Asesina a tres vecinos y después se suicida en Pereruela de Sayago (Zamora)

Vicente Carnero Herrero, un jubilado de 66 años de edad, no se llevaba bien prácticamente con ninguno de sus vecinos. Vivía en su propio mundo y quien más y quien menos tenía defectos para aquel hombre a quien muchos consideraban un «amargado». Ni siquiera tenía trato con ninguno de sus cuatro hijos ni mucho menos con su mujer, de quien se había separado hacía ya unos treinta años. En junio del año 1998 llevaba ya algún tiempo viviendo en una residencia de ancianos en el municipio zamorano de Benavente y nadie había dado quejas acerca de su comportamiento.
Nadie esperaba ya que regresase a Pereruela de Sayago, una pequeña localidad al oeste de la provincia de Zamora con poco más de 500 habitantes que se conocían prácticamente todos. Sin embargo, Vicente Carnero decidió regresar con la escusa de una operación de próstata que tenía programada para el día de autos. Quizás había planeado que esa jornada se convirtiese en el día más negro de la historia del pequeño pueblo castellano-leonés y así lo demostraría el desarrollo de los hechos que se iniciaron de una forma trágica con el albor del 23 de junio de 1998.
Aquella jornada, que para colmo de los colmos era la señalada en el calendario como la de las hogueras de San Juan, quien iba a dejar una huella indeleble en la historia de la crónica negra precipitaría los acontecimientos a primera hora de la mañana, incendiando la pequeña casa en la que residía, sita en el número 3 de la Travesía del Pito de la pequeña localidad zamorana. Mientras muchos de sus convecinos se dirigían al lugar a sofocar el incendio, él había puesto rumbo a la panadería, donde vivían dos de sus teóricos enemigos. Armado con una escopeta de caza, a la que previamente le había aserrado los cartuchos, disparó sobre Vicente Gómez Moralejo, de 59 años, el panadero. Las postas le dieron de lleno en la región inguinal, atravesándole la femoral, lo que provocó que se desangrase, mezclándose su sangre con la masa preparada para el pan que cada día distribuía entre el vecindario.
El hermano del panadero, Daniel Gómez, evitó una mayor tragedia en este lugar, al conseguir desarmarlo. Al parecer, el asesino tenía pensado matarlo también a él, pero su rápida actuación le salvó de una muerte segura. No obstante, su sanguinaria ruta tan solo había dado el primer paso.
Asesinato de dos ancianas
Tras dar muerte al panadero por ser hermano del alcalde, hacia quien sentía un odio profundo, se dirigió posteriormente al número 5 de la Travesía del Pito. Allí, prácticamente al lado de su casa, residían dos ancianas, Maruja y Olivia Brioso Gómez, de 72 y 70 años respectivamente. Desde hacía tiempo, mantenía un enconado enfrentamiento con ambas a consecuencia de unos geranios rojos que, supuestamente, le producían alergia a quien se iba a convertir en su verdugo.
A pesar de encontrarse ya desarmado, tomó lo primero que se le vino a las manos, en este caso una azada, con la que golpearía fuertemente en la cabeza y con gran saña a las dos mujeres, que no ofrecieron prácticamente ninguna resistencia. Olivia murió prácticamente al primer golpe. Su hermana resistió un poco más, pero resultó malherida con pérdida de masa encefálica a consecuencia de los traumatismos que le produjeron los reiterados golpes que le había propinado Vicente Herrero con lo que se convirtió en una herramienta asesina.
Probablemente perdido y sabedor del destino que tal vez le aguardase entre sus vecinos, aquel individuo raro, de mal carácter, huraño y enfurruñado, decidió poner fin a su vida arrojándose a un pozo de agua. Tras de sí dejaba una gran tragedia que situaba a Pereruela de Sayago en el mapa, aunque fuese por un horripilante suceso que al día siguiente sería primera página de muchos diarios españoles. Su resentimiento contra el mundo fue tal que, incluso, un día antes de cometer los tres asesinatos, había retirado tres millones de pesetas de una de sus cuentas en el banco que terminarían por consumirse en el fuego que había puesto a su casa. Ni siquiera quería que nadie se aprovechase de su pequeña fortuna.
Al entierro de las tres víctimas asesinadas acudió prácticamente todo el pueblo, en tanto que a Vicente Herrero hubo una oposición frontal de sus paisanos a que recibiese sepultura en el mismo cementerio en el que descansaban el panadero y las dos ancianas muertas por el criminal. Sería enterrado en otro camposanto en el que solamente estuvo acompañado por tres empleados de la funeraria que se encargó de su cadáver y uno de sus hermanos, que accedió a la petición vecinal. La soledad del asesino le acompañó incluso más allá de su último suspiro.
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