Doble crimen a bordo del buque «Ciudad de Palma» durante la travesía entre Tenerife y Cádiz
Más que el relato de un suceso trágico, los hechos acontecidos el día 13 de marzo de 1992 a bordo del ferry «Ciudad de Palma», que cubría la ruta entre Tenerife y Cádiz, podría ser perfectamente el argumento de cualquier película de suspense e incluso una lograda narración de Agata Christie. Todo se inicia de madrugada cuando el sereno del buque de la compañía «Transmediterránea» se ve obligado a reprender a un misterioso hombre de unos cincuenta años aproximadamente que deambula por cubierta con una manta sacada de su camarote. Con malos modos, aquel enigmático pasajero le responde que las 24.000 pesetas que ha pagado por el pasaje le daban derecho a manta. Jamás se supo de él y se llegó a suponer que se hubiese tirado desde la popa, a unos ocho metros de altura, y posteriormente fuese arrollado por las hélices de la embarcación.
A primera hora de la mañana del día de autos, siendo todavía muy temprano, el capitán del buque, Andrés Costoya, convoca a los 241 pasajeros y 78 tripulantes que viajaban a bordo del «Ciudad de Palma» para darles cuenta de que se ha producido un sangriento y misterioso suceso, ya que han sido asesinados a puñaladas dos marineros. En un principio, ante aquella misteriosa llamada, fueron muchos los que sospecharon lo peor, que les iba a comunicar que el buque se iba a pique. Sin embargo, era para descubrir al supuesto asesino de dos personas que habían sido cosidas a cuchilladas en plena madrugada. Asimismo, les da cuenta que el barco enfilará con dirección a Cádiz.
Gritos
En torno a las siete y cuarto de la mañana los pasajeros y el resto de la tripulación escucharon atónitos y desconcertados los gritos de auxilio de un experimentado hombre de mar que estaba malherido en cubierta. Se traba del cocinero, Daniel Balboa Bravo, de 45 años, natural de la localidad gallega de Vilagarcía de Arousa, habría llamado la atención del estrambótico sujeto que, al parecer, habría estado molestando a algunos de los pasajeros. A sus gritos de auxilio acudió el segundo oficial, quien pudo avistar al hombre de extraño aspecto, de pelo negro y rizado que se esfumó en la oscuridad. A la desesperada, tomó una silla de madera con el ánimo de detenerlo, pero nada pudo hacer y jamás se sabría nada de aquel misterioso y macabro sujeto.
Tras cometerse el segundo crimen, se generó una alarma generalizada en el barco y la tripulación, presa del lógico nerviosismo, se armó con palos y otros objetos contundentes ante el temor que el asesino actuase de nuevo. El estado de alerta general en el buque hizo que en la bodega se descubriese un segundo cadáver, que, al igual que el anterior, también había sido literalmente cosido a cuchilladas. Se trataba del cuerpo de Mateo Mena, de 54 años, natural de Algeciras, lo que no haría otra cosa que incrementar el desconcierto y el nerviosismo a bordo de aquel buque, que estaba siendo sin pretenderlo el escenario de una película de terror y suspense. El capitán, que había dado orden de que el buque se dirigiese a Casablanca, ordenó entonces que prosiguiese la ruta al destino previsto, Cádiz.
Los cinco guardias civiles que viajaban a bordo para custodiar los objetos de valor iniciaron allí mismo las pesquisas, a las que contribuiría el capitán ordenando a los pasajeros que se levantasen para darles cuenta de los acontecido al tiempo que iniciaban la investigación. Las miradas se dirigieron desde el primer instante hacia el misterioso hombre, al que se suponía bajo los efectos del alcohol, a quien habrían visto en cubierta hablando de Dios, además de realizar unos extraños rituales. Nadie se supuso, en un primer momento, que fuese agresivo, solamente se sospechaba que estaba borracho, pero nada más. No obstante, para ahorrarse sustos, sus compañeros de camarote decidieron cerrar el compartimento cuando vieron su actitud. Tal vez para ahorrarse problemas.
Un antiguo legionario
Las sospechas no hicieron otra cosa que ir in crescendo cuando aquel mismo energúmeno no acudió a la llamada del capitán cuando daba cuenta a los pasajeros de lo ocurrido. Aún así, el pánico y el nerviosismo se había apoderado de todos los que viajaban en aquel barco. Las investigaciones de la Policía apuntaban a que aquel individuo, identificado bajo el nombre de José López, podría haberse tirado por la popa del barco en alta mar, a unas 250 millas de Cádiz, después de haber cometido el segundo asesinato. Al parecer se trataba de un antiguo soldado que había servido en la Legión y que en aquel momento se dedicaba a la mendicidad. Se le había visto por algunas calles de Tenerife solicitando la gratitud de los turistas, de quienes se quejaba asíduamente porque al parecer no eran muy generosos con él. Esa falta de generosidad le habría empujado a tomar de nuevo el barco rumbo a la península y concretamente a su tierra, Granada, en este caso.
Cuando el barco atracó en el puerto de Cádiz se vivirían escenas de histeria, dolor y nerviosismo. Al buque se subió la juez que se encargaría del caso, así como un equipo de forenses y miembros de la Policía Científica, que lo único que hallaron fueron las manchas de sangre que había en la cubierta del ferry, así como también en su bodega, no haciendo sospechar de ningún otro pasajero más que del antes aludido, aunque se llegaría a sospechar de un segundo que podría haber viajado de polizón, extremo este que jamás llegaría a verificarse.
Ya en tierra, a las ocho y media de la tarde de aquel trágico viernes, 13 de marzo de 1992, se produciría otro desagradable suceso, que fue el momento en que se encaró con los agentes de la Guardia Civil el hijo adoptivo de Mateo Mena, Diego Gallego, un joven que resultaría herido de bala en una pierna después de que perdiese los nervios ante aquella dramática situación en la que su progenitor había perdido la vida. Como se podrá observar, fue este un desgraciado episodio en el que no faltó de nada, al igual que si fuese una perfecta adaptación para la gran pantalla.
Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias