiscal solicitaba, en un principio unas penas de 18 y 17 años de cárcel para ambos hermanos, a quienes acusaba de un delito de asesinato, en grado de cooperador el mayor de ellos. La vista por el crimen se celebraría en la Audiencia Provincial de Ourense en junio de 2018, cuatro años después de esclarecerse los hechos.
10 años de cárcel
El jurado popular encargado de dirimir el caso declaró culpable a Juan Carlos Rodríguez, que fue condenado a 10 años de cárcel, así como decretaría también una orden de alejamiento durante once años y medio de Margo Pool, la viuda de Martin Verfondern, quien durante algún tiempo se convirtió en la única residente del pequeño núcleo de Santoalla. Ahora vuelve a tener como vecino al hombre que dio muerte a su marido, pues ya goza del tercer grado penitenciario y está a punto de cumplirse una década de su ingreso en prisión.
En el transcurso de la vista oral, la esposa de la víctima declaró que aquel pequeño núcleo se había convertido en una especie de «salvaje oeste», en la que una familia hacía y deshacía a su antojo todo cuanto quería. Quizás ignorase la holandesa la idiosincrasia y el carácter de los gallegos de interior, esa hermosa tierra que quienes no la conocen la desprecian con el obsceno apelativo de «Galicia profunda». Lo primero sí, pero lo segundo habría saber a lo que se refieren.
De los dos hermanos encausados, solamente Julio hizo uso de la palabra para describir la relación y algunas situaciones que se daban en este curioso lugar, mientras que su familiar se negó a hablar, a lo que se sumaba su evidente retraso mental. En su declaración llegaría a manifestar que la víctima había acudido a Santoalla en busca de dinero al percatarse de la existencia de molinos de agua en diferentes puntos. Asimismo, se centraría en las difíciles relaciones que mantenían ambas familias que fue in crescendo con el paso de los años, hasta llegar a un punto sin retorno.
La Película «As Bestas»
En el año 2022 el cineasta Martín Sorogoyen filmaba una película basada en este suceso que trataba de recrear un escenario similar, aunque su film no se rodaría en Galicia, sino en la comarca del Bierzo, concretamente en la localidad de Barjas, en lo que se denomina la Galicia irredenta. Es más, aborda la historia del enfrentamiento de dos familias, la que vive en la aldea y la que se acerca hasta la localidad, que en la película son de nacionalidad francesa. Ni en un solo fotograma aparece ninguno de los escenarios en los que ocurrió el crimen, ni siquiera los municipios limítrofes ni tampoco la comarca valdeorresa. Solo hay un leve guiño al territorio gallego con la Rapa das Bestas de Sabucedo, en la provincia de Pontevedra.
El film, como no podía ser de otra forma, es bastante comercial pero goza de poca credibilidad en cuanto al supuesto carácter cerrado de los gallegos de interior, lo que viene a corroborar que no se ha estudiado ni un ápice ni la sociología ni mucho menos la psicología de quienes viven en esas áreas gallegas, hoy en día en claro riesgo de desaparición debido a la bajísima natalidad y a la elevada edad media de sus moradores, en su mayoría todos ellos personas que superan los 70 años. Solamente cabe destacar la magistral interpretación del actor gallego Luis Zahera.
Hay que tener en cuenta los cambios registrados tanto cultural como históricamente, circunstancia esta de la que adolece la película, recayendo en viejos tópicos y atavismos que para nada reflejan la actualidad del mundo rural en Galicia, tan distante del que aparece en el film, que parece haberse quedado anclado en la Galicia de los cincuenta. Por fortuna, el mundo rural gallego es muy diferente ante al de entonces, aunque quede algún que otro vestigio, al igual que pudo suceder en Santoalla, pero lo acontecido en esta última localidad no guarda ningún parecido con el territorio diverso en que se ha convertido la tierra gallega en pleno siglo XXI.
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