Se suicida tras asesinar a un joven matrimonio y a una hija en Ciudad Real

En 1947 la calle Reyes de Ciudad Real fue escenario de un triple asesinato

Aquella primavera de 1947 fue pródiga en acontecimientos sangrientos en la España de posguerra, aquel pobre país al que le escocían arduamente las muchas heridas que había dejado una no menos sanguinaria y aterradora guerra civil, cuyo rastro se alargaba demasiado en una tierra que se encontraba completamente aislada de Europa. En un mismo día del mes abril, el 7 para más señas, se produjeron dos espantosos crímenes que dejaron la misma cifra de víctimas que reflejaba la fecha, un total de siete, que en vez de número mágico se convirtió en macabro.

Los escenarios fueron un pueblo de Segovia, concretamente Martín Muñoz de la Dehesa, -ya referenciado en esta misma publicación- y Ciudad Real. La capital manchega se vería sorprendida a la una de la madrugada de aquel fatídico 7 de abril de 1947 por un espeluznante suceso que marcaría durante algún tiempo su devenir cotidiano. En aquellos tiempos tan duros y complicados posteriores a la posguerra la ciudad de La Mancha distaba de ser la gran urbe que es en la actualidad y contaba con poco más de 30.000 habitantes, que se conocían prácticamente todos al igual que si de un pueblo se tratase.

Aquel «lunes negro» de Pascua una familia, como muchas otras de España, compuesta por José Luis García Romero, de 40 años; su esposa Casilda Pérez Romero, de 36 y sus hijos María del Prado, de nueve años y Francisco, de siete, regresaban de sus días de asueto tras el prolongado puente iniciado con motivo del jueves santo. Lo que menos podía imaginar la joven pareja y sus dos hijos era que al acceder a su vivienda se iban a encontrar una muy desagradable y truculenta sorpresa, que se tornaría en trágica y macabra.

Disparos

Nunca se sabrá lo que pasó por la imaginación de quien iba a convertirse en el dramático verdugo de aquella familia, ni el auténtico porqué de su terrible acción. Lo cierto es que cuando se había atravesado ya el umbral de un nuevo día, un joven de 30 años, que era cuñado de quienes se iban a convertir en sus víctimas, Federico Galán Molina, guardia civil de profesión, empuñaría su arma reglamentaria contra aquel indefenso clan familiar, liándose a tiros con todos ellos.

Sin esperar siquiera su presencia y pillándolos completamente desprevenidos, el agente de la Benemérita, sin pensárselo dos veces, abrió fuego contra la familia a la altura del número 16 de la calle Reyes. El primero en caer fue José Luis García Romero, quien trabajaba como chófer del parque móvil ciudadrrealeño, quien nada pudo hacer ante la desenfrenada acción de su ejecutor. Prácticamente a la par que él, caía también su esposa, una mujer algo más joven que su marido, que se dedicaba a las tareas del hogar.

Para colmo de males, el furor criminal de Federico Galán no terminaría con el asesinato de la pareja. Sus hijos también fueron objetivo indiscriminado de sus balas. La hija del matrimonio, María del Prado García Pérez, resultaría gravemente herida de un disparo en la cabeza. Trasladada a un centro sanitario de la capital manchega, la pequeña terminaría falleciendo a los pocos días, lo que terminaría por generar una gran consternación, no exenta de la lógica indignación, en Ciudad Real, una pacífica urbe en la que rara vez sucedían episodios como el acaecido en fechas posteriores a la semana santa de 1947.

Más suerte tuvo el pequeño, Francisco, dos años más joven que su hermana, quien resultó herido en una mano. A pesar de que requirió hospitalización, pudo vivir para relatar aquel dramático episodio que le costó la vida al resto de los miembros de su familia, por el furor indiscriminado de un individuo que tal vez hubiese perdido su corazón y también el alma.

La principal hipótesis que se barajaba en torno al trágico acontecimiento que inundó de sangre la pacífica comarca de La Mancha eran algunas supuestas rencillas y desavenencias familiares entre el verdugo y sus víctimas. Independientemente de las causas que se encontrasen detrás del triple crimen, lo cierto es que llevaría la desazón y el horror a una tierra que ya había sufrido su parte en el transcurso de la Guerra Civil, concluida hacía menos de diez años por aquel entonces.

Suicidio

Como sucede en muchas ocasiones con los criminales después de haber perpetrado un acto horrible, Federico Galán Molina, tampoco se pensó dos veces su inmediato futuro a corto plazo, consciente de que en aquel tiempo podía sucumbir ante el garrote vil. Inmediatamente después de haber perpetrado la matanza, huyó del lugar con dirección a las vías del ferrocarril, eligiendo un modo de morir bastante aparatoso y dramático.

En el lugar de La Poblachuela, en el kilómetro 177 del tramo de vía férrea, situado a dos kilómetros de la capital manchega y en el que se situaba una antigua aguja ferroviaria, el joven agente de la guardia civil se arrojó al paso del tren correo procedente de Badajoz. La prensa de la época describe que su cuerpo quedó literalmente destrozado, resultando irreconocible. Dejaba también tras de sí a una familia y una ciudad destrozadas por un terrible episodio que no dejó indiferente a nadie en la bella comarca manchega en plena posguerra.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.

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