Un empresario de Barcelona se suicida tras asesinar a los tres miembros de su familia
Los problemas económicos suelen estar detrás de muchos hechos luctuosos que se registran a lo largo y ancho de toda la geografía española. Situaciones estresantes que no terminan por superarse conducen a sus autores a decisiones extremas que en muchas ocasiones se llevan la vida de inocentes por delante o directamente de otros que nada tienen que ver con el difícil embrollo en el que se hallan inmerso un individuo, aparentemente sensato, que un buen día decide cortar por lo sano de la forma más radical el agobiante trance que está sufriendo.
En el año 1993 España atravesada una complicada coyuntura económica que había desembocado en una crisis económica tras los fuegos artificiales que se habían lanzado en 1992 con motivo de los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, un evento que dejaría muy dañadas las arcas públicas debido a su escaso o nulo rendimiento. A consecuencia de ello muchas empresas derivaron en situaciones críticas que les llevaron a cerrar sus puertas, amén de generarse uno de los peores escenarios económicos en los últimos 30 años de aquel entonces.
Entre quienes más sufren los efectos de los vaivenes económicos se encuentra el pequeño empresariado, que en muchas ocasiones se ve abocado al cierre de sus negocios, cuando no se ve sometido a duros e inhumanos embargos que terminan definitivamente por asfixiarlo. Uno de esos empresarios que no había podido soportar la sacudida financiera de aquel momento era Arturo Vila, quien regentaba, junto a unos socios un taller en la barcelonesa calle de Joan Güell, en el archiconocido barrio catalán de Las Corts.
De forma premeditada
Fruto de la tensión que había acumulado a raíz de los graves problemas económicos que lo acuciaban, Arturo Vila, que contaba 53 años de edad, decidió que tenía que terminar de una vez por todas con el agobio constante que sufría tanto de sus propios socios como de las entidades financieras que reclamaban el pago de las cantidades adeudadas. Sin embargo, Arturo, tal vez cegado por la inquina del momento, también había decidido que a quienes más quería, su esposa e hijos, no podían ser ajenos a su drama. Si se quiere tampoco debían sufrir los avatares de un mundo que no le permitía respirar económicamente.
Para terminar con todo aquello, urdió un plan de manera premeditada para deshacerse de lo que le rodeaba, en lo que se ha dado en denominar «suicidio ampliado«. En su casa disponía de una escopeta de caza que se iba a convertir en el arma homicida con la que pondría fin a la vida de sus seres queridos y a la suya propia. Previamente, había redactado una nota manuscrita en la que acusaba a sus socios de haberle llevado a la ruina.
La hora exacta del crimen parece ser que pudo coincidir con la madrugada del día 7 de junio de 1993, pues algunos vecinos se despertaron al escuchar las detonaciones de la escopeta. Unos estudiantes que vivían en un piso próximo a donde se produjo la tragedia confundieron los disparos con petardos, que atribuyeron a militantes socialistas, pues en la jornada del domingo, día 6, se habían celebrado Elecciones Generales que habían deparado la última victoria electoral de Felipe González.
Las suposiciones del vecindario eran erradas. Lo que realmente había ocurrido era un triple crimen al que le había seguido un suicidio. Los hechos se desarrollaron de una forma muy rápida, pues Arturo Vila había disparado directamente a la nuca de su esposa, Ana Pérez, de 48 años, de edad. La misma muerte habían llevado sus hijos Jordi, de 22 años y Jaume, de 17, como si desease que ninguno de aquellas personas sufriese lo más mínimo.
Un tiro en la boca
Para terminar con su vida, Arturo Vila también recurriría a la vía más rápida posible. Con la misma arma con la que había dado muerte a su esposa e hijos se pegaría un tiro en la boca que lo dejaría seco prácticamente en el acto. Tanto el criminal como su esposa habían trabajado en un taller de maquinaria, similar al que eran titulares, en la misma calle. Su hijo mayor trabajaba en el negocio familiar, en tanto que el más pequeño se encontraba cursando tercero de BUP en el colegio religioso de los Hermanos Maristas.
Los cuerpos sin vida, en un tétrico escenario que la sobrecogería, serían encontrados a las diez de la mañana del día 7 por la criada que trabajaba al servicio de la familia. Cuatro cadáveres con evidentes señales de violencia en medio de grandes charcos de sangre, lo que llevaría el estupor y la consternación a la Ciudad Condal que sufría las trágicas consecuencias de un drama familiar provocado por la angustiosa situación económica que atravesaba un empresario, quien supuestamente lo había perdido todo. Hasta la esperanza.
Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.