Asesina a las dos personas que lo encubrían y se aprovechaban de sus delitos en Barcelona
Tanto la ciudad de Barcelona como su área metropolitana estaban convirtiéndose a finales de la década de los sesenta del pasado siglo en una inagotable fuente de atracción para otras gentes procedentes de todos los rincones de la geografía española. Personas que huían literalmente de sus pueblos porque abandonaban la tradicional actividad agrícola para reconvertirse en obreros y trabajadores de distintas empresas con la finalidad de mejorar sus condiciones de vida y dejar a un lado definitivamente las muchas penurias que habían vivido sus antepasados en un mundo rural que cada vez era menos productivo y rentable. Eran los tiempos del famoso Éxodo rural. Los pueblos se vaciaban y las ciudades no paraban de crecer.
Además de la nueva dinámica que se vivía en el Tardofranquismo, en el que las grandes urbes estaban tomando el relevo al tradicional mundo rural español, una de sus consecuencias fue la masificación de las ciudades, que se convertirían en el nido perfecto para todo tipo de individuos de distinta calaña, aunque en el caso español hay que decir que predominaba la gente honrada y trabajadora. Aún así, se produjeron algunos episodios que darían nacimiento a lo que se denominaría posteriormente «inseguridad ciudadana».
En medio de aquel clima mundano, en el que se aprovechaba la masiva presencia de multitudes, surgieron los rateros y aquellos otros sujetos que vivían del sudor ajeno. Uno de esos elementos fue un energúmeno llamado Cristóbal Pujol Catalá, nacido en la localidad tarraconense de Flix en el año 1927. Con más de una decena de antecedentes a sus espaldas, incluso contaba con colaboradores en su función, siendo uno de sus claros objetivos las joyerías, que asaltó en innumerables ocasiones alcanzando importantes botines en su época.
El sujeto en cuestión vivía como realquilado en el conocido barrio de Collblanc, en L´Hospitalet de Llobregat, en casa de una mujer viuda, Matilde Mora Ribó, quien residía junto a su hijo Agustín Palleja Mora, quienes se convirtieron en cómplices de sus hurtos, aprovechándose de los botines de sus atracos, no se sabe si en concepto de compensación por el hospedaje o tal vez por chantaje, aunque ambos conceptos están muy unidos en esta historia.
Puñaladas
Pasado algún tiempo, tal vez Cristóbal se hubiese hartado de ser quien «trabajaba» mientras otros obtenían el usufructo o porque estaba en desacuerdo con el reparto que se hacía de sus botines, en cierta ocasión, concretamente el día 11 de agosto de 1969, se mostró muy enojado con la dueña de la vivienda en la que pernoctaba y así se lo hizo saber a voz en grito. Al parecer, estaba bastante molesto porque tanto ella como su hijo se hubiesen apropiado de unas joyas que el había robado en una joyería. La discusión fue subiendo de tono y en un momento dado el ladrón tomó un cuchillo de cocina con el que le asestó varias puñaladas a Matilde provocándole la muerte.
Cuando se estaba registrando el incidente, alguien llamó a la puerta de la casa. Era el hijo de la dueña, Agustín, quien se encontró con un desolador panorama en su casa. Presa del furor en el que se hallaba, Cristóbal haría lo propio con el muchacho, a quien asestó varias cuchilladas, a pesar de que logró escapar. Malherido, consiguió llegar a la comisaría de Policía para denunciar lo sucedido. El hombre fallecería al día siguiente en un hospital de la Ciudad Condal a consecuencia de las lesiones que le había producido su agresor.
Sintiéndose perdido y temiendo ser descubierto, Cristóbal Pujol decidió provocar un incendio, prendiendo fuego al piso en el que residía, lo que provocaría grandes desperfectos en todo el edificio en el que había perpetrado el doble crimen. Inmediatamente la Policía pondría todos los medios para proceder a su detención, que tendría lugar dos días después de haber dado muerte a su casera y a su hijo. Fue localizado en un bar que frecuentaba gracias a la colaboración vecinal.
Además de capturar al criminal, la Policía recuperaría un importante botín de joyas procedente de un atraco que había perpetrado el 12 de agosto de 1965 en una joyería de Barcelona. A este individuo le valía todo, pues también había asaltado una oficina de Correos, sita en la calle Infanta Carlota, en la que se había apoderado de un valor importante de sellos de correos, así como también de Pólizas. Al mismo tiempo le fueron incautadas también numerosas monedas de plata, procedentes de otro asalto a otra joyería.
50 años de cárcel
En septiembre del año 1971 fue juzgado por la Audiencia Provincial de Barcelona el famoso atracador y ahora también asesino Cristóbal Pujol Catalá. Aunque en aquel tiempo estaba en vigor la pena capital, este individuo fue sentenciado a un total de 50 años de cárcel, que se desglosaban de la siguiente manera: 26 años por un delito de asesinato en la persona de Matilde Mora Ribó; 17 años y ocho meses por la muerte del hijo de esta, Agustín Palleja Mora, tipificado como homicidio en la causa, en tanto que los seis años restantes eran a consecuencia del incendio que había provocado.
Tampoco dejaba al margen el Tribunal las cuantiosas indemnizaciones a las que debería hacer frente, entre ellas las ocasionadas como consecuencia del fuego intencionado que ocasionó grandes desperfectos en el edificio, así como a las familias de las dos víctimas mortales de su doble crimen, aunque es de suponer que era insolvente.
A partir de esta severa condena, se le pierde la pista a un individuo que había hecho de la delincuencia su forma de vida, logrando importantes botines y sorteando en muchas ocasiones las acciones policiales y de la propia Justicia, aunque la última fue muy severa y terminó donde le correspondía, siendo probable que se viese beneficiado en cierta medida de indultos posteriores.
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