Incendio de la discoteca Alcalá-20: 81 muertos en una tragedia que marcó a toda España y que pudo haberse evitado

Instantes después de la tragedia. RAÚL CANCIO. EL PAÍS.

Eran los años en los que la llamada «Movida madrileña» se encontraba en pleno auge y apogeo. Los nuevos grupos de música pop proliferaban por doquier, no exentos de un merecido éxito y de la receptividad de una juventud que formaba parte del babyboom del franquismo. Una generación⁶ que había dejado atrás las luchas y los movimientos políticos para cambiarlos por los culturales y los estéticos, la primera en la historia del país que había amanecido en libertad en sus tiempos mozos y que tan solo buscaba vivir de la mejor forma posible. Y la música y la marcha eran complementos imprescindibles.

Por aquel entonces, un antiguo cabaret y sala de fiestas madrileña, el famoso «Lido» se había reconvertido en una afamada discoteca, «Alcalá 20», quien se iba a convertir en la triste protagonista de una de las peores tragedias ocurridas en la historia de España en los últimos 40 años. Todo comenzó cuando el conocido templo de la diversión madrileño estaba a punto de cerrar sus puertas en la madrugada del sábado, 17 de diciembre de 1983.

Alrededor de las cinco menos cuarto de la mañana un joven advirtió a un camarero de la presencia de un pequeño foco de fuego, solicitándole un sifón para sofocarlo. El empleado de la discoteca le facilitó un extintor. Sin embargo, en cuestión de pocos segundos una inmensa llamarada de fuego se pudo observar sobre el escenario de la segunda planta, provocando el pánico de los presentes. Se calcula que más de 900 personas abarrotaban el local, quienes presa del pavor del momento emprendieron la huida, un escapada que en muchos casos resultaría dramática y terrorífica.

Puertas cerradas

Si algo puso de manifiesto el trágico incendio que asoló y devastó «Alcalá 20» fue la total ausencia de medidas de seguridad que permitiesen una evacuación rápida y segura de los asistentes a eventos que allí se celebraban. Numerosos jóvenes se dirigieron hacia salidas de emergencia que estaban literalmente cerradas por candados, haciéndose icónica una imagen publicada por el diario madrileño EL PAÍS, en su edición del domingo, 18 de diciembre de 1983, en la que se podía contemplar el cierre hermético de una salida convertida en una trampa mortal a causa de un candado que impidió que unos 30 jóvenes pudiesen salir de aquella macabra ratonera, quedando allí sepultados en una dramática avalancha humana.

Los trabajadores de la discoteca corrieron mejor suerte y pudieron salir por una puerta que sí se encontraba abierta, pero que solo ellos conocían. Mientras, durante más de una hora el caos, la zozobra y el desconcierto se apoderó de una muchedumbre que luchaba por sus vidas. El psiquiatra forense José Cabrera Forneiro indicó, en el trigésimoquinto aniversario del trágico suceso en Radio Nacional de España, que muchos de los fallecidos habían muerto a consecuencia de la inhalación de vapores de cianocrilatos, una serie de plásticos y polímeros que al entrar en combustión liberan cianuro, lo que provocaría la muerte instantánea de muchos de los allí fallecidos, de la misma forma que si hubiesen muerto en una cámara de gas.

El incendio se prolongó durante una hora o incluso más. En el transcurso del mismo se puso de manifiesto la descoordinación existente en los escasos protocolos que había en aquel entonces en materia de seguridad y espectáculos. A todo ello se sumaba que tampoco había equipos de emergencia similares a los que existen en la actualidad, con preparación y adecuación a circunstancias de un calibre que parecía desbordar a todo el mundo. La labor de los bomberos del Ayuntamiento evitó un mayor número de muertos, gracias a que fueron capaces de abrir claraboyas y huecos a través de los que salieron quienes estaban atrapados en aquel tétrico lugar.

El héroe de la madrugada

Pocas veces sale a relucir el nombre del fotógrafo Francisco José García Olidén, el auténtico héroe de aquella triste noche de la «Movida madrileña». Gracias a su arrojo y valiente actitud, tres personas salvaron su vida en el incendio. Por desgracia, él perdería la suya cuando intentaba salvar a una cuarta persona. Sobra decir que cualquier reconocimiento que se haga a la figura de este hombre siempre se quedará corto. Su recuerdo permanecerá imborrable aquella jornada en el que el caos y la muerte tiñeron de luto la noche madrileña, cuya fiesta terminó tornándose en una, por desgracia, inolvidable tragedia.

En el Instituto Anatómico Forense, sito en la Ciudad Universitaria madrileña, se vivirían trágicos momentos de dolor cuando se procedía a la identificación de los cuerpos, 31 de los cuales se encontraban prácticamente irreconocibles a consecuencia de las llamas. Familiares y amigos de las víctimas se concentraron en sus inmediaciones para recabar información acerca de la suerte que podrían haber corrido algunos de sus seres queridos, de quienes no habían tenido noticia en aquella triste noche. Es más, dos de los cuerpos serían encontrados en las calcinadas instalaciones de la discoteca ðías más tarde, pues se habían precipitado por el hueco de un montacargas en su dramática huida.

Se ha dicho muchas veces que «Alcalá 20» marcó un antes y un después en la historia de lo espectáculos en España, obligando a que se cumpliese una normativa que en aquella época se ceñía únicamente a recomendaciones y consejos, que a partir de entonces se iban a convertir en obligaciones. Se obligaba a que los materiales que se empleasen en los decorados de estos centros de diversión no estuviesen elaborados con materiales fácilmente inflamables y evitasen la propagación del fuego.

Sin embargo, a pesar de la nueva legislación, desde entonces ha habido dos trágicos sucesos en otras tantas localidades españolas. Uno aconteció en la discoteca «Flying»de Zaragoza en similares circunstancias a lo ocurrido en la sala madrileña el día 14 de enero de 1990 pereciendo 43 personas al inhalar humo procedente del fuego que se había declarado, en tanto que otro tuvo lugar el primero de octubre de 2023 en la discoteca «Fonda Milagros» de Murcia, en la que fallecerían 13 personas.

Aquel año 1983, principalmente sus últimos 35 días, fueron terribles en la capital de España, que veía como en tres sucesos, dos de ellos accidentes de aviación, perdían la vida cerca de 400 personas en tan solo 20 días. Un año para olvidar, que se encargaría de decir el entonces alcalde de la Villa y Corte, Enrique Tierno Galván, aunque quedará siempre trágicamente gravado en la memoria colectiva de muchos madrileños, principalmente aquellos que sufrieron en sus propias carnes el dolor de la tragedia.

Condenas

Más de diez años después de lo acontecido en «Alcalá 20», en abril de 1994, se celebraba el juicio por el incendio ocurrido en la discoteca madrileña. El resultado defraudaría grandemente a las víctimas, aunque su abogado Antonio García Pablos, entendía que la sentencia se ajustaba a derecho, ya que serían condenados a tan solo dos años de prisión a cada uno de los cuatro propietarios del local incendiado.

La sentencia establecía que apenas nada se ajustaba a la legalidad cuando Alcalá 20, que antes de la tragedia era la discoteca de moda de Madrid, se abrió al público. Ni las luces de emergencia, ni las vías de evacuación, ni los exiguos sistemas de seguridad (extintores, manguera antiincendios)… Prácticamente estaba todo mal. Era el duro contenido de un auto que poco o nada podría paliar el dolor de unas familias que se vieron profundamente sacudidas por un episodio que nunca debería haber sucedido. Entre los condenados también se encontraba el electricista, pero se exoneraba de cualquier responsable al concejal responsable de Seguridad del Ayuntamiento de Madrid, Emilio García Horcajo.

Algo más de un año después, en julio de 1995, el Tribunal Supremo confirmaba la sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Madrid, confirmando además la responsabilidad civil del Estado de forma subsidiaria, debiendo satisfacer un total de 20 millones de pesetas (120.000 euros) a los familiares de las víctimas del siniestro. En total, el concepto de indemnizaciones se elevaba a unos 2.000 millones de pesetas (12 millones de euros). Muy poco dinero para tamaña tragedia que no debería volver a repetirse, pero que, como hemos observado, ha tenido hasta dos réplicas y una de ellas en tiempo muy reciente.

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Se suicida tras asesinar a sus padres y a un amigo en Enguera (Valencia)

Enguera fue escenario de un triple crimen en el año 1997

Un trágico y desgarrador suceso en el que se vuelven a juntar todos los ingredientes de un drama familiar, no se sabe si anunciado o no, pero con desolador balance que dejaría hasta un total de cuatro víctimas en el camino. Desde hacía algún tiempo Jaime Palop Bas mantenía desavenencias con su familia a consecuencia del reparto de la herencia que habían efectuado sus padres. Se sentía discriminado en favor de su hermana y él se encontraba obsesionado por el futuro de su hijo.

También se sabe que el triple criminal se encontraba bastante alterado, al tiempo que padecía alguna patología mental desde hacía tiempo que le provocaban algunas reacciones de ira, aunque nadie pensó jamás que la sangre llegaría al río. Corría el mes de octubre de 1997 cuando sucedió lo que nadie podía imaginar. Aquel hombre de 46 años de edad que, a pesar de estar diagnosticado de una enfermedad psiquiátrica, se le había habilitado para la posesión de armas llevaría sus furibundos sentimientos de odio por el cauce más extremo, provocando una de esas tragedias que jamás se olvidan por muchos años que transcurran.

Quienes conocían a Jaime decían de él que era un hombre trabajador y cumplidor, a quien le gustaba incrementar su patrimonio con nuevas adquisiciones de superficie de terrenos. Mantenía buena relación con Julián Vila Perales, de 51 años de edad, a quien pretendía comprarle unas tierras dedicadas al cultivo de naranjos, de hecho el triple criminal era capataz de una empresa dedicada a la explotación de cítricos. No obstante, las conversaciones no llegaron a buen puerto, habiendo mantenido ambos una agria disputa en la plaza principal de Enguera, localidad de unos 5.000 habitantes situada al suroeste de la provincia de Valencia. A Julián y a Juan era frecuente verlos de copas en la villa levantina en la que residían.

El día 8 de octubre la familia de Jaime Palop se preocupó ante la ausencia de este, habida cuenta de los problemas de salud mental que sufría, pues había desaparecido sin dejar rastro alguno, aunque se supusieron que estaría en el campo dedicado a sus tareas agrícolas. Sin embargo, se sostiene que ese día inició su ritual de sangre dando muerte a su amigo Julián Vila en las inmediaciones de la caseta en que este guardaba sus aperos de labranza en la partida de Sayton, a unos cuatro kilómetros de la localidad de Enguera. Su cadáver presentaba disparos de escopeta de postas que se correspondían con el arma que habitualmente manejaba Jaime Palop.

Asesinato de sus padres

En la mañana del día 9 de octubre de 1997 los padres de quien se iba a convertir en su verdugo acudieron al campo en el que solía trabajar, preocupados por su estado, seguramente desconociendo que su hijo le había dado muerte a un amigo. Ambos cónyuges se dirigieron a primeras horas de la mañana al lugar en el que se iba a convertir en un nuevo escenario de autos a bordo de un taxi que habían alquilado. Su conductor no podía imaginar que iba a ser testigo de una sangrienta escena, pues fueron recibidos a tiros de postas por su propio vástago, quien les dio muerte prácticamente en el acto.

Jaime Palop Gómez, de 76 años y su esposa Rosa Bas Sarrión, de 69, recibieron sendos disparos en la cabeza y el abdomen, el hombre y en el pecho y el tórax, la mujer, suficiente y certera metralla para terminar con su vida de una forma despiadada. Sin embargo, la cifra de víctimas pudo verse incrementada con la muerte del taxista que había transportado al matrimonio. Este último también sufrió la ira del agresor quien le destrozó una mano. Su pericia al volante, ya que puso la marcha atrás del coche, -unido a que se agachó a tiempo en el interior del automóvil-, evitaron una cuarta e innecesaria víctima en aquel macabro escenario en el que había convertido el campo de naranjos de su propiedad.

Los pocos agricultores que se encontraban trabajando las tierras próximas al lugar en el que sucedieron estas dos últimas muertes acudieron hasta el mismo al escuchar las detonaciones de los disparos. A pesar de su inmediata presencia en aquel dramático espacio, lo único que pudieron contemplar fueron los cuerpos sin vida, horrorosamente desfigurados, de un matrimonio que había asesinado por su propio hijo.

El triple asesino decidió terminar con su vida descerrajándose el pecho con la misma arma que había empleado para dar muerte a otras tres personas y herir de consideración a una cuarta. Atrás quedaba un largo rosario de desavenencias y enfrentamientos protagonizados por su extrema susceptibilidad. Hacía poco tiempo que había obligado a abandonar de una vivienda de su propiedad a sus padres y su hermana a consecuencia de retrasos en el pago del alquiler, por lo que se habían visto obligados a abandonarla después de que Jaime los abandonase a punta de escopeta, instalándose en otra que era motivo de disputa en la herencia familiar.

Al parecer, el triple asesino y suicida sufría alguna paranoia desde hacía tiempo y en aquel entonces los vecinos confesaron haberlos visto «demasiado alterado», al tiempo que se contaba que había dicho que «tenía la escopeta y los cartuchos preparados», en referencia a su propia familia, a la que supuestamente habría amenazado de muerte. No obstante, a pesar de sus problemas de salud se le había concedido la licencia para la posesión de armas. Un lamentable error que se saldó de una forma muy trágica y desgraciada. Con su propia familia. Uno de esos episodios sangrientos que nos eriza la piel con solo contarlo.

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Asesina a tres personas en Burguillos del Cerro (Badajoz)

Burguillos del Cerro fue escenario de un triple crimen en 1908

Una vez más un suceso que marca el devenir de una población y una tranquila comunidad que se vio tristemente sorprendida por un trágico y sangriento suceso en los albores del siglo XX. Tuvo lugar en la localidad extremeña de Burguillos del Cerro, al sur de la provincia de Badajoz el día 24 de mayo de 1908, cuando un individuo joven Francisco Zapata del Rivero le daba muerte a su esposa Teodora Palacios Porrino y dos de sus tíos, movido por las desavenencias familiares que había surgido entre la familia de su mujer y el sujeto en cuestión.

Francisco Zapata había contraído matrimonio con Teodora Palacios hacía relativamente poco tiempo. Esta última procedía de una clase acomodada para la época, pues aunque no eran terratenientes disponían de grandes parcelas de superficie agrícola que les permitían vivir sin apuros, en un tiempo en que la escasez era la nota predominante en la mayoría de una sociedad que tan solo aspiraba a sobrevivir.

Al poco tiempo de casarse, la pareja se fue a vivir a una casa en la que residían también los tíos de Teodora, que habían sido quienes la habían criado y se habían encargado de su educación. Sin embargo, con el paso del tiempo la convivencia comenzaría a deteriorarse, por lo que Francisco y su esposa deciden abandonar la vivienda familiar y se trasladan a otro domicilio, también propiedad de los Porrino. Pero, a diferencia de lo que pudiera parecer, la convivencia entre el matrimonio, que ya tiene dos hijos, se deteriora aún más. Esto provoca que la mujer abandone la casa que comparte con su marido y regrese junto a su familia.

A cuchilladas

El día de autos, Francisco Zapata se dirige a casa de un familiar que vive muy cerca de la casa a la que ha regresado su esposa. A través del zaguán contempla como su mujer se encuentra tranquilamente tomando el fresco. El lleva consigo consigo un cuchillo de doble hoja. Alrededor de las diez de la noche se dirige a la vivienda de los Porrino y le asesta un par de puñaladas a Teodora Palacios, quien resulta gravemente herida, quien, aunque no fallecerá en el acto, morirá seis días más tarde a consecuencia de las lesiones que le había inferido su esposo.

El vecindario se espanta ante el horror que se está viviendo en aquella casa. En la apacible noche de primavera ven salir de la vivienda expulsando sangre a borbotones a Rosario Porrino, una anciana de 68 años, quien se desploma tras haber recibido tres cuchilladas mortales. La otra hermana Antolina huye del lugar profiriendo gritos de auxilio hasta que llega a la casa del entonces alcalde de la localidad Antero Velasco, quien evita que se incremente el número de víctimas de la sangrienta tragedia que ya asola al pueblo.

Ante el espanto que se ha apoderado de las calles de Burguillos, inmediatamente se pone en conocimiento de la Guardia Civil lo acontecido. Al examinar la vivienda en la que se ha producido la matanza se encuentran con una tercera víctima de quien hasta aquel momento no se tenían noticias. Se trata de Anastasio Porrino, de 66 años, el otro morador de la vivienda, quien ha recibido otras tres puñaladas que lo han dejado exangüe. El criminal es detenido y trasladado hasta el pósito del Cuartel de la Benemérita, en medio de una gran indignación popular que pretende lincharlo. De hecho, será trasladado a Fregenal de la Sierra en plena madrugada para evitar la incontenida ira de sus vecinos, que no terminan de dar crédito a lo sucedido.

Condena pequeña

Uno de los aspectos que más sorprende en este suceso, será la laxitud de la condena que se le impondrá a Francisco Zapata del Rivero, para quien en un principio el fiscal solicita tres penas de muerte, en un tiempo en el que la pena capital se aplicaba con bastante ligereza. En el transcurso del juicio dice que los causantes de la tragedia habían sido los tíos de su esposa, quienes, según el manifiesta, no le permitían ver a su hijo más pequeño. Al mismo tiempo señala que había sufrido unas provocaciones por parte de sus familiares que terminaron por desencadenar aquellas tres muertes.

Su versión de los hechos se verá desmontada por la tía de su esposa que ha sobrevivido a la matanza, Antolina Porrino, quien sostiene que el triple asesino había llegado a la casa esgrimiendo el cuchillo con el que perpetró la matanza, destemplado y fuera de sí, sin que ni ella ni sus hermanos y su sobrina pudiesen hacer nada por defenderse.

El Jurado Popular encargado de dirimir el caso lo considera culpable, pero finalmente la Audiencia Provincial de Badajoz termina condenándolo a dos penas de prisión de 14 años y ocho meses por la muerte de cada uno de los tíos de su esposa, considerándolos como homicidio, mientras que por la muerte de Teodora Palacios Porrino deberá pasar un año más entre los muros de la cárcel, al considerar este último caso como lesiones graves. Poco menos que increíble. La responsabilidad civil se salda con poco más de 3.000 pesetas, si bien es cierto que era todo un dineral para la época.

Como se puede observar en este trágico episodio, la Justicia aplica una doble vara de medir que incluso la podemos ver en nuestros días. La pena fue verdaderamente muy suave para un individuo que socavó la paz de una localidad, cuyos vecinos lo hubiesen linchado de no haber mediado la intervención de los agentes de la Guardia Civil. Otros, en su misma situación y con menos muertos, lo pagaron mucho más caro.

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El secuestro y muerte de Eufemiano Fuentes, un misterioso episodio de la Transición en Canarias

El empresario canario Eufemiano Fuentes Díaz

En aquel entonces, mediados del año 1976, España vivía una etapa convulsa de su historia. A la vista se encontraba un profundo cambio político que comenzaría a tomar cuerpo con el nombramiento de Adolfo Suárez como nuevo presidente de Gobierno en sustitución de Carlos Arias Navarro. El futuro era incierto. El pasado una rémora que pervivía en las mentes de los más nostálgicos. El país se hallaba fuertemente abatido por el terrorismo y el temor a que fuerzas involucionistas pretendiesen hacer valer el poder que antaño habían atesorado. Cualquier cosa podía suceder.

En Canarias no solo sería noticia el sol y el calor del que disfrutan todo el año las islas Afortunadas, sino que en la madrugada del día 2 de junio de 1976 el archipiélago se sobresaltaba al levantarse con la noticia del secuestro del conocido empresario Eufemiano Fuentes Díaz, de 65 años de edad. El secuestrado no era un ciudadano menor sino toda una personalidad en la isla de Gran Canaria. Conocido como «El Rey del Tabaco«, debido a que era propietario de una de las más grandes empresas tabaqueras, que había heredado de su padre Eufemiano Fuentes Cabrera, seguía siendo uno de los antiguos caciques que dominaba el territorio insular a su antojo.

Su secuestro, que mantendría en vilo al país durante cinco largos meses, se atribuía a distintos grupos. Se sospechó, en un principio de los independentistas canarios del MPAIAC, con su histórico líder al frente, el abogado Antonio Cubillo. Otra de las líneas de la investigación se centró en la posible conexión de la Mafia estadounidense que intentaba quitarse de en medio a uno de sus principales competidores en el mercado tabaquero mundial. Sin embargo, ambas hipótesis serían desechadas con el devenir de los acontecimientos e incluso tomaría fuerza una teoría alternativa en la que se afirmaba que había sido el propio empresario quien había organizado su propio secuestro.

Eufemiano Fuentes, además del mundo empresarial propiamente dicho, había sido en su años de juventud uno de los principales activos de Falange Española participando en las Brigadas del Amanecer, a quienes se les atribuían un buen número de asesinatos cuando se produjo el estallido de la Guerra Civil. Asimismo, también había dejado su impronta en el mundo del deporte, siendo uno de los fundadores de la U.D. Las Palmas, club del que llegaría a ser su presidente.

«El Rubio»

En todo aquel batiburrillo de conjeturas aparecería un curioso personaje, Angel Cabrera Batista, de 30 años de edad, conocido como «El Rubio», a quien algunas fuentes atribuían su paternidad el propio Eufemiano Fuentes, fruto de sus relaciones con las criadas que trabajaban en su servicio. Según la versión oficial, este individuo habría accedido al interior del domicilio del empresario tabaquero en la madrugada del 2 de junio de 1976. Encapuchado, habría llevado a punta de pistola a «El Rey del Tabaco», quien en pijama, zapatillas y bata de casa habría abandonado su mansión «Las Meleguinas» conduciendo su propio vehículo, un Cadillac, ante la mirada de su secuestrador que le apuntaba con su propia arma. Su destino sería un indefinido lugar de la isla de Gran Canaria.

Es a partir de ese momento cuando comienza el misterio en torno al posible paradero del notable empresario canario. Sería su única hija Teresita del Niño Jesús Fuentes Naranjo, quien denunciaría el rapto de su padre ante el puesto de la Guardia Civil de Arucas. El secuestrador le llamaría reiteradamente por teléfono con el fin de lograr el rescate que pedía por su rehén, solicitando la entrega de 900.000 dólares (600.000 euros al cambio actual) por la libertad de Eufemiano Fuentes. «El Rubio» le dijo en una conversación a la hija del secuestrado que leyese con atención una carta que le había dejado en una estancia de su domicilio.

La familia estaba dispuesta en todo momento a pagar la cantidad exigida por el raptor. De hecho, en una ocasión resultaría herido un subinspector de la Polícía a consecuencia del tiroteo que se originó entre Angel Cabrera y los agentes que habían acudido a custodiar a la familia. En otra ocasión se saldaría con la muerte del inspector Manuel Rey Mariño. Otra de las víctimas mortales de este rocambolesco episodio sería el estudiante Bartolomé García Lorenzo, de 21 años, quien fallecería a consecuencia de los disparos de la Policía tras ser confundido con el hombre que había secuestrado a Eufemiano Fuentes.

Aparición del cuerpo de Eufemiano Fuentes

Cuando se habían cumplido ya cinco meses del secuestro de Eufemiano Fuentes, se informaba del hallazgo de su cuerpo en un pozo muy próximo al domicilio. Al parecer, habría sido identificado al ser reconocida la bata verde que llevaba puesta, así como el pijama y las zapatillas. Sin embargo, su cadáver apareció sin la cabeza y las extremidades inferiores. En aquel entonces estaba lejos todavía el trabajo con las pruebas de adn, por lo que fue decisiva para su identificación la confirmación de sus familiares.

Mientras esto sucedía, su secuestrador, Ángel Cabrera Batista, se había trasladado hasta Argel para reunirse con el líder de los independentistas canarios, Antonio Cubillo, quien jamás llegó a fiarse de él. De hecho, muy pronto lo despediría al percatarse que se encontraba ante un delincuente común que era muy amigo de lo ajeno.

Durante muchos años, «El Rubio», que concedería entrevistas a algún medio español -entre ellos la revista Interviu- estuvo huido de la justicia y alimentando la teoría alternativa. En ella se de que «El Rey del Tabaco» no había muerto a manos del delincuente canario y que, ante el temor a posibles represalias derivadas de su actuación en el transcurso de los primeros días de la Guerra Civil española, Eufemiano Fuentes habría emprendido la huida hacia Sudamérica, viviendo en algún país del cono sur americano, siendo él mismo quien planificó un simulacro de secuestro, al mismo tiempo que abundaba en que los restos hallados en aquel pozo no pertenecían tampoco al empresario tabaquero.

Entrega, condena y muerte de «El Rubio»

Transcurrida ya más de una década de la muerte de Eufemiano Fuentes Díaz, el 13 de agosto de 1989 se entregaba en la Comisaría de Policía de Gran Canaria su secuestrador, Ángel Batista alias «El Rubio», quien se había convertido en una especie de celebridad de la delincuencia al estilo de «El Lute». En su declaración ante el juez, negaría haber dado muerte al empresario grancanario, abundando de nuevo en la teoría de la conspiración, muy extendida por todo el achipiélago canario.

Algo más de un año de su entrega a las autoridades, en la Audiencia Provincial de Las Palmas se celebraba el juicio en contra de Ángel Cabrera Batista en octubre de 1990. Se consideró prescrita la acusación de detención ilegal, por lo que recibiría, en un principio una condena no muy elevada, siendo condenado a 12 años de prisión, acusado de un delito de homicidio. Sin embargo, el Tribunal Supremo corregiría el fallo del tribunal canario y elevaría a 34 años de prisión, la pena que habría de cumplir.

