Ejecutado en el garrote vil por asesinar a tres mujeres en Alcolea (Córdoba)
Era aquella España un país pobre y también hambriento en el que todo el mundo se las arreglaba como podía. Para bien o para mal. Se vivía de lo que podía y los caciques seguían imponiendo su ley a una población mayoritariamente rural que veía en la emigración su principal salida a la miseria. Era un estado mayoritariamente religioso, con un profundo y arraigado poder eclesiástico en el que se decía -falsamente- que imperaba el orden y la disciplina, aunque había en ocasiones en las que ocurrían sucesos desagradables, algunos que marcarían época, tanto por las circunstancias en las que se producían como por la cantidad de víctimas que quedaban en el camino.
Uno de esos hechos que trascenderían su tiempo hasta llegar a nuestros días fue el triple crimen de Alcolea, que ocurrió un ya lejano 17 de junio de 1912 en el Cortijo de Chancillarejo, en la provincia de Córdoba. Un luctuoso suceso que no dejaría indiferente a nadie y que incluso llegaría a tener una gran repercusión mediática, debido a que un grupo importante de ilustres cordobeses clamaría inútilmente para que al autor de los asesinatos le fuese conmutada la pena capital a la que finalmente sería sentenciado.
José Ortiz Puerto era un joven de 29 años de edad, natural de la localidad cordobesa de Iznájar a quien le apodaban «El Brasileño» debido a que se había trasladado al país sudamericano siendo muy joven y había regresado cuando contaba tan solo 21 años. De él se decía que era muy celoso y estaba profundamente enamorado de Antonia Laredo, de 18 años, una apuesta joven a quien no dejaba prácticamente ni respirar. Se decía también que la madre de esta se oponía a la relación que ambos mantenían. Lo cierto es que la muchacha, tal vez harta de los celos enfermizos de su pretendiente, comenzó una relación con un apuesto jornalero, lo que provocaría la exasperación del muchacho, quien decía que si aquella moza no era para él no era para ningún otro. Y, tristemente, así lo hizo.
Escondido
«El Brasileño» conocía todos los pormenores de quien había sido su prometida. Un buen día se trasladó hasta el cortijo en el que habitualmente residía en compañía de su madre. Se infiltró en el mismo sin que nadie se percatara de la situación y se escondió debajo de la cama que Antonia solía compartir con su madre, provisto de una daga para acometer su macabra y fatal fechoría.
Cuando ya se habían acostado, en la media noche de aquel 17 de junio de 1912, Ortiz Puerto iniciaría una de las peores orgías sangrientas de la historia de Andalucía. Sin pensar ni medir las consecuencias, acometería con el arma blanca que portaba a las tres mujeres que en ese momento dormían en aquella estancia. Asesinó a Antonia Laredo, cosiéndola literalmente a puñaladas, al igual que haría con su madre María Ortiz, quien compartía el mismo lecho que su hija, y una nuera de esta última, Juana Lopera. Solamente se salvarían de sus garras asesinas una niña de once meses que dormía al lado de Antonia.
Con la ropa completamente empapada en sangre, el criminal tuvo tiempo para cambiarse de pantalones, blusa, calcetines y camisa, ya que se sirvió de otros que había en un arca y que pertenecían a Antonio Laredo, marido de una de las víctimas. Igualmente, aprovecharía para asearse y limpiarse las manos antes de iniciar la huida. Se da la circunstancia de que el hombre al que se hace referencia estaba durmiendo en una era próxima al cortijo, pero no se percató absolutamente de nada cuanto acontecía en el cortijo hasta el día siguiente, en el que contemplaría el tétrico panorama y avisaría a la Guardía Civil. «El Brasileño» se llevaría consigo también un revolver que pertenecía a Antonio.
Tras el brutal crimen iniciaría una prolongada huida que le llevaría a recorrer cerca de 400 kilómetros, en una época en la que no era fácil encontrar un medio de locomoción. No sería detenido hasta el día 30 de junio de 1912, que fue cuando unos agentes de la Guardia Civil le echaron el guante en la localidad extremeña de Piedras Albas, en Cáceres.
Pena de muerte
El juicio, que se celebró en la Audiencia Provincial de Córdoba en el año 1913, levantaría una gran expectación en la Ciudad de las Tres Culturas. Se solicitaron tres penas de muerte para el acusado, quien finalmente sería sentenciado a la máxima pena que contemplaba en aquel entonces el ordenamiento jurídico español. No obstante, las fuerzas vivas cordobesas se levantaron solicitando el indulto de un pobre hombre, que pertenecía a una clase marginal.
Se presentó recurso ante el Tribunal Supremo, quien no hizo otra cosa que ratificar la sentencia dictada por la Audiencia cordobesa. Esto motivó que distintas personalidades de la época, entre ellos Niceto Alcalá-Zamora, Antonio Barroso y Martín Rosales solicitasen clemencia al Consejo de Ministros y al Rey Alfonso XIII, pues consideraban excesivo un castigo que en aquel tiempo estaba considerado como ejemplar, aunque la mayoría de los ajusticiados pertenecían a clases bajas.
Sus esfuerzos no dieron los resultados deseados y sus súplicas no fueron escuchadas. Aquel hombre que había emigrado a Brasil para huir de la misería, José Ortiz Puerto, terminaría sus días con el cuello aplastado por el garrote vil el día 30 de abril de 1914 en el patio del Alcázar de los Reyes Cristianos, donde se levantaba la antigua prisión provincial de Córdoba. Ponía fin así a su existencia y a dos eternos años de espera por un indulto que jamás llegaría.
Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias