Un estudiante de Medicina descuartiza a un amigo en Cádiz (El descuartizador de Cádiz)
Fue un suceso muy extraño. Tal vez demasiado. Que conmovió a España entera a comienzos del año 1989, en un tiempo en el que se prodigaron distintos acontecimientos sangrientos que mantuvieron en vilo a todo el país, entre ellos la matanza provocada por un agricultor en el municipio lucense de Chantada. Pero, antes de ese trágico episodio, hubo otro que tal vez ni el mismísimo Alfred Hitchcock hubiese podido imaginar en sus mejores filmes de ficción. Se mezcló el suspense con el espiritualismo y todo ello daría lugar a uno de los crímenes más espeluznantes ocurridos en la década de los ochenta.
José Juan Martín Montañés, el asesino, y Javier Suárez Samaniego, la víctima, era dos muchachos de la misma edad, 22 años, que lo habían convertido todo o prácticamente todo en su breve existencia. Se habían conocido en el instituto del Fuerte de la Cortadura y desde entonces se convirtieron en lo que comúnmente se denominan íntimos amigos. Sus familias mantenían estrechos vínculos de amistad y su relación jamás había sufrido ningún problema, pues hasta compartían intereses comunes que les llevaron a los dos chavales a interesarse por grupos antitrinitarios, entre ellos los Testigo de Jehová, en el caso de José Juan, y a una lectura apasionada de la Biblia por parte de Javier, que incluso le llevaría a abandonar la carrera de Derecho para iniciar posteriormente los estudios de Ciencias Económicas.
De Montañés se decía que no era una persona que carecía de habilidades para sus relaciones sociales, aunque era una persona de una inteligencia excepciona, lo que comúnmente se conoce como un superdotado. Cursaba estudios de Medicina a la par que Derecho e Historia. De carácter introvertido, no era considerado un muchacho empático, pese a no tener problemas con nadie. En aquel entonces, se había independizado y vivía en un apartamento en el paseo marítimo de Cádiz, en una obra cuyo diseño había realizado el padre de quien iba a convertirse en su dramática víctima.
Una invitación
En la tarde del 21 de enero de 1989, José Juan se presentó de incógnito en la casa de su amigo Javier, quien iba a salir a dar una vuelta en bicicleta. Sin embargo, su amigo le rogó que se acercase hasta su casa para montar una mesa de ping-pong, deporte al que ambos eran muy aficionados. Ya en el piso del primero, su anfitrión lo invitó a tomar una copa, al tiempo que elevaba el volumen del receptor de música. Cuando Javier se encontraba desprevenido, su verdugo empuñó una pata de hierro de una mesa descargando toda su fuerza contra su cabeza, dejándolo prácticamente inconsciente.
A pesar de que la víctima había perdido el conocimiento, no había muerto, por lo que José Juan procedió a propinarle varias puñaladas, un total de doce, entre la cuarta y la quinta costilla intercostal, tal como el mismo se encargaría de relatar a la Policía cuando fue interrogado, dando así cuenta de sus conocimientos anatómicos. Manifestó que su intención era que el interfecto no sufriera y provocarle un paro cardíaco. Sin embargo, continuaba vivo, por lo que hubo de propinarle más cuchilladas hasta que el joven dejó de existir.
Concluida la primera parte de su trabajo, vendría otra fundamental, que era deshacerse del cuerpo y eliminar las pruebas para no dejar pistas. Así que procedió a descuartizar el cuerpo de quien había sido su mejor amigo. Para no ver la expresión de su rostro, taparía su cabeza con una bolsa de la basura. José Juan despedazaría el cadáver de Javier y lo introduciría en cinco bolsas, salvo las manos, que guardó en un envase con formol para su conservación.
De madrugada y simulando que estaba practicando deporte, Montañés trató de deshacerse del cadáver de Suárez Samaniego, haciendo distintos viajes desde el Puerto Martímo hasta la Punta de San Felipe, donde arrojó los despojos del joven descuartizado, que posteriormente serían localizados por equipos de buzos de la Guardia Civil a una profundidad de seis metros.
Extorsión
Tras haber dado muerte a su amigo, el descuartizador de Cádiz comenzaría un proceso de extorsión a la familia del joven asesinado. Le enviaría diversas cartas mecanografiadas en las que les solicitaba 12 millones de pesetas (72.000 euros), que deberían ir entregando en pagos semanales de medio millón (3.000 euros) en una cuenta habilitada a tal efecto en la Caja de Ahorros de Cádiz. De no hacerse efectivos los pagos, el secuestrador, que empleaba el plural en sus comunicaciones con la familia para tratar de despistar, amenazaba con cortarle los dedos de la mano a su víctima y que iría enviando periódicamente a sus allegados.
La desaparición de su hijo fue denunciada por la familia de Javier Suárez Samaniego, quien también puso en conocimiento de las autoridades las misivas que recibía. Fue entonces cuando la Policía elaboró una lista de posibles sospechosos, entre los que no se encontraba curiosamente José Juan Martín Montañés.
En aquella época estaban lejos los avances tecnológicos de los que se disponen en la actualidad, por lo que la propia Polícía se encargaría de montar un dispositivo de 17 agentes, que se colocarían en otros tantos cajeros de las sucursales bancarias de la capital gaditana, aspecto este que con toda seguridad obvió el autor del crimen, quien solo logró una extracción de 35.000 pesetas (algo más de 200 euros). Sería precisamente cuando efectuaba una operación bancaria cuando sería detenido, constituyendo toda una sorpresa y conmoción para los habitantes de la «Tacita de Plata», que no daban crédito a lo acontecido.
«Yo le he matado»
Al ser detenido, con una gran frialdad confesaría el crimen, ofreciendo muchos detalles a los agentes de la Policía que lo habían detenido. Posteriormente se trasladaron hasta el apartamento en el que vivía el descuartizador, encontrando rastros de sangre así como las manos de su víctima conservadas en un recipiente que contenía formol.
Su evidente carencia de emociones la pondría de manifiesto en en el tiempo en que se encontraba recluido previo al juicio, pues no expresó signo alguno de arrepentimiento. Su mayor preocupación consistía en el período de prisión al que sería condenado cuando se celebrase la vista oral en su contra.
En junio de 1991, en medio de una gran expectación en la capital gaditana, su Audiencia Provincial acogió las distintas sesiones del juicio en contra de José Juan Martín Montañés, quien sería condenado a un total de 36 años de cárcel. 28 por un delito de asesinato con alevosía y premeditación; otros cuatro por falsedad documental y los otros restantes por delito de amenazas continuadas. Se le aprlicaría la atenuante de enajenación mental transitoria.
«El descuartizador de Cádiz«, como sería conocido en la posteridad, cumpliría poco más de quince años y medio de cárcel en el penal de localidad madrileña de Aranjuez, alcanzando la libertad condicional con fecha de 21 de junio de 2004. A su salida de prisión algunas fuentes los situaban en la capital andaluza, Sevilla, en tanto que otras en la localidad gaditana de Chiclana de la Frontera. Sea como quiera, cierto es que no sería agradable tenerle como vecino, a menos que haya experimentado un cambio radical en su forma de ser.
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