Historia de la Crónica Negra

Se suicida tras asesinar a su hija de cinco años y a dos cuñados en Málaga

El grave suceso ocurrió en en el Club Mediterráneo de Málaga

Una separación traumática a la que se había unido el grave accidente que le había provocado una paraplejia a un hijo de 18 años provocaron que el empresario malacitano Juan París Molina, de 45 años, se convirtiese en el principal protagonista de la crónica negra en la Costa del Sol en el verano del año 1991. El escenario elegido sería el emblemático Club Mediterráneo de Málaga, un centro frecuentado por muchos ciudadanos y forasteros en plena época estival, principalmente en pleno mes de agosto, que es cuando se dan cita un mayor número de turistas en una de las ciudades turísticas por excelencia del litoral español.

En torno a las cuatro y cuarto de la tarde de aquel fatídico 8 de agosto de 1991 París Molina, provisto de un arma corta se dirigió al prestigioso club social en el que sabía que se encontraban tanto dos de sus hijas como también algunos miembros de la familia de su ex-mujer, de quien había iniciado los pertinentes trámites para obtener la sentencia de divorcio tras haberse separado de ella hacía algo más de años y medio. En torno a un centenar de personas se daban cita en las instalaciones del Club Mediterráneo cuando aquel hombre, presa de la furia e iracundia que le invadía a consecuencia de sus problemas familiares, efectuó dos disparos contra Juan Díaz Recio, de 50 años y su hermano Bernardo. El primero de ellos fallecería casi de forma instantánea en el sitio en el que tuvo lugar la carnicería, en tanto que su gemelo moriría cuando era trasladado hasta el hospital Carlos Haya de la capital de la Costa del Sol.

Tras haber dado muerte a sus dos cuñados, se dirigió hacia el punto conocido como «La Pérgola», donde se hallaban dos de sus hijas, una de las cuales parece ser que le recriminó la actitud criminal del padre. Sin pensárselo dos veces, y fuera de sí, efectuaría nuevos disparos, tres de los cuales alcanzaron a su hija Dolores, de tan solo cinco años de edad, quien fallecería en el centro médico del club en el que se encontraba disfrutando de una tarde estival que terminaría en tragedia. Como consecuencia de estos disparos, también resultaría gravemente herida la niña Olga Moya, de doce años, amiga de sus hijas pequeñas, quien hubo de ser trasladada inmediatamente hasta un centro sanitario en el que sería intervenida de forma urgente en uno de sus quirófanos. A pesar de la gravedad de su heridas, la criatura pudo vivir para contar tan trágico episodio que tiñó de luto la Costa del Sol en el que prometía ser un plácido verano del año 1991.

Suicidio

Juan París Molina, tras haber perpetrado la matanza, fue acorralado por tres personas, un antiguo guardia civil jubilado y dos funcionarios de policía de paisano, quienes trataban de detenerlo o, cuando menos, tratar de evitar que aquel hombre que había perdido el rumbo prosiguiese con su escalada de tiros e impedir así una mayor masacre. En parte, estas tres personas conseguirían su objetivo, ya que al verse acorralado decidió terminar con su vida disparándose en la boca y quedando tendido en un gran charco de sangre.

El centenar de personas que esa tarde de verano abarrotaban el Club Mediterráneo no hallaban explicación racional al dantesco espectáculo que habían presenciado en un centro en el que todo el mundo va a disfrutar de su tiempo de ocio y de sus horas de asueto. A pesar de todo, había una explicación o cuando menos una excusa, motivo muy distintos, ya que actos de semejante calibre son incomprensibles y desde luego injustificables. En ese momento la vida del asesino y suicida no pasaba por sus mejores momentos y así se lo había hecho saber a sus allegados, a quienes llegaría a confesar que «estaba dispuesto a hacer cualquier cosa» por el agobio que le habían supuesto los últimos acontecimientos de su vida personal y de los que parecía que lo abocaban a un fatal destino, o cuando menos a una dramática resolución.

Además del trauma que había representado su separación, se unía a todo ello un drama familiar, que no era otro que un hijo suyo de 18 años, quien había quedado parapléjico a consecuencia de una lesión medular que había sufrido en una piscina de Málaga. Tanto el triple criminal como quien había su esposa hasta hacía poco más de año y medio discrepaban en torno al futuro del muchacho. Incluso habían llegado hasta los tribunales para que estos emitiesen una resolución, ya que la madre se oponía a que su vástago, que había estado ingresado en el Centro Nacional de Parapléjicos de Toledo, abandonase este hospital asistencial, en tanto que Juan París pretendía que el muchacho fuese trasladado hasta una unidad asistencial, sita en la localidad malagueña de Torremolinos. Finalmente, la justicia le daría la razón al padre y el desafortunado joven pudo ser traslado al centro asistencial privado que pretendía su progenitor, a quien, a su vez, le concederían su custodia.

A pesar de todo, quedarían todavía viejos resquemores entre los dos miembros de la pareja, pues quien más tarde se convertiría en asesino y suicida había dicho que su ex-esposa le impedía visitar al hijo gravemente lesionado cuando esta era la encargada de su custodia. Al parecer, los allegados a la antigua pareja eran conocedores de los enfrentamientos entre ambos, pero jamás pensaron que Juan París, un acreditado y solvente empresario malagueño, fuese a perpetrar una barbaridad de aquel calibre.

Incidentes en el entierro de las víctimas

Al día siguiente de haberse producido la tragedia se celebraría el entierro de las cuatro víctimas mortales, aunque el homicida no sería sepultado a la misma hora ni tampoco en la misma tumba que las tres personas asesinadas para evitar incidentes de mayor calibre. Al acto fúnebre asistieron unas 300 personas que provocaron imágenes de dolor y rabia incontenida, siendo el objeto de su ira algunos medios de comunicación que habían acudido al lugar a tomar imágenes, llegándose al extremo de que los reporteros de Canal Sur TV hubieron de desistir de hacer su trabajo debido al ambiente caldeado que se respiraba en el camposanto. Estos últimos llegarían a solicitar la intervención de la Policía para que se les facilitasen las condiciones idóneas para informar de un hecho que consternaría a la Costa del Sol en el verano de 1991.

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