Orgía de sangre y terror en Puerto Hurraco: Nueve asesinatos provocados por los hermanos Izquierdo

Dos guardias civiles detienen a Antonio Izquierdo, uno de los autores de la masacre que asoló Puerto Hurraco en 1990

Pronunciar el nombre de Puerto Hurraco, una pedanía de poco más de 70 habitantes pertenenciente al municipio de Benquerencia de la Serena en la provincia de Badajoz, suele ser sinónimo de sangre, terror y malos recuerdos, aunque la práctica totalidad de sus vecinos son personas honradas, trabajadoras y que por, encima de todo, desean vivir en paz, acordemente con los tiempos que corren. A pesar de que han pasado más de tres décadas de aquel descorazonador suceso, en sus calles ha quedado el halo maldito de un trágico episodio provocado por una familia, los «Pataspelás» que durante mucho tiempo había rumiado una dramática venganza que devendría en una gran tragedia que terminaría por empañar el verano español de 1990, en un tiempo en que España se preparaba para entrar en una nueva era.

Los enfrentamientos entre «Amadeos» y «Pataspelás» se remontaban a la noche de los tiempos, siendo su principal móvil los problemas de lindes de tierras por pastoreo o cultivos que tanta sangre han hecho correr a lo largo de la historia en la mal llamada España profunda. A ello se añadían las supuestas afrentas que los primeros habrían hecho a los segundos a lo largo de todo ese tiempo y que, al parecer, solamente obraban en su imaginación, probablemente muy dañada por no haber asumido la realidad de los nuevos tiempos y pretender aferrarse a acontecimientos pretéritos que para aquella familia, los Izquierdo, presas de viejos odios y rencores, a la vez que furibundos y muy intensos, seguían muy presentes en su vida cotidiana. Creían que solamente una sangrienta venganza satisfaría su sed de odio que llevaba varias décadas alimentándose y, al contrario de lo que suele suceder, en esta caso iba creciendo en vez de disminuir, sin importarles las terribles consecuencias que de todo ello pudiese derivarse, que serían desgraciadamente muy trágicas e irreparables.

Los «Patapelás» ya habían protagonizado algún episodio sangriento con los «Amadeos», siendo especialmente notorio el ocurrido el 22 de enero de 1967. En aquel entonces Jerónimo Izquierdo dio muerte a Amadeo Cabanillas, quien había sido novio de su hermana Luciana, a quien a última hora rechazaría, después de haber mantenido una larga relación. El rechazo sentimental marcaría de sobremanera a la mujer, considerada como la principal instigadora de la matanza ocurrida en 1990. El autor de este primer asesinato sería condenado a 14 años de prisión. En 1986 regresaría a Puerto Hurraco con la intención de dar muerte a Antonio Cabanillas, a quien heriría de gravedad con un cuchillo de grandes dimensiones. Ingresado en un centro psiquiátrico fallecería a los pocos días de su internamiento. Sin embargo, había un hecho más reciente, la muerte de la madre de los «Patapelás», Antonia Izquierdo Caballero, en un incendio acontecido en 1984, que los Izquierdo se empeñaron en atribuir a los Cabanillas, aunque las pruebas aportadas por la Guardia Civil terminaría por demostrar que había sido de forma fortuita y no había ni una sola prueba que el fuego fuese provocado. Es más, algunos de los testigos aseguraban haber visto a una de las hermanas Izquierdo intentando salvar algunos enseres del domicilio de la casa materna, en tanto que su progenitora se consumía entre las llamas que asolaban su domicilio.

La matanza

La familia Izquierdo residía en el término municipal de Monterrubio de la Serena, a once kilómetros de Puerto Hurraco, el pueblo en el que tuvo lugar la gran tragedia en una casa en la que se encontraban poco menos que aislados del resto del mundo, en tanto seguían rumiando el horror de su venganza. Armados hasta los dientes, en el atardecer de aquel domingo, los dos hermanos varones Emilio, de 56 años y Antonio, de 52, le dijeron a sus hermanas que se iban a cazar tórtolas, aunque su destino realmente era otro muy distinto y obedecía a un plan precobencido con antelación y hasta minuciosamente diseñado, pues eran sabedores que una gran parte de los vecinos del pueblo al que se dirigían estarían a aquellas horas en la plaza principal disfrutando del fresco en la calle debido al bochornoso calor imperante en aquellos días en toda Extremadura.

