Un militar se suicida después de asesinar a su esposa y a sus cuatro hijos en Burgos
Fue uno de los peores crímenes de la historia reciente de España. Sin embargo, las autoridades, principalmente las militares se encargarían de silenciarlo. El Ejército de la época, así como todo lo que le rodeaba, era un coto vedado. Además, el criminal no era uno cualquiera. Era un capitán adscrito a la Jefatura de Automovilismo de la VI Región Militar, con sede en Burgos, otrora capital del régimen que había nacido como consecuencia del alzamiento militar del 18 de julio de 1936. A todo ello se sumaba el hecho del momento tan delicado que vivía la España de entonces. Finales de septiembre de 1975. El cabeza del sistema político se encontraba en grave estado de salud. mientras que en el resto de Europa arreciaban las protestas por las últimas ejecuciones del franquismo, que habían puesto en jaque al propio régimen, cuya descomposición parecía acelerarse a medida que se iba minando la salud de su líder.
El estamento castrense gozaba de una especial superprotección. Tanta que hasta disponían de sus propias viviendas e incluso sus propios barrios y centros sanitarios. Fue precisamente en una colonia en la que residían militares cuando a primeras horas de la mañana del 29 de septiembre de 1975, en torno a las siete y media, se escucharon unos disparos en la capital burgalesa que parecían proceder del bloque 21 de la Barriada Militar. Sonaron a lo largo de unos siete minutos, suficientes para que el oficial Vitorino Moradillo Alonso, de 42 años, diese muerte a todos los miembros de su familia. Su esposa, María Cristina López Rodrigo, de 38 años y sus cuatro hijos. María Cristina, de 14 años, Concepción de 13, Victorino, de diez; y Daniel un bebé de tan solo dos meses de vida.
Previamente a cometer los cinco asesinatos, el capitán del Ejército efectuó una llamada a la Policía Armada de Burgos para darle cuenta de sus intenciones. Lo mismo haría con otro amigo. Su premura fue tal que nadie pudo impedir que se llevase de una forma brutal la vida de cinco inocentes, entre ellos cuatro niños. Hijos suyos, por si fuera poco. Cuando se presentaron en el lugar, ya encontraron los seis cuerpos sin vida en una habitación en medio de impresionantes charcos de sangre, consecuencia de la metralla empleada para acabar con sus vidas.
Distintas fuentes apuntaron a que escucharon voces infantiles del interior de la vivienda en la que se desarrolló la tétrica matanza que decían «papi, a mí no». No sería extraño. Desgraciadamente la suerte de las criaturas ya estaba echada y su destino tristemente sellado en una mañana en la que sus compañeros de colegio, la Sagrada Familia de la capital burgalesa, lamentaron y lloraron sus muertes, al tiempo que se trataba de correr un tupido velo con el fin de que no se enterase prácticamente el resto del país. Lo sucedido era muy grave en todos los sentidos y mucho más teniendo en cuenta que se trataba de un estrato que todavía gozaba de los parabienes obtenidos a lo largo de cuatro décadas de férrea dictadura militar.
«Se veía venir»
Muchos años después, se hicieron algunas indagaciones en torno a aquel suceso que impactaría profundamente en la ciudad castellana hasta extremos imponderables. En aquel entonces se argumentó que detrás del quíntuple crimen del capitán Moradillo se encontraban algunos problemas psicológicos explicados como «sensible desequilibrio nervioso desencadenando una crisis revestida de una enajenación mental». Todavía no obraba en el vocabulario de la época expresiones como violencia machista o malos tratos a la mujer, que supuestamente podrían estar detrás de este trágico suceso, a pesar de que también hay quien lo engloba en el denominado «suicidio ampliado».
Una de las personas que más se interesó por este sanguinario episodio de la crónica negra española fue el escritor Javier Pastor, quien se adentra en los pormenores del mismo en su novela «Fosa Común». Este autor era hijo de un militar y había sido compañero de juegos e infancia de la hija mayor del capitán Moradillo. En una entrevista concedida a «Diario de Burgos» en su edición del 17 de enero de 2016 recordaba la desolación de amigos y compañeros de las víctimas el día en que se produjo la tragedia. Nadie daba crédito a lo ocurrido, aunque las disputas entre los cónyuges eran frecuentes y a ella, la mujer, se le había visto en más de una ocasión con el rostro macerado a consecuencia de los golpes que presuntamente le habría propinado su marido.
Los que conocían al oficial que terminaría convirtiéndose en uno de los peores criminales de la historia reciente de España, decían de él que en el Cuartel era un hombre disciplinado y cumplidor, que jamás había sido expedientado, pero que cuando se vestía de civil se iba de copas, bebía alcohol en abundancia y frecuentaba prostíbulos. Cuando se encontraba fuera de servicio, se comentaba que era uno de tantos, a quien no le importaba imponer su criterio por las bravas tanto con su esposa como con cualquiera de sus hijos.
A diferencia de lo sostenido en cauces oficiales, entre quienes incluso se llegó a hacer público la trepanación de un oído a la que habría sido sometido Victorino Morillo, sus compañeros de armas comentaban que era un individuo normal, no sospechando jamás que llegase a tales extremos, aunque, más de 40 años después de la horrible matanza, manifestarían que eran conocedores de su carácter brusco con los suyos y que de su actitud tal vez hubiese que esperar cualquier cosa.
En la madrugada previa al quíntuple crimen, guardias urbanos de Burgos habrían mediado entre ambos cónyuges por una disputa que se produjo en plena calle en torno a las dos de la mañana. Al parecer, los enfrentamientos entre ambos eran muy habituales y algunos testigos señalaron que Victorino Moradillo habría manifestado que «cualquier día los mato a todos». No lo tomaron en serio porque al parecer se encontraba bajo los efectos del alcohol. Desgraciadamente, terminaría cumpliendo su macabra palabra, demostrando así que en el férreo y opaco estamento al que pertenecía también sucedían episodios que nadie, en su sano juicio, desearía jamás que se produjesen.
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