Impunidad para el asesinato de una pareja de novios en Córdoba
En el otoño de 1972 España vivía ya en los estertores del régimen franquista. Aquel mismo año había sido objeto de numerosos actos de protesta en todo el país, algunos de los cuáles -como los ocurridos en Ferrol- se saldarían con víctimas mortales. Nada era igual que antes y la sociedad avanzaba a una velocidad muy superior a la del sistema político nacido como consecuencia de la Guerra Civil. Sus días parecían estar contados y su final se precipitaría en el momento en el que lo hiciese su vitalicio líder.
Aunque la imagen de mano dura cundía entre amplias capas de aquel mundo que comenzaba a cambiar, tampoco es menos cierto que había episodios que consternaban profundamente a los españoles de entonces. La seguridad no era absoluta ni mucho menos total. Y los capítulos sangrientos que se cerraron en falso, sin detener a sus autores, se cuentan por decenas. Uno de esos trágicos sucesos sucedió en las inmediaciones de la ciudad de Córdoba en la jornada del día 24 de octubre de 1972, día de San Rafael, patrono de la bella ciudad de las Tres Culturas.
A primeras horas del día grande de la capital cordobesa, un conductor que pasaba por la zona de Trassierra, a tres kilómetros del núcleo urbano de Córdoba y muy cerca del Castillo de la Albaida, se percató que había un vehículo estacionado con dos personas en su interior. Lo que menos podía imaginar quien los había divisado es que sus ocupantes se encontraban muertos. Al observar que el hombre y la mujer que estaban dentro del automóvil presentaban algunos indicios de haber recibido una muerte violenta, por lo que decidió denunciar el suceso ante la Guardia Civil.
Arma larga
Desplazados hasta el lugar de los hechos, los agentes del Instituto Armado comprobaron que los dos jóvenes, un varón de 23 años, que respondía al nombre de José Manuel Jiménez Medina y una mujer, un año menor que su acompañante y que era su novia, que se llamaba Manuela del Estal Gutiérrez. Ambos eran muy conocidos en la capital cordobesa, ya que él era empleado de una sucursal bancaria, en tanto que ella trabajaba en una céntrica librería.
El crimen, que conmovería profundamente a Córdoba en el transcurso de sus fiestas patronales, había sido perpetrado en la madrugada de su día grande. Los casquillos hallados en el lugar de autos daba a entender que ambos jóvenes habían sido asesinados con un arma larga, es decir con una escopeta o un rifle de caza. La hora del crimen se situaba en la madrugada de aquella misma jornada y todo hacía indicar que las dos personas asesinadas habían intentado huir del cerco de su agresor o agresores en el mismo automóvil en que fueron hallados sus cuerpos sin vida, aunque se llegó a especular que el criminal hubiese viajado en el mismo coche. En aquel entonces todavía no se trabajaba con las pruebas de adn, pues sus estudios estaban todavía en estado embrionario.
Se detuvo a una única persona, Ildefonso Montero Pérez-Barquero, quien mostró un relato irreal y escasamente creíble ante los agentes de la Guardia Civil. Su declaración presentaba numerosas contradicciones y sus continuos cambios de versión desconcertaron todavía más a los investigadores. A todo ello se añadía el hecho de que era un individuo que sufría algún tipo de trastorno mental relacionado con la esquizofrenia. Aún así, ingresaría en prisión y sería procesado tres años después, en octubre de 1975, al tiempo que era juzgado por otro delito.
Absolución
El único encausado por el crimen de los novios de Córdoba, como fue conocido este desgraciado suceso, sería absuelto por la Audienca Provincial de Córdoba, con fecha del 16 de octubre de 1975, del delito que se le acusaba. La sala de lo Penal fundamentaba su decisión en las incoherencias de las distintas declaraciones del procesado, a lo que se sumaba la circunstancia de la enfermedad mental que padecía, la cual le impedía ofrecer una versión correcta de los hechos acaecidos el día de autos, así como las muchas contradicciones en las que había incurrido, al tiempo que había sido incapaz de reconstruir su propia jornada cuando aparecieron asesinados los dos jóvenes.
La familia de las víctimas recurriría sin éxito ante el Tribunal Supremo la absolución de Pérez-Barquero, quien ratificaría el fallo emitido por el juzgado cordobés, quedando el sangriento suceso impune, como muchos otros de la España franquista, aquel país en el que no se movía nadie y en el que los sucesos impunes quedaban al albur de los acontecimientos, cuando no la censura se encargaba de silenciar aquellos acontecimientos que pudiesen contribuir al desprestigio del propio sistema político y sus principales actores.
No obstante, este mismo individuo sería condenado por un asesinato en grado de frustración en la persona de Francisco Montoro Morales, a quien debía indemnizar con 500.000 pesetas de la época, un hecho ocurrido apenas un mes después de que apareciese la pareja de novios asesinada. El condenado cumpliría su pena un establecimiento penitenciario destinado a enfermos con patologías mentales graves, tal era el estado en que se encontraba.
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