Ajusticiada en el garrote vil por envenenar a dos mujeres en Huelva
Su historia recuerda mucho a la de la envenenadora de Valencia, aunque difiere en algunos puntos, además de ser mucho más desconocida. Hasta el punto que poco se sabe acerca de los delitos que cometió. Tal vez porque fueron en los años de la más férrea censura y cuando la tremenda posguerra seguía causando grandes estragos en una población pobre y deprimida, que vivía de lo que podía. En ese crudo ambiente desarrolla su corta vida María Domínguez Martínez, una joven que como muchas de su edad en aquel entonces se desplazó desde su localidad natal hasta la ciudad en busca de un futuro mucho más prometedor que el que le tenía deparado el pequeño pueblo en el que había venido al mundo.
La biografía de esta envenenadora tiene sus raíces en Paterna del Campo, al este de la provincia de Huelva, a poco más de 60 kilómetros de su capital. Nació en el año 1926 en el seno de una familia humilde, que se dedicaba a labores agropecuarias en un tiempo en el que el campo a duras penas daba para subsistir. Al mismo tiempo la posguerra recrudecerá la existencia de millones de españoles que sortean el día a día como pueden. El destino de María Domínguez parece estar escrito de antemano. Con apenas quince años comienza a trabajar en el servicio doméstico de un teniente coronel del Ejército en la capital onubense para escapar a la segura miseria que la amenaza tanto a ella como al resto de su familia.
En casa del militar, la joven ha de encargarse, además de las tareas domésticas, del cuidado de la esposa del oficial, pues se encuentra muy delicada de salud. Se gana la confianza de la mujer y del resto de la familia, especialmente de aquel hombre de alta graduación del Ejército y que es toda una personalidad muy respetada, en un tiempo en el que los militares gozaban prácticamente de patente de corso. Tanta es la familiaridad entre ella y el teniente coronel que este, un hombre ya cincuentón, la seduce y entabla una relación que a nadie se le escapa, principalmente a la nuera del alto mando, quien es consciente de la relación que mantiene su suegro con la joven criada.
Leche azucarada
La joven, quizás algo harta del esfuerzo de cuidar a su señora o tal vez porque pretendía dar un giro a la situación con el ánimo de ocupar su lugar en la jerarquía familiar, comienza a proporcionar leche muy azucarada a la enferma mezclado con un insecticida que contiene arsénico, un letal veneno que pronto surtirá el efecto que la joven desea, siendo aquí donde se encuentra la primera similitud con los episodios que años más tarde protagonizará Pilar Prades Santamaría algo más de diez años después en Valencia. La esposa del teniente coronel fallecerá en el año 1945. A nadie coge por sorpresa este deceso, pues es de todos conocido que la esposa del militar sufre problemas de salud desde hace tiempo.
La nuera de la fallecida realiza unos comentarios el día del sepelio de su suegra que son malinterpretados por María Domínguez, quien pretende allanar el camino que le queda por recorrer para hacerse dueña de la situación familiar, o eso cree ella. Se desconoce el sentido exacto de sus expresiones, pero se van a convertir en su sentencia de muerte, pues la criada es una auténtica psicópata en toda regla.
En el mismo año que había fallecido la matriarca del clan familiar del militar onubense, también correrá la misma suerte su hija política, exactamente con el mismo método que había empleado para liquidar a la mujer de mayor edad. Lo que no ha calculado la joven es la extrañeza que puede ocasionar en la población dos muertes, una esperada pero otra totalmente sorprendente, en algunos medios. La esposa del hijo mayor del teniente coronel se encuentra embarazada cuando se produce su óbito, lo que constituirá una agravante a la hora de encarar el juicio, pues no sería procesada por dos crímenes sino que lo será por tres.
Tras el fallecimiento de una segunda mujer en tan corto espacio de tiempo, en la capital onubense se desatan todo tipo de especulaciones y comentarios que llegan a los oídos de la Policía, que decide investigar el caso. El juez encargado del caso da la orden de exhumar los cuerpos de las dos mujeres fallecidas. Los análisis toxicológicos no pueden ser más concluyentes. En ambos casos se encuentran cantidades importantes de arsénico, por lo que no hay duda de que han sido envenenadas. Las sospechas recaen sobre la joven criada, que apenas cuenta con 20 años de edad y que será detenida casi de inmediato.
Condena
Eran tiempos muy duros para salvarse de la pena de muerte, pero en este caso concurren varias circunstancias que juegan claramente en contra de María Domínguez Martínez. Sus dos víctimas son familiares directas de un alto mando del Ejército de la época, a lo que se suma que una de ellas se encontraba en avanzado estado de gestación. Hubo algunos casos en aquel tiempo que eludieron subir a cadalso, pero fueron los menos.
En el transcurso del juicio, que se celebra en el año 1947, la mujer, aunque reconoce que ha empleado arsénico, alega que se debió a una confusión, pues ella es prácticamente analfabeta y desconoce el significado de las etiquetas de los frascos. Sin embargo, esta excusa no convence al tribunal, que la sentenciará a morir en garrote vil. Al tratarse de una sentencia de muerte, automáticamente lleva aparejada consigo el consiguiente recurso al Tribunal Supremo, instancia esta que se limitará a ratificar la resolución emitida por la Audiencia Provincial de Huelva.
La última oportunidad para librarse del temible y terrible artefacto que es el garrote vil, es el Consejo de Ministros, quien no ve motivos suficientes para indultar a la joven criada que era amante de un militar que la sedujo quizás vilmente y que ahora verá como su pescuezo será devorado por un tétrico instrumento que había instituido Fernando VII, en sustitución de la horca por ser un método «más humano» de ejecución, aunque esta circunstancia ha quedado siempre en entredicho. Se decía que con la horca se rompían mucho las cuerdas y por lo tanto el reo se libraba así de la muerte.
Ejecución
La ejecución de María Domínguez Martínez, el 23 de mayo de 1949 tampoco estará exenta de algunas macabras curiosidades. La joven, en el momento de ser llevada al patíbulo, gritaba y lloraba, acusando al militar de las dos muertes por haberla seducido. Sin embargo, el instante más amargo que lleva aparejado consigo una cierta dosis de humor negro vendrá dado en el momento en que se encuentre con el verdugo que ha de encargarse de poner fin a la vida de la muchacha. Se trata de Bernardo Sánchez Bascuñana, de cuya primera esposa es prima carnal la condenada.
Algunas crónicas apuntan a que fue confundido con un testigo por parte de uno de los forenses y le instó a que abandonase el lugar por miedo a que se marease, pues se encontraba visiblemente alterado y un poco confundido en aquella ceremonia, que era la primera que oficiaba como «ejecutor de sentencias» de la Audiencia Territorial de Sevilla. De hecho, le dieron sus buenas dosis de alcohol, al que don Bernardo era un gran aficionado, para que le acompañase el valor suficiente para proceder a la rotura del cuello de su prima política, una anécdota que aquel esperpéntico personaje solía contar no exenta de cierta sorna.
Sanchez Bascuñana solicitaría también que se le colocase una capucha sobre la cabeza a quien se iba a convertir en su víctima, pues no quería amargar sus últimos instantes de su vida viendo como realizaba un trabajo para el que había que tener mucho valor, pero muy poca dignidad, o tal vez una necesidad extrema, aquella misma que agobiaba a muchos españoles en una interminable posguerra.
De este caso, llama significativamente la atención la escasez de fuentes que hay. Apenas salió reflejado en la prensa de la época y no se tienen muchos datos acerca de las víctimas. Tal vez porque había afectado directamente al estamento militar, al tiempo que se pretendía evitar que saliesen a la luz aspectos como el adulterio, que involucraba a un mando del Ejército y velar por la denominada «moralidad pública», que convertía en tabú muchas actitudes que hoy en día están completamente normalizadas, en tanto que en aquel tiempo, aunque ocurrían, estaban duramente perseguidas y eran motivo de escándalo y escarnio público.
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