Los dos criminales se escondieron en un callejón antes de acometer a los vecinos, aunque su principal objetivo eran los miembros de la familia Cabanillas, principalmente Antonio, a quien odiaban profundamente. Al igual que si de un western del oeste se tratase, iniciarían su orgía de disparos provistos con escopetas repetidoras del calibre 12. Sus dos primeras víctimas fueron dos niñas de 13 y 14 años, hijas de su rival, quienes se encontraban jugando en la plaza del pueblo. Una de sus hermanas se salvó por encontrarse en casa de una prima. Durante un cuarto de hora intenso y eterno para los habitantes de Puerto Hurraco, los hermanos Izquierdo sembraron el terror, el caos y el pánico entre unos vecinos que repentinamente se habían visto sorprendidos por un indiscriminado tiroteo que ya no distinguía entre adversarios suyos y el resto de vecinos. Cualquiera que estuviera presente a su alcance a buen seguro que iba a ser víctima de aquellos dos desalmados que no solo habían perdido el norte sino también su alma. Hasta un total de nueve personas cayeron víctimas de su sinrazón en una orgía sangrienta que colocaba de forma destacada a una localidad prácticamente desconocida en el mapa de la crónica negra española. Pero no eran solo los nueve muertos que dejaban en su horripilante trayectoria, sino que también resultaban heridas de gravedad hasta una docena de personas, algunas de las cuales sufrirían lesiones que les afectarían de por vida, ya que hubo heridos que quedaron tetrapléjicos tal y como fue el caso de un joven que había obtenido recientemente por aquel entonces su titulación como ingeniero industrial. Un verdadero drama en toda regla.

Una vez que se hubo consumado aquella trágica venganza, que muchos temían que llegase a materializarse, los hermanos Izquierdo huyeron al monte Sierra de Oro, en el que pasarían la noche hasta que al día siguiente fueron detenidos por agentes de la Guardia Civil. En el momento de su captura, Emilio Izquierdo, que era el líder de los dos hermanos, no mostró en ningún momento ni el menor atisbo de arrepentimiento. «Ahora que sufra el pueblo como he sufrido yo en el pasado», fueron las palabras que dedicó a los agentes. Mientras esto sucedía, sus hermanas Luciana y Ángela habían tomado un tren a Madrid con el supuesto propósito de acudir a la consulta de un oftalmólogo. Allí serían captadas por un equipo de televisión de Antena-3, a quienes harían unas declaraciones en medio de sollozos y llantos, aunque tan solo fueran lágrimas de cocodrilo, ya que era difícilmente imaginables que ellas dos no conociesen los macabros propósitos de sus hermanos varones. Inmediatamente hubieron de regresar a tierras extremeñas para prestar declaración ante el juez de Castuera, que se haría cargo del caso. Ambas serían ingresadas en un psiquiátrico, aunque en un primer momento un juez decretaría su ingreso en prisión al considerar que eran las principales instigadoras de la terrible matanza.

En aquella pequeña pedanía, hasta el momento desconocida para una gran parte de los españoles, se instalaba el reino del horror y el pánico. Los vecinos se lamentaban de lo sucedido ante los distintos medios de comunicación que abarrotaban el pueblo, arguyendo algunos de ellos que se podía haber evitado ya que, según sus razonamientos, la tragedia se mascaba en el ambiente. Mientras tanto, Puerto Hurraco seguía presa del pánico y una psicosis de temor se apoderaba de su vecindario, que sufría en silencio las consecuencias de un ritual sangriento provocado por una familia que había sido incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos y que durante muchos años había ido rumiando una venganza que llevaría una consecuencias funestas a una localidad enclavada en lo que se ha denominado la Siberia extremeña.

