Asesina a las dos mujeres con las que se había casado para quedarse con sus bienes
Sucedía en la España de la década de los cincuenta. Aquel país todavía atávico y atrasado que parecía quedarse al margen de lo que sucedía en Europa. Es de suponer el escándalo que causaría en los círculos cercanos este suceso, aunque en aquel entonces la difusión de ciertas noticias estaba demasiado restringida. Muy especialmente aquellas que afectaban a lo que comúnmente se denominaba «moralidad pública», que abarcaba un amplio espectro de informaciones.
En los primeros días del mes de agosto de 1959 la Policía detenía en las inmediaciones de la capital alicantina a Francisco Giner Arias, un hombre que frisaba ya los 60 años de edad, cuyos antecedentes delataban su oscuro pasado. Se había casado muy joven con Carmen Esteve, de quien había enviudado dejando una vasta prole de nueve hijos. Aún así, aquel hombre ya maduro seguía buscando nuevas relaciones, pero con una finalidad completamente distinta. No le interesaba una relación estable y duradera, sino que antes de comprometerse en matrimonio exigía a sus futuras esposas que inscribiesen los bienes que poseían a su nombre.
En 1954 Francisco Giner, nacido en la localidad cántabra de Santoña, contrajo sus segundas nupcias con una mujer catalana en Barcelona. Se llamaba Montserrat Villegas Pina, conocida como «La Raquel», a quien la prensa de la época definía como «mujer de pésimos antecedentes, pero de gran fortuna». Era esto último lo que le interesaba a su prometido, pues consiguió de ella que inscribiese a su nombre tanto las propiedades como el dinero que poseía, que se elevaba a más de medio millón de pesetas de hace ya siete décadas, una gran fortuna sin duda alguna.
«La Raquel» fallecería al poco tiempo de casarse con Francisco Giner después de haber ingerido grandes dosis de veneno, aunque en este punto no está claro de todo, ya que algunas fuentes señalan a que murió a consecuencia de la ingesta masiva de barbitúricos. A partir de la muerte de su segunda esposa iniciaría un periplo que le llevaría a distintas ciudades españolas, francesas y del norte de África, siendo reclamado por la policía de Barcelona por haber herido de un disparo a otro individuo en una reyerta.
Segundo asesinato
Tras haberse salido con la suya en un primer momento, este crápula volvería a las andadas muy poco tiempo después. En aquel mismo año se instalaría en una finca denominada «Casita Lozano», en la costa mediterránea. De nuevo, en compañía de su hijo Gonzalo Giner, conseguiría atraer a otra mujer, Salud Pérez Bernaola, conocida como «Salud, la millonaria», pues se estimaba que su patrimonio rondaba el millón de pesetas de la época, una auténtica fortuna.
Lo que desconocía quien se iba a convertir en su segunda víctima eran el nefasto pasado de su supuesto enamorado. Esta mujer, al igual que había hecho la anterior, también inscribiría su patrimonio a nombre de Francisco Giner Arias, quien en compañía de su hijo la obligarían a tomar una pócima letal compuesta por ácido sulfúrico que terminaría por provocarle la muerte. No obstante, a raíz de este segundo deceso la Policía comienza a efectuar las oportunas indagaciones y descubre que ninguna de las dos muertes son casuales. Detrás de las mismas se halla un «viudo negro» que siempre anda con muy malas intenciones.
En medio de una gran confusión y el lógico escándalo y estupefacción generalizada, en los primeros días de agosto de 1959 es detenido en su finca en compañía de su hijo. Las autoridades de entonces evitan que se divulguen noticias en torno al hecho, tanto por el resguardo de una supuesta moralidad como por los efectos nocivos que puede tener para un sistema que presume de paz y tranquilidad, haciendo del orden su principal y quizás única bandera.
60 años de cárcel
En medio de una gran expectación, inevitable por la repercusión de ambos crímenes que hoy se englobarían dentro del ámbito de la violencia machista, se celebra a mediados de octubre de 1960 el juicio contra Francisco Giner Arias y su hijo Gonzalo Giner. Por el salón de vistas de la Audiencia Provincial de Alicante pasarán un total de 64 testigos, lo que viene a dar una idea de la magnitud alcanzada por este suceso.
Francisco Giner sería condenado a dos penas que sumaban 60 años de prisión mayor, en tanto que su hijo Gonzalo, acusado como cómplice sería sentenciado a cumplir 20 años de arresto mayor. Ambos debían indemnizar de forma conjunta y solidaria con 200.000 pesetas a los herederos de sus dos víctimas. Por supuesto, la herencia de los bienes quedaba totalmente anulada, así como otros actos jurídicos subsidiarios que se derivasen de los mismos.
En este suceso, paralelo a otro hecho mucho más conocido en la época, como era el caso de «la envenenadora de Valencia» sobresale la doble vara de medir de la Justicia, pues en el caso de Pilar Prades la justicia actuaría con mucho mayor severidad que en el de Giner Arias, que, si bien es cierto que terminaría admitiendo los crímenes, no es menos cierto que dejó más víctimas que su homóloga valenciana. Cosas de la justicia.
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