Tres personas asesinadas en un enrevesado puzle familiar en Paiporta (Valencia)
De nuevo las conflictivas herencias y las difíciles relaciones familiares en la peor época de la historia reciente de España, la Posguerra, un tiempo en el que valía todo o casi todo para salir adelante. Podía ser el estraperlo, el pillaje y en ocasiones hasta el crimen con tal de tratar de sortear aquel tortuoso periodo de nuestra historia que le tocó vivir plenamente a nuestros ancestros más cercanos. Incluso, en algunas ocasiones, como la presente, podrían ser objeto de una buena película de suspense, pues nos encontramos ante un caso en el que nuevamente la realidad supera a la ficción.
Los protagonistas son todos miembros de una misma familia que se encuentran enfrentados por cuestiones de la herencia de un tío suyo. Todos ellos convivían en la localidad valenciana de Paiporta en la conocida «Masía de Pepín». Allí, en torno al año 1938 dos sobrinos de Vicente March, Enrique y Elvira March Monreal se encuentran enfrentados por el patrimonio del primero, quien supuestamente fallece en los tiempos finales de la Guerra Civil española a consecuencia de una inyección que le había suministrado su sobrino Enrique.
Tras el deceso del patriarca, su sobrina Elvira se percata que el fallecido ha hecho testamento a favor de su hermano, quien se convierte en heredero universal de los bienes de su tío, quien habría muerto como consecuencia de un tóxico que le habría administrado por vía intravenosa el beneficiario de toda su hacienda. Al parecer, esta era considerable y su sobrina queda en una precaria situación económica por lo que decide intervenir de forma contundente para hacerse con un patrimonio que considera le pertenece, aunque previamente ha de resolver algunas cuestiones de difícil resolución.
Asesinato de una niña de 17 meses
Elvira March Monreal sabe las dificultades que plantea aquella enrevesada situación, pues su hermano Enrique tiene una hija de tan solo 17 meses de edad que se convertirá en su heredera en caso de su fallecimiento, por lo que plantea en primer lugar liquidar a la pequeña. Para ello aprovecha que un día la niña se encuentra jugando en las inmediaciones de una acequia. Sin apenas dificultad empuja a la criatura hacia el arroyo en el que perecerá envuelta en sus aguas. Su cadáver aparecerá al día siguiente. En un principio todo el mundo cree que se ha tratado de un hecho fortuito y con carácter accidental.
Después de haber dado muerte a la pequeña, a Elvira le queda una dificultad mucho mayor, que es la de deshacerse de su propio hermano. Para ello concibe un plan en el que intervendrán los dos hijos de la mujer, José y Juan Tarazona March, así como su sobrino Alfredo Tarazona. La época del año elegida para terminar con la vida de Enrique es agosto de 1942. El modus operandi es en apariencia sencillo, pero, como suele suceder en la mayoría de los casos siempre hay alguna pata por la que termina resquebrajándose.
Enrique March Monrabal será objeto de una brutal paliza en la que se emplea hasta una barra de hierro que le destroza la cabeza y termina con su vida. Posteriormente su cuerpo es enterrado en un saco con cal en el establo de la casa de Elvira, quien alegará la marcha de su hermano de la vivienda ante las autoridades, que no terminan de creerse el relato que les cuenta la mujer para evitar que se investigue su más que misteriosa desaparición.
Cartas manuscritas
A lo largo de más de un año, Elvira recibe semanalmente unas misivas que son supuestamente atribuidas a su hermano Enrique, quien según la mujer se encuentra en Madrid. Sin embargo, aquellas cartas pronto levantarán las sospechas de la Brigada de Investigación Criminal, pues aunque en las mismas consta el remitente no lo hace su dirección. Ante el dudoso paradero del desaparecido, la mujer debía depositar las cartas en el juzgado.
Casi un año después de la muerte de Enrique March Monreal, la policía hará un descubrimiento que resulta transcendental en el devenir de los acontecimientos. Tras aquellas cartas que van firmadas a nombre de la víctima se encuentra un sobrino de Elvira, Alfredo Tarazona, quien las envía desde Madrid, pero sin ofrecer detalle alguno de su dirección, lo que levantaría las lógicas sospechas de la Policía que se encargaba del caso.
Una vez que se aclara en enrevesado rompecabezas, se procede a la detención de todos los implicados. Además de Elvira, sus hijos y su sobrino. En dependencias policiales, una vez que la Policía comienza a tira del hilo a quien se ha convertido en el cerebro del caso, la mujer descubre que fue ella quien provocó la muerte de la pequeña, así como que también su hermano había matado a su tío para heredera su patrimonio, si bien este extremo jamás pudo aclararse.
Dos penas de muerte e indulto
Entre los meses de noviembre y diciembre de 1946 se celebra el juicio contra los involucrados en aquel enrevesado puzle que afecta a todo un clan familiar en la Audiencia Provincial de Valencia. El fiscal solicita hasta tres penas de muerte para tres de los implicados, Elvira y sus dos hijos, en tanto que para sus sobrino pide cinco años de cárcel, acusado de encubrimiento y usurpación de identidad.
Tras más de una semana de sesiones, el 6 de diciembre de 1946 se hace publica la sentencia por la que son condenados a la pena capital Elvira March Monrabal y su hijo Juan Tarazona March, en tanto que su otro vástago debe cumplir 20 años de prisión. La de su sobrino se reduce a tres años. Apenas medio después, el Tribunal Supremo se opone al indulto y ratifica la condena impuesta por el organismo encargado de impartir justicia en Valencia.
La última oportunidad que tienen los encausados de librarse del garrote vil estaba en manos del Consejo de Ministros, quien se ha mostrado renuente la gracia del indulto, máxime en circunstancias en las que concurren tantas agravantes como es este caso. Sin embargo, en esta ocasión concede a los condenados el ansiado beneficio penitenciario y se libran de morir a manos de un indiferente verdugo. Con fecha del 17 de septiembre de 1948, se publica en el BOE la gracia penitenciaria. La pena accesoria que han de cumplir es la de 30 años de cárcel.
Se daba así por concluido un caso en el que se entremezclaba una guerra de pasiones y desavenencias familiares en el que estuvieron presentes todos los ingredientes de un buen film de suspense, más propio de Alfred Hitchcock que de un episodio de crónica negra de la Posguerra española en un tiempo en el que el simple hecho de vivir representaba toda una aventura.
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