Olvidado de todo el mundo, incluso de su propia familia, a principios de febrero de 2005, cuando ya contaba 58 años de edad, «El Rubio» abandonaría los muros de la cárcel debido a la grave enfermedad que le aquejaba. Durante aquellos tres largos lustros, no recibió ni una sola visita y vio gravemente quebrantada su salud como consecuencia de los cuatro infartos que sufrió. Pocos días después de haber recobrado la libertad, la vida de Ángel Cabrera, un vulgar delincuente reconvertido en mito, se extinguía definitivamente y con él muchos secretos en torno a lo que de verdad le sucedió a Eufemiano Fuentes Díaz.

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La muerte del holandés de Santoalla (Ourense): el crimen que inspiró la película «As bestas»

Santoalla, la aldea en la que ocurrió el crimen

En el año 1997 una pareja de holandeses formada por Margo Pool y Martin Verfondern, ambos de mediana edad pero con mucha vida por delante, decidían dar un giro radical a su existencia. Para ello eligieron una apacible pero remota aldea gallega, Santoalla do Monte, emplazada en la comarca de Valdeorras, en el municipio de Petín, al norte de la provincia de Ourense. Con aquel desplazamiento pretendían escapar del constante ajetreo diario del centro de Europa y vivir en pleno contacto con la naturaleza en un lugar que únicamente estaba habitado por otra familia, conocida como «Os do Gafas».

En un principio su llegada a aquel remoto lugar fue bien acogido por sus únicos residentes, quienes incluso les pusieron en contacto con el vendedor de la vivienda que ocuparían. No obstante, la familia que tradicionalmente había residido en Santoalla desde tiempos inmemoriales a lo largo de distintas generaciones se mostraba remisa a compartir los beneficios que generaba la rica explotación maderera que existe en la contorna, lo que derivaría en los primeros enfrentamientos que se resolverían en los juzgados.

La Justicia dio la razón al matrimonio holandés a finales del año 2009 en su derecho a la participación en los dividendos que generaba la venta de madera del monte comunal, ya que al haber vivido durante más de una década en la aldea les correspondía ese beneficio. La resolución judicial no fue del agrado de los tradicionales residentes, pues veían disminuidos sus beneficios en un 50 por ciento. Si la relación se había ido deteriorando a lo largo de aquellos 13 años, ahora se descompondría definitivamente.

Desaparición de Martin Verfondern

El día 19 de enero de 2010 desaparecía misteriosamente el ciudadano holandés Martin Verfondern, así como su vehículo, un aparatoso todoterreno de la localidad de Santoalla. Su ausencia sería denunciada por un israelí que trabajaba como voluntario en la pequeña explotación agropecuaria que disponía la pareja. Aquello ocurría mientras su esposa se había trasladado a Alemania para cuidar de un familiar de su marido que no gozaba de muy buena salud en aquel momento. Aunque se especuló con la posibilidad de que la marcha fuese voluntaria, su mujer siempre negó esa posibilidad. De hecho, no existían movimientos en sus cuentas bancarias.

Durante cuatro año nadie supo nada del posible paradero de Martin, hasta que un buen día, el 14 de junio de 2014 un helicóptero del servicio contraincendios de la Guardia Civil sufrió una avería y se vio obligado a descender en un escondido y remoto paraje. Allí, sorprendentemente encontraron un viejo vehículo que resultó ser el del holandés que había desaparecido hacía allí casi cuatro años y medio. Asimismo, se encontraría también un cráneo humano. Posteriormente serían hallados más restos con la ayuda de perros especializados en rastreo. Tanto el todoterreno como el cadáver de Martin habían sido quemado en dos fuegos diferentes por la persona que los había trasladado hasta aquel lugar.

No parecía haber lugar a dudas que, hechas las oportunas comprobaciones, aquellos restos óseos pertenecían a Martin Verfondern. Ahora tocaba investigar que había le había sucedido. Sus despojos también delataron que la suya había sido una muerte violenta, pues presentaba un disparo que le había terminado con su vida. El siguiente paso era saber quien o quienes habían sido los autores de su muerte. Las sospechas de los investigadores se centraban en la otra familia que compartía aldea con la pareja holandesa, habida cuenta de lo deterioradas que se encontraban las relaciones.

Detención de dos hermanos

Cuando estaba a punto de cumplirse el quinto año del crimen, a finales del mes de noviembre de 2014, eran detenidos los hermanos Julio y Juan Carlos Rodríguez, de 51 y 47 años de edad respectivamente. El segundo de ellos sufría una discapacidad del 58 por ciento y su capacidad intelectiva era similar a la de un niño, aunque los peritos que lo examinaron en el transcurso de la causa que se siguió en su contra determinaron su capacidad para discernir entre lo que estaba bien y mal.

Juan Carlos Rodríguez se declararía autor del mediático crimen, exonerando en todo momento la participación de su hermano. Entre las explicaciones que ofreció manifestaría que «viña correndo coma un tolo (loco) e case me atropella», por lo que le disparó con la escopeta de caza. Posteriormente se aclararía que el autor del crimen le disparó a una cierta distancia cuando su víctima se encontraba con la ventanilla del vehículo bajada. Su hermano, Julio, -acusado en principio de complicidad- sería el encargado de trasladar el coche con el cadáver en su interior hasta un inhóspito paraje situado a 18,5 kilómetros de la aldea en la que residían.

El fiscal solicitaba, en un principio unas penas de 18 y 17 años de cárcel para ambos hermanos, a quienes acusaba de un delito de asesinato, en grado de cooperador el mayor de ellos. La vista por el crimen se celebraría en la Audiencia Provincial de Ourense en junio de 2018, cuatro años después de esclarecerse los hechos.

10 años de cárcel

El jurado popular encargado de dirimir el caso declaró culpable a Juan Carlos Rodríguez, que fue condenado a 10 años de cárcel, así como decretaría también una orden de alejamiento durante once años y medio de Margo Pool, la viuda de Martin Verfondern, quien durante algún tiempo se convirtió en la única residente del pequeño núcleo de Santoalla. Ahora vuelve a tener como vecino al hombre que dio muerte a su marido, pues ya goza del tercer grado penitenciario y está a punto de cumplirse una década de su ingreso en prisión.

En el transcurso de la vista oral, la esposa de la víctima declaró que aquel pequeño núcleo se había convertido en una especie de «salvaje oeste», en la que una familia hacía y deshacía a su antojo todo cuanto quería. Quizás ignorase la holandesa la idiosincrasia y el carácter de los gallegos de interior, esa hermosa tierra que quienes no la conocen la desprecian con el obsceno apelativo de «Galicia profunda». Lo primero sí, pero lo segundo habría saber a lo que se refieren.

De los dos hermanos encausados, solamente Julio hizo uso de la palabra para describir la relación y algunas situaciones que se daban en este curioso lugar, mientras que su familiar se negó a hablar, a lo que se sumaba su evidente retraso mental. En su declaración llegaría a manifestar que la víctima había acudido a Santoalla en busca de dinero al percatarse de la existencia de molinos de agua en diferentes puntos. Asimismo, se centraría en las difíciles relaciones que mantenían ambas familias que fue in crescendo con el paso de los años, hasta llegar a un punto sin retorno.

La Película «As Bestas»

En el año 2022 el cineasta Martín Sorogoyen filmaba una película basada en este suceso que trataba de recrear un escenario similar, aunque su film no se rodaría en Galicia, sino en la comarca del Bierzo, concretamente en la localidad de Barjas, en lo que se denomina la Galicia irredenta. Es más, aborda la historia del enfrentamiento de dos familias, la que vive en la aldea y la que se acerca hasta la localidad, que en la película son de nacionalidad francesa. Ni en un solo fotograma aparece ninguno de los escenarios en los que ocurrió el crimen, ni siquiera los municipios limítrofes ni tampoco la comarca valdeorresa. Solo hay un leve guiño al territorio gallego con la Rapa das Bestas de Sabucedo, en la provincia de Pontevedra.

El film, como no podía ser de otra forma, es bastante comercial pero goza de poca credibilidad en cuanto al supuesto carácter cerrado de los gallegos de interior, lo que viene a corroborar que no se ha estudiado ni un ápice ni la sociología ni mucho menos la psicología de quienes viven en esas áreas gallegas, hoy en día en claro riesgo de desaparición debido a la bajísima natalidad y a la elevada edad media de sus moradores, en su mayoría todos ellos personas que superan los 70 años. Solamente cabe destacar la magistral interpretación del actor gallego Luis Zahera.

Hay que tener en cuenta los cambios registrados tanto cultural como históricamente, circunstancia esta de la que adolece la película, recayendo en viejos tópicos y atavismos que para nada reflejan la actualidad del mundo rural en Galicia, tan distante del que aparece en el film, que parece haberse quedado anclado en la Galicia de los cincuenta. Por fortuna, el mundo rural gallego es muy diferente ante al de entonces, aunque quede algún que otro vestigio, al igual que pudo suceder en Santoalla, pero lo acontecido en esta última localidad no guarda ningún parecido con el territorio diverso en que se ha convertido la tierra gallega en pleno siglo XXI.

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Un empresario de Barcelona se suicida tras asesinar a los tres miembros de su familia

Los hechos sucedieron en la barcelonesa calle Joan Güell, en barrio de Las Corts

Los problemas económicos suelen estar detrás de muchos hechos luctuosos que se registran a lo largo y ancho de toda la geografía española. Situaciones estresantes que no terminan por superarse conducen a sus autores a decisiones extremas que en muchas ocasiones se llevan la vida de inocentes por delante o directamente de otros que nada tienen que ver con el difícil embrollo en el que se hallan inmerso un individuo, aparentemente sensato, que un buen día decide cortar por lo sano de la forma más radical el agobiante trance que está sufriendo.

En el año 1993 España atravesada una complicada coyuntura económica que había desembocado en una crisis económica tras los fuegos artificiales que se habían lanzado en 1992 con motivo de los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, un evento que dejaría muy dañadas las arcas públicas debido a su escaso o nulo rendimiento. A consecuencia de ello muchas empresas derivaron en situaciones críticas que les llevaron a cerrar sus puertas, amén de generarse uno de los peores escenarios económicos en los últimos 30 años de aquel entonces.

Entre quienes más sufren los efectos de los vaivenes económicos se encuentra el pequeño empresariado, que en muchas ocasiones se ve abocado al cierre de sus negocios, cuando no se ve sometido a duros e inhumanos embargos que terminan definitivamente por asfixiarlo. Uno de esos empresarios que no había podido soportar la sacudida financiera de aquel momento era Arturo Vila, quien regentaba, junto a unos socios un taller en la barcelonesa calle de Joan Güell, en el archiconocido barrio catalán de Las Corts.

De forma premeditada

Fruto de la tensión que había acumulado a raíz de los graves problemas económicos que lo acuciaban, Arturo Vila, que contaba 53 años de edad, decidió que tenía que terminar de una vez por todas con el agobio constante que sufría tanto de sus propios socios como de las entidades financieras que reclamaban el pago de las cantidades adeudadas. Sin embargo, Arturo, tal vez cegado por la inquina del momento, también había decidido que a quienes más quería, su esposa e hijos, no podían ser ajenos a su drama. Si se quiere tampoco debían sufrir los avatares de un mundo que no le permitía respirar económicamente.

Para terminar con todo aquello, urdió un plan de manera premeditada para deshacerse de lo que le rodeaba, en lo que se ha dado en denominar «suicidio ampliado«. En su casa disponía de una escopeta de caza que se iba a convertir en el arma homicida con la que pondría fin a la vida de sus seres queridos y a la suya propia. Previamente, había redactado una nota manuscrita en la que acusaba a sus socios de haberle llevado a la ruina.

La hora exacta del crimen parece ser que pudo coincidir con la madrugada del día 7 de junio de 1993, pues algunos vecinos se despertaron al escuchar las detonaciones de la escopeta. Unos estudiantes que vivían en un piso próximo a donde se produjo la tragedia confundieron los disparos con petardos, que atribuyeron a militantes socialistas, pues en la jornada del domingo, día 6, se habían celebrado Elecciones Generales que habían deparado la última victoria electoral de Felipe González.

Las suposiciones del vecindario eran erradas. Lo que realmente había ocurrido era un triple crimen al que le había seguido un suicidio. Los hechos se desarrollaron de una forma muy rápida, pues Arturo Vila había disparado directamente a la nuca de su esposa, Ana Pérez, de 48 años, de edad. La misma muerte habían llevado sus hijos Jordi, de 22 años y Jaume, de 17, como si desease que ninguno de aquellas personas sufriese lo más mínimo.

Un tiro en la boca

Para terminar con su vida, Arturo Vila también recurriría a la vía más rápida posible. Con la misma arma con la que había dado muerte a su esposa e hijos se pegaría un tiro en la boca que lo dejaría seco prácticamente en el acto. Tanto el criminal como su esposa habían trabajado en un taller de maquinaria, similar al que eran titulares, en la misma calle. Su hijo mayor trabajaba en el negocio familiar, en tanto que el más pequeño se encontraba cursando tercero de BUP en el colegio religioso de los Hermanos Maristas.

Los cuerpos sin vida, en un tétrico escenario que la sobrecogería, serían encontrados a las diez de la mañana del día 7 por la criada que trabajaba al servicio de la familia. Cuatro cadáveres con evidentes señales de violencia en medio de grandes charcos de sangre, lo que llevaría el estupor y la consternación a la Ciudad Condal que sufría las trágicas consecuencias de un drama familiar provocado por la angustiosa situación económica que atravesaba un empresario, quien supuestamente lo había perdido todo. Hasta la esperanza.

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Asesina a las dos mujeres con las que se había casado para quedarse con sus bienes

El doble criminal perpetró uno de sus asesinatos en Alicante

Sucedía en la España de la década de los cincuenta. Aquel país todavía atávico y atrasado que parecía quedarse al margen de lo que sucedía en Europa. Es de suponer el escándalo que causaría en los círculos cercanos este suceso, aunque en aquel entonces la difusión de ciertas noticias estaba demasiado restringida. Muy especialmente aquellas que afectaban a lo que comúnmente se denominaba «moralidad pública», que abarcaba un amplio espectro de informaciones.

En los primeros días del mes de agosto de 1959 la Policía detenía en las inmediaciones de la capital alicantina a Francisco Giner Arias, un hombre que frisaba ya los 60 años de edad, cuyos antecedentes delataban su oscuro pasado. Se había casado muy joven con Carmen Esteve, de quien había enviudado dejando una vasta prole de nueve hijos. Aún así, aquel hombre ya maduro seguía buscando nuevas relaciones, pero con una finalidad completamente distinta. No le interesaba una relación estable y duradera, sino que antes de comprometerse en matrimonio exigía a sus futuras esposas que inscribiesen los bienes que poseían a su nombre.

En 1954 Francisco Giner, nacido en la localidad cántabra de Santoña, contrajo sus segundas nupcias con una mujer catalana en Barcelona. Se llamaba Montserrat Villegas Pina, conocida como «La Raquel», a quien la prensa de la época definía como «mujer de pésimos antecedentes, pero de gran fortuna». Era esto último lo que le interesaba a su prometido, pues consiguió de ella que inscribiese a su nombre tanto las propiedades como el dinero que poseía, que se elevaba a más de medio millón de pesetas de hace ya siete décadas, una gran fortuna sin duda alguna.

«La Raquel» fallecería al poco tiempo de casarse con Francisco Giner después de haber ingerido grandes dosis de veneno, aunque en este punto no está claro de todo, ya que algunas fuentes señalan a que murió a consecuencia de la ingesta masiva de barbitúricos. A partir de la muerte de su segunda esposa iniciaría un periplo que le llevaría a distintas ciudades españolas, francesas y del norte de África, siendo reclamado por la policía de Barcelona por haber herido de un disparo a otro individuo en una reyerta.

Segundo asesinato

Tras haberse salido con la suya en un primer momento, este crápula volvería a las andadas muy poco tiempo después. En aquel mismo año se instalaría en una finca denominada «Casita Lozano», en la costa mediterránea. De nuevo, en compañía de su hijo Gonzalo Giner, conseguiría atraer a otra mujer, Salud Pérez Bernaola, conocida como «Salud, la millonaria», pues se estimaba que su patrimonio rondaba el millón de pesetas de la época, una auténtica fortuna.

Lo que desconocía quien se iba a convertir en su segunda víctima eran el nefasto pasado de su supuesto enamorado. Esta mujer, al igual que había hecho la anterior, también inscribiría su patrimonio a nombre de Francisco Giner Arias, quien en compañía de su hijo la obligarían a tomar una pócima letal compuesta por ácido sulfúrico que terminaría por provocarle la muerte. No obstante, a raíz de este segundo deceso la Policía comienza a efectuar las oportunas indagaciones y descubre que ninguna de las dos muertes son casuales. Detrás de las mismas se halla un «viudo negro» que siempre anda con muy malas intenciones.

En medio de una gran confusión y el lógico escándalo y estupefacción generalizada, en los primeros días de agosto de 1959 es detenido en su finca en compañía de su hijo. Las autoridades de entonces evitan que se divulguen noticias en torno al hecho, tanto por el resguardo de una supuesta moralidad como por los efectos nocivos que puede tener para un sistema que presume de paz y tranquilidad, haciendo del orden su principal y quizás única bandera.