Casi 700 años de cárcel

En medio de la lógica expectación por lo acontecido en el verano de 1990, en enero de 1994 se celebraba el juicio contra los hermanos Izquierdo. Se vivía también con mucha tensión, principalmente por parte de las familias de las víctimas, que seguían atormentadas por el dolor de la injusta y terrible pérdida de sus seres queridos. La Guardia Civil incautaría un cuchillo de grandes dimensiones a Antonio Cabanillas, padre de dos de las niñas brutalmente asesinadas en medio de aquel ambiente de alta tensión que se haría patente a lo largo del transcurso del juicio que se celebro en la Audiencia Provincial de Badajoz. Las dos hermanas Luciana y Ángela saludarían afectuosamente a sus hermanos Emilio y Antonio, no escatimando elogios hacia ellos en presencia de distintos medios de comunicación. Llegarían a decir que ambos iban para santos, lo que no deja de ser un sarcasmo de mal gusto, cuando no una indecencia moral en toda regla.

Prácticamente ningún remordimiento en el comportamiento de aquellas dos alimañas, quienes se sentaron esposados en el banquillo de los acusados, justificando su irracional comportamiento en aquella aciaga y calurosa tarde del último domingo de agosto de 1990. Como era de prever, la Justicia no se anduvo con medias tintas a la hora de emitir su veredicto y ambos hermanos fueron sentenciados a un total de 684 años de prisión, además de indemnizar las familias de todas sus víctimas y a quienes sufrieron sus secuelas con 300 millones de pesetas, en torno a 1,8 millones de euros, a pesar de que serían declarados insolventes.

Para desgracia de las víctimas, el Tribunal Supremo rechazaría en el año 2006 la posibilidad de que fuesen indemnizadas por el Estado como responsable civil subsidiario al entender que la matanza no había sido un acto de terrorismo sino que los autores de la misma solo pretendían dar muerte a un mayor número de personas y no «enturbiar la paz social», objetivo que persiguen los terroristas.

Muerte de los hermanos Izquierdo

La sentencia de prisión se convertiría en poco menos que cadena perpetua para los cuatro hermanos de aquella fatídica familia que había regado de dolor y sangre las tierras extremeñas en un ritual que parecía entresecado de la peor película de terror. Los componentes de aquel opaco y turbio clan irían extinguiendo sus vidas en un breve lapso de tiempo, apenas un lustro. Es más, tres de ellos fallecerían en poco más de un año. La primera en morir sería Luciana Izquierdo, cuyo óbito se produjo en 2005 a consecuencia de los problemas cardíacos que padecía. Unos meses más tarde, en el año 2006, fallecería su hermana Ángela, quien se había quedado sola en el psiquiátrico en el que se encontraba ingresada y en el que nunca, tanto ella como su hermana, terminarían de integrarse, haciendo una vida al margen del resto de los internos, al igual que habían hecho en su existencia civil en la que se habían apartado del resto de la población.

Por esta misma época, en el año 2006, cuando ya había muerto sus dos hermanas, fallecía Emilio Izquierdo, a cuyo entierro asistió únicamente su hermano Antonio, quien tendría palabras elogiosas hacia su familiar, destancando que se «iba al cielo» tras haber cumplido con el deber de haber vengado la muerte de su madre. Quedaba ahora él como el último representante de un clan familiar del que la única hermana que se había casado había renegado. El postrero miembro de aquel desgraciado grupo familiar desaparecería cuatro años más tarde, el día 24 de abril de 2010. Él mismo sería el encargado de poner fin a su rastrera existencia, ahorcándose en la celda que ocupaba en la prisión de Badajoz. Había tomado muy a pecho la derogada doctrina Parot, en vigor en aquel entonces, que prorrogaba su estancia en los muros de la cárcel. Fue sepultado en el cementerio pacense días después de haberse suicidado cuando contaba 72 años de edad. A su entierro no acudió nadie y tampoco hubo una sola flor ni nadie derramó una lágrima por su fallecimiento. Con él se ponía fin a una estirpe que había sembrado el terror en lo que parecía un pacífico y caluroso verano en el que España miraba con optimismo hacia el futuro, mientras los tristemente célebres «Patapelás» seguían anclados en el pasado regodeándose en el odio y el rencor para acometer una sangrienta venganza difícilmente olvidable para los vecinos de Puerto Hurraco, cuyo nombre sigue siendo sinónimo de la España negra y ancestral, esa que por fortuna ya no existe, ni siquiera en el mismo pueblo en el que se produjo la trágica matanza de la que todavía hoy se siguen vertiendo ríos de tinta y a la que nadie, en su sano juicio, puede encontrar explicación posible por mucho que algunos habitantes de la localidad vislumbrasen aquella ya lejana tragedia del estío de 1990.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*