60 años de cárcel

En medio de una gran expectación, inevitable por la repercusión de ambos crímenes que hoy se englobarían dentro del ámbito de la violencia machista, se celebra a mediados de octubre de 1960 el juicio contra Francisco Giner Arias y su hijo Gonzalo Giner. Por el salón de vistas de la Audiencia Provincial de Alicante pasarán un total de 64 testigos, lo que viene a dar una idea de la magnitud alcanzada por este suceso.

Francisco Giner sería condenado a dos penas que sumaban 60 años de prisión mayor, en tanto que su hijo Gonzalo, acusado como cómplice sería sentenciado a cumplir 20 años de arresto mayor. Ambos debían indemnizar de forma conjunta y solidaria con 200.000 pesetas a los herederos de sus dos víctimas. Por supuesto, la herencia de los bienes quedaba totalmente anulada, así como otros actos jurídicos subsidiarios que se derivasen de los mismos.

En este suceso, paralelo a otro hecho mucho más conocido en la época, como era el caso de «la envenenadora de Valencia» sobresale la doble vara de medir de la Justicia, pues en el caso de Pilar Prades la justicia actuaría con mucho mayor severidad que en el de Giner Arias, que, si bien es cierto que terminaría admitiendo los crímenes, no es menos cierto que dejó más víctimas que su homóloga valenciana. Cosas de la justicia.

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Tarde de horror y toros en Córdoba o cuando Cintabelde asesinó a cinco personas el día de la Feria de la Salud

Guerrita, en la imagen, fue uno de los toreros que intervino en el cartel de la feria cordobesa de 1890

No cabe ninguna duda que fue un crimen para la historia. De los que marcan una época. Su autor se llevó por delante la vida de cinco personas, dos de ellos niños de muy corta edad, a los que tenía que matar pues «los niños tienen lengua como los mayores y cuentan las cosas». Así se lo explicaría el autor del quintuple crimen, José Cintabelde Pujazón que conmovería profundamente a la ciudad de Córdoba en mayo de 1890. Este suceso quedaría íntimamente vinculado al mundo de la tauromaquía debido a que su autor había robado a una familia -a la que daría muerte en su práctica totalidad- para poder presenciar la corrida de la Feria de la Salud a la que acudían tres de los más afamados matadores de la época: ««Espartero», «Guerrita» y «Lagartijo».

La historia de este trágico suceso comienza a escribirse a primera hora de la tarde de aquel ya muy lejano 27 de mayo de 1890 cuando un agricultor que respondía al nombre de Braulio se dirige al Cuartel de la Guardia Civil de la capital cordobesa visiblemente excitado, desencajado y titubeante en sus palabras, acertando a decir que «todos están muertos, todos». Los agentes que están prestando el servicio tratan de calmarlo, al tiempo que avisan al teniente Paredes, que va a ser la figura clave en la resolución de este caso.

Montados en caballos se dirigen a la finca «El Jardinito». Tal como les había relatado el denunciante se encuentran en un primer momento con el cuerpo de José Bello con un disparo en el pecho. A unos pocos metros más de distancia localizan el cadáver del arrendador del predio Rafael Balbuena en las mismas condiciones. La última persona adulta muerta es Antonia Córdoba, quien todavía conserva un soplo de vida y llegan a escuchar unas balbuceantes palabras entrecortadas en las que aciertan a escuchar «Cintas verdes» o eso deducen. El teniente ya tiene un hilo del que tirar, pero todavía les queda lo peor por ver.

Dos niñas brutalmente degolladas

Si el panorama le había horrorizado, la escena que le queda por contemplar al teniente Paredes no es precisamente agradable. El cabo que le acompaña lo llama para que contemple aquella dantesca estampa en la que dos niñas aparecen brutalmente degolladas. Son las hijas de la casera, Antonia y su marido, quien se encuentra en la feria, que cuentan con tan solo tres y seis años respectivamente. A todo ello se añaden los llantos desolados que salen de una tinaja pertenecientes a la más pequeña de las criaturas, que ha salvado la vida milagrosamente. La niña acierta a pronunciar unas palabras que son similares a las de su progenitora asesinada y que allanarán el camino de cara a la resolución de aquel brutal crimen. «Cinta verde malo» -llega a pronunciar la pequeña. Llegan a la conclusión de que lo de «cinta verde» probablemente obedezca al mote del autor de la masacre.

Revisan la vivienda y encuentran prácticamente todo en orden, salvo el dormitorio del matrimonio, cuyos cajones de los armarios han sido desvencijados. Allí hay un pequeño arcón que todo indica que es para guardar dinero. El experimentado teniente Paredes llega a la conclusión que el autor de los asesinatos son personas que conocen la vivienda, así como sus costumbres, pues está enterado que el patrón de la casa se encuentra en la feria cordobesa. También asocia la matanza con la monumental corrida de toros que se celebra esa tarde en la capital del toreo por excelencia.

Su olfato profesional le lleva a la conclusión que el asesino se encuentra entre los más de 10.000 aficionados que esa tarde se darán cita en la antigua Plaza de toros de los Tejares. Les dice a sus hombres que pregunten por un tal «Cinta verde o Cintas verdes» e inopinadamente obtiene sus frutos casi de inmediato. Allí se encuentran con sus colegas de la Guardia Municipal cordobesa, a quienes les preguntas si conocen al sujeto en cuestión. Uno de los agentes de este cuerpo les responde que con ellos ha trabajado Pepillo Cintabelde, a quien define como un crápula que ha sido expulsado de la policía local por ladrón.

Después de facilitarles su dirección, se dirigen a una humilde vivienda que comparte en compañía de una mujer con la que convive amancebado, denominación costumbrista de la época. La compañera de Cintabelde les explica que se ha ido a los toros, que ni siquiera ha querido comer. Al registra la casa encuentran una camisa y un pantalón manchados de sangre, así como un pistolón burdamente escondido, que huele a pólvora debido a que ha sido empleado hace poco tiempo. No hay ya duda alguna que se encuentran en el camino correcto. La detención del asesino es cuestión de muy pocas horas.

De uno en uno

El dato facilitado por la Guardia Municipal resultará trascendental para la resolución del caso. Paredes le explica lo sucedido al Gobernador Civil y le pide que al final de la corrida salgan los espectadores de uno en uno del coso taurino para apresar al criminal. Así se hace, aunque con las lógicas molestias para todos los que se han congregado en el espectáculo. Finalmente, José Cintabelde es detenido y conducido al Cuartel de la Guardia Civil.

En un principio muestra sus resistencias en los interrogatorios que le practican los miembros de la Benemérita, pero finalmente acaba derrumbándose y se declara el autor del terrible crimen que sacude los cimientos de la Ciudad de las Tres Culturas. El olfato profesional del teniente Paredes no le han engañado. El quíntuple criminal declara que aquella mañana se había dirigido a la hacienda «El Jardinito» y le había pedido dinero para los toros a Antonia Córdoba, quien se lo había negado, por lo que decidió matarla para hacerse con el dinero. Asimismo ha liquidado al guarda jurado y el arrendatario para no dejar testigos de lo ocurrido.

Muy afectado por la dantesca escena de las muertes de las dos pequeñas degolladas, Paredes, un hombre rudo y con bastante temple, no quiere quedarse con las ganas de saber porque aquel despiadado asesino les había dado muerte. Su respuesta chulesca y desafiante es bastante frívola cuando no patética y traumática. «Como tienen lengua como los mayores, también tenía que eliminarlas». Esta expresión define a las claras ante que clase de sujeto se encuentran los agentes, acostumbrados a lidiar con los peores energúmenos de la sociedad.

Cinco penas de muerte

Sin ninguna posibilidad de salir airoso de aquel trance, en el mes de noviembre de 1890, Pepillo Cintabelde se enfrenta a un juicio en el que las cartas parecen estar marcadas de antemano. Aún así se muestra otra vez chulesco y retador, dando muestra de un carácter arrogante y pendenciero. Sin embargo el día 26 de la penúltima treintena de aquel año recibe la noticia de que ha sido condenado a cinco penas de muerte. Es entonces cuando se percata de la verdadera gravedad del gran crimen que ha protagonizado y sufre un desvanecimiento. Le quedan todavía algunos recursos ante el Supremo o la gracia del Consejo de Ministros.

En esta ocasión ninguno de los dos organismos muestran piedad alguna con un hombre que ha desconcertado y descorazonado a los siempre tranquilos y pacíficos habitantes de Córdoba, que han sido testigos del peor crimen que ha vivido la ciudad a lo largo de su dilatada historia. El brutal asesino subirá antes de la llegada del verano al patíbulo. Mientras tanto, recluido en el Alcázar de los Reyes Cristianos, comienza una nueva vida llena de misticismo y entregado a la religión católica, manifestando el arrepentimiento por la brutalidad que ha sembrado entre sus convecinos.

El día 6 de junio de 1891 Pepillo Cintabelde será ejecutado en presencia de numeroso público en la cordobesa Puerta de Sevilla, donde se ha instalado el patíbulo que pondrá fin a su corta y mísera existencia. Con tan solo 28 años el verdugo de la Audiencia Territorial de Sevilla, conocido como «El tío Pepe», apretará el manubrio del collarín del tétrico garrote vil que le oprimirá definitivamente el cuello en torno a las nueve menos cuarto de aquella primaveral mañana que anticipaba un tórrido verano. Se iba un crápula, pero mal que nos pese era un ser humano a pesar de lo incalificable que fue su horrorosa matanza.

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Mata a la pareja a la que había realquilado una vivienda en Barcelona

El autor del doble crimen se entregó ante la Brigada de Investigación Criminal de Barcelona

Eran los años del malvivir y de la dura posguerra que se eternizaba. Se recurría a todo o prácticamente a todo lo que estaba a mano. Incluso, al sudor ajeno. Estanislao Zarzoso Pérez, de 53 años, era un ciudadano de tantos de este país que subarrendaba viviendas a terceros, aunque este sector, y mucho más en aquellos duros tiempos, siempre presentaba las dificultades de los morosos o de otros que directamente no pagaban. Los conflictos estaban a la orden del día y cuando menos se lo pensaba se encontraba con personajes de dudosa moralidad e irregular conducta.

En la barcelonesa calle de la Creu dels Molers, en el número 64, Estanislao disponía de un piso que había alquilado a comienzos del año 1952 a la pareja formada por Juan Burriano Pardo y su esposa, Bernarda Esteve Cuéllar, que rondaban ambos los cuarenta años de edad. El matrimonio mostró sus malas artes desde el inicio de la convivencia en aquella vivienda. La demora en los pagos estaba a la orden del día, así como los insultos y amenazas contra su casero, quien se encontraba literalmente harto de una convivencia que para nada era ejemplar.

El subarrendador ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos decidió por su propia cuenta poner fin a aquella situación, conminándoles a abandonar el piso que ocupaban, pues no estaba dispuesto a seguir sufriendo una situación que se había vuelto insostenible, pero sus inquilinos se negaban. Para ello, recurrían a las amenazas y a las agresiones, llegando a esgrimir navajas contra el propietario, quien se encontraba ya en una situación límite.

Escopeta de caza

El día 27 de julio de 1952, Estanislao Zarzoso rechazó la posibilidad de que Juan y Bernarda continuasen en la finca que el tenía realquilada, aunque se negaron con muy malos modos. En esta ocasión, el gestor inmobiliario iba provisto de una escopeta de caza con el afán exclusivo de intimidarlos, según declararía en el transcurso del juicio, pero no con ánimo de darles muerte.

Desgraciadamente los acontecimientos se precipitaron de una forma un tanto brutal y en esta ocasión Estanislao perdió los nervios, tal como declararía ante la Policía y testificarían los agentes, e hizo uso del arma que portaba consigo. Disparó contra sus dos inquilinos sin pensárselo dos veces a la cabeza de ambos. Presa de la tensión, tal y como se encargaría de demostrar la autopsia, se ensañaría con Juan y Bernarda hasta el punto de romper la escopeta con la que les había dado muerte debido a los golpes que les propinó en la cabeza. Aquella dura convivencia llegaba a su fin de la peor forma posible.

Tras haber cometido el doble crimen, visiblemente excitado por los nervios a consecuencia de la situación por la que había pasado, Estanislao Zarzoso, alrededor de las dos de la tarde de aquel día estival, se dirigió a la Comisaría de Policía de Vía Layetana y allí se entregó ante la Brigada de Investigación Criminal, narrando todos los pormenores del suceso que había protagonizado, desplazándose una dotación policial al lugar de los hechos.

25 años de cárcel

En el mes de octubre del año siguiente, 1953, se celebró en la Audiencia Provincial de Barcelona el juicio por el doble crimen perpetrado por Estanislao Zarzoso Pérez. Los testigos declararían que las dos víctimas eran una pareja muy conflictiva, de muy mal genio, que exhibían muy malos modos con el vecindario continuamente, provocando constantemente altercados a primeras de cambio.

En un principio, el fiscal solicitaba un total de 50 años de prisión menor para el encausado, al tiempo que solicitaba un indemnización de 50.000 pesetas para los herederos de ambas víctimas. Finalmente, dadas las circunstancias, el acusado del doble crimen sería sentenciado a un total de 25 años de cárcel y al pago de responsabilidad civil que en un principio solicitaba la fiscalía.

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Caso Wanninkhof: Uno de los errores judiciales más graves de la historia que se «subsanó» con otra tragedia

Dolores Vázquez, la mujer injustamente condenada por un asesinato que no cometió

Quizás hubiese que remontarse a un siglo más atrás, con el conocido como «Crimen de Cuenca» para encontrar un error tan garrafal de la Justicia española, con la salvedad del asesinato de las estanqueras de Sevilla -cuando tres inocentes pagaron con su vida por otro delito que no habían cometido. Una mujer, Dolores Vázquez, centró las miradas y la atención de todos los españoles, una sociedad que dio por hecho que aquella gallega afincada en tierras andaluzas era la autora material del asesinato de una joven de apenas 20 años, Rocío Wanninkhof en el penúltimo otoño del siglo XX con la complicidad expresa de muchos medios de comunicación que azuzaron el fantasma de un horroroso crimen con el que no guardaba ningún tipo de relación.

Si a quienes correspondía hubiesen hecho las cosas de una forma cuando menos diligente quizás no hubiese que lamentar la muerte de una segunda joven, Sonia Carabantes, que aparecía brutalmente asesinada el 14 de agosto de 2003, siendo entonces cuando se revelaba toda la verdad de lo que le había ocurrido a la muchacha malagueña, que había sido objeto de las temibles garras de un depredador sexual, que contaba con varios delitos por agresión sexual en su país de origen, Gran Bretaña. La terrible alimaña, capaz de perpetrar las peores atrocidades, responde al nombre de Tony Alexander King y cumple condena por dos atroces crímenes que suman un total de 55 años de cárcel, aunque, con la legislación en la mano, estará libre en 2033.

El auténtico relato de los hechos se inicia en la temporada estival del año 1999. En aquel entonces, en la Dirección General de la Policía, con sede en Madrid, se recibió un fax advirtiendo de la presencia de un peligroso delincuente en la Costa del Sol española, muy frecuentada por turistas británicos. La comunicación procedía de sus colegas de la Scotland Yard británica. No obstante, aquel fax fue ignorado, no se sabe si deliberadamente, y se guardó en un cajón durmiendo el sueño tal vez de los injustos o en este caso de una injustificada desidia.

Asesinato de Rocío Wanninkhof

El nulo caso prestado a la alerta de las autoridades británicas provocaría una tragedia en la localidad malacitana de Mijas cuando el día 9 de octubre de 1999 desaparecía una joven de 20 años, Rocío Wanninkhof, cuyo cadáver aparecería algo más de tres semanas después, muy cerca de donde había desaparecido. Debido a que se encontraba ya en un avanzado estado de descomposición, hasta el punto de estar casi esqueletado, no se pudo determinar si había sido previamente violada antes de recibir una muerte cruel. En sus inmediaciones se encontraron algunas de sus pertenencias en una bolsa, así como algunos restos de adn del supuesto asesino, entre ellos una colilla correspondiente a una marca británica de cigarrillos, «Royal Crown», que años después iba a resultar decisiva a la hora de resolver este caso.

Ante la alarma y la indignación popular se realizan unas investigaciones, bastante chapuceras, que inmediatamente ponen su foco de atención en una mujer gallega, criada en las Islas Británicas, Dolores Vázquez, quien otrora había mantenido una estrecha relación con la madre de la joven asesinada, Alicia Hornos, que no duda en incriminar a quien fuera su amiga de una forma taxativa y rotunda. Incluso, se le intervienen sus teléfonos y se infiltra a una agente de la Guardia Civil en el círculo íntimo de Dolores, quien concluye que se trata de una «asesina inteligente, fría y calculadora». La mujer fue finalmente detenida el 7 de septiembre del año 2000, casi un año después del crimen.

Tras ser detenida, la gallega declara ante los agentes de la Guardia Civil que el día de la desaparición de la joven se encontraba en su casa cuidando de su madre. Demuestra algunas coartadas que son ignoradas o no se les concede la credibilidad que debieran. Así, se comprueba que Dolores efectuó dos llamadas telefónicas a sendas personas de su círculo más inmediato con un intervalo muy corto de tiempo. Se sabe también que ese mismo día abandonó por un periodo inferior a tan solo diez minutos a su anciana madre para depositar la basura en los cubos destinados a tal efecto y a comprar tabaco en un restaurante próximo a su residencia.

La entrada en el local de hostelería fue uno de los argumentos esgrimidos en su contra, pues una de las empleadas del mismo declararía que la vio agitada, explicando Dolores que venía de correr. Fue ese breve lapso de tiempo en el que hizo hincapié la fiscalía a la hora de solicitar la condena arguyendo que en el momento en que supuestamente dio muerte a Rocío Wanninkhof, a quien depositó en el descampado en el que aparecería. Luego, según el relato del fiscal, la trasladó en un coche de un ciudadano extranjero hasta otro punto en el que escondió el cadáver para depositarlo en el mismo lugar en el que se produjo el asesinato en fechas previas a su aparición.

Durante los interrogatorios, Dolores Vázquez, aguantó bien el tipo y nunca se vino abajo, lo que también sería empleado en su contra, aludiendo a ese hipotético carácter frío y desalmado que se describía en un informe pericial. De hecho, ella no admitió jamás el crimen ni su participación en el mismo, al tiempo que relataba sin contradicciones el discurrir de su vida el día de autos. Cabe señalar también que el arma homicida no aparecería jamás, pues la mujer no disponía de ella. En cuanto al vehículo empleado se descartó que fuese el suyo, un Toyota deportivo de rueda ancha, en tanto que él que había impregnado sus huellas en el lugar en el que apareció el cadáver correspondía a un tipo de neumáticos que ya no se encontraba en el mercado en España. Todo parecía muy surrealista, pero gozaba de la aprobación y el crédito de una sociedad sedienta de venganza, que no de justicia.

Condena y linchamiento mediático

En un tono similar a lo que había ocurrido en la década de los cincuenta con los tres inocentes a quienes se ejecutó, acusados de haber dado muerte a las estanqueras de Sevilla, aunque con el atenuante de que estos gozaban de la simpatía de una opinión pública que dudaba de su culpabilidad, Dolores Vázquez se convertiría en aquellos tiempos en los que se cambiaba de siglo y de milenio en el chivo expiatorio perfecto para colmar las ansias de venganza de una sociedad que la convirtió en una «malvada» a quien responsabilizar de un crimen del que era absolutamente inocente.

No faltaron los habituales tertulianos de la telebasura ni los programas de entretenimiento, así como algunas columnas de opinión cargadas de oprobio y cinismo, que acusaban desvergonzadamente a una pobre mujer a quien destrozarían su existencia. Al igual que aquellos otros que iban a insultarla de forma descarada a las inmediaciones del cuartelillo de la Guardia Civil. María Teresa Campos, considerada la «Reina de las Mañanas», no se ruborizaría lo más mínimo al manifestar que «tiene cara de mala». Solamente el entonces presentador de TVE-1 y funcionario del Cuerpo Superior de Policía en excedencia, Manuel Jiménez sembró la sospecha de la duda de aquella mujer. Y es que el conocimiento y la experiencia es un grado. Y la prudencia, también.

Dolores Vázquez, que frisaba los 50 años de edad en aquella época, llegó al juicio en el que se dirimiría su responsabilidad condenada de antemano, tanto por aquella sociedad sedienta de venganza como por aquellos medios que buscaban carnaza y audiencia a costa de aquella mujer de quien ya habían dirimido su suerte. Tanto la fiscalía, como la acusación particular presentaron unos razonamientos vagos e imprecisos, pues se basaban simplemente en apariencias, pero que carecían de sólidos indicios y mucho menos de pruebas. Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones de su abogado, Pedro Apalategui, nada salvó a aquella pobre mujer que fue sentenciada a 15 años de prisión y al pago de una indemnización fijada para entonces en 18 millones de pesetas (90.000 euros).

En el transcurso del juicio, Dolores mantuvo una vez más su inocencia, negando en todo momento ser ella la autora de la muerte del crimen, aunque en el auto final se le acusase de haberlo perpetrado con «alevosía» no exento de un «sentimiento de animadversión hacia Rocío». Sin embargo, no se aclaraban detalles acerca del supuesto vehículo en el que presuntamente trasladó el cuerpo de «su víctima» ni tampoco se tenía en cuenta que entre los efectos encontrados en el escenario del crimen no hubiese ni el más mínimo indicio que sugiriese la presunta autoría de Dolores Vazquez. Cabe señalar que la levedad de la pena que le fue impuesta se debió al veredicto de dos miembros del jurado que no creyeron en su culpabilidad.

Excarcelación y asesinato de Sonia Carabantes

Si había causado una gran expectación su detención, no sería menos el hecho de su puesta en libertad, que costó a Dolores Vázquez la nada despreciable cantidad de 30.000 euros en concepto de fianza, tras el recurso interpuesto por su letrado ante el Tribunal Superior de Andalucía, quien en su descargo argumentó la falta de solidez en las motivaciones esgrimidas por el jurado que se encargó de emitir el veredicto. El día 8 de febrero de 2002, la única condenada por el asesinato de Rocío Wanninkhof abandona el penal de Alcalá de Guadaira en el que cumplía la sentencia tras haber permanecido 517 días en prisión.

A pesar de su ansiada y justa libertad, la seguiría persiguiendo la sombra de un crimen al que era totalmente ajena, ya que debería presentarse semanalmente en dependencias judiciales y cuando fuese requerida por la autoridad judicial. La «insuficiente motivación» argumentada por el alto tribunal andaluz provocó que se anunciase una nueva fecha para un segundo juicio, siendo fijado para octubre de 2003, aunque la precipitación de los acontecimientos, con un nuevo asesinato que llevaba la firma de Tony Alexander King, terminaría por demostrar la inocencia de Dolores Vázquez en un caso que tal vez no lo hubiese imaginado el mismísimo Alfred Hitchcock.

El día 14 de agosto de 2003 aparecía brutalmente asesinada en la localidad malagueña de Coín, muy próxima a Mijas, una joven de tan solo 17 años de edad, Sonia Carabantes. En el escenario de su crimen había aparecido un adn idéntico al hallado en la colilla de «Royal Crown» encontrado junto al cadáver de Rocio Wanninkhof. Todo ello, sumado a la denuncia de su pareja, condujeron a la detención del peligroso ciudadano británico que residía en la Costa del Sol desde hacía más de cuatro años. Lástima que aquel fax cayese en el olvido. Con toda seguridad se hubiese evitado esta segunda innecesaria y horrible muerte.

Es a partir de entonces cuando muchos, aquellos mismos que no dudaban en descalificar a Dolores ante las cámaras de televisión, se tiraban de los pelos y se echaban las manos a la cabeza al demostrarse la inocencia de una ciudadana que, podría ser fría y calculadora, pero nunca una asesina. Solamente Manuel Jiménez podía lucir bien alta su cabeza tras haber manifestado en diversas ocasiones sus reservas acerca del supuesto crimen. Sin embargo, otros, entre ellos muchos opinadores y tertulianos de programas de telebasura, ni siquiera tuvieron la suficiente decencia de pedir perdón a la misma mujer de la que decían que tenía «cara de mala».

A pesar de haber quedado totalmente acreditada su inocencia, salvo para el constante rumiar de Alicia Hornos(de quien es comprensible su dolor pero no su testarudez), la Justicia ha rechazado en todo momento indemnizar a esta persona, alegando que no había sido víctima de un error judicial. Ya nos gustaría saber que se entiende por esto último, si es que hay alguna figura jurídica que lo defina.

Solamente un miembro del Jurado que la envió a prisión tuvo el honor y la gallardía de pedirle perdón, que es lo menos que se podía haber hecho en un error judicial tan lamentable. Los demás ignoraron por completo a esta mujer que decidió desde entonces mantenerse al margen de los focos mediáticos. Decisión, por otra parte, muy comprensible. Solamente, de forma muy reciente, accedió a protagonizar un documental para HBO.

Dolores Vázquez, cuya vida se ha visto tristemente marcada por un episodio imposible de olvidar, decidió hace algún tiempo trasladarse a su Betanzos natal y recluirse en su casa familiar, alejada de un mundanal ruido que la condenó de una forma inexorable a su peor castigo, estigmatizándola de por vida, al igual que de una tenebrosa sombra se tratase. Quizás el film que protagoniza le sirva como una autorreconciliación para expresar sus verdaderos sentimientos, pero lo que tal vez nunca se consiga sea resarcirse humanamente con una mujer que jamás debió pasar por un calvario y un suplicio que no se le desea ni al peor enemigo.

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