El asesinato del general portugués Humberto Delgado y su secretaria en Badajoz, un oscuro y misterioso suceso que quedó impune
El general Humberto Delgado había sido amigo íntimo de Oliveira Salazar, el viejo dictador portugués que dirigía con mano de hierro el país vecino. Sin embargo, su amistad se vendría abajo a raíz de su postulación en el año 1958 para la presidencia de la República. Era aquella la primera vez en muchos años que la oposición se presentaba a una convocatoria electoral y de hecho, gracias a un descarado fraude triunfaría el candidato oficialista, Américo Tomás. A pesar de su no victoria, Delgado terminaría por convertirse en un referente para toda la disidencia y oposición lusa, que veían en él a una figura capaz de aglutinar y desarrollar un nuevo proyecto que terminase con la anquilosada y corrupta dictadura portuguesa que se prolongada desde la década de los años veinte del pasado siglo. Ante este panorama, Delgado optó por abandonar su país y trasladarse a Brasil, donde proseguiría con su actividad política.
Conocedores del carisma del militar, la dictadura salazarista no cejó en su empeño de perseguirle. De hecho, su temida policía política, la PIDE seguiría hasta la antigua colonia portuguesa al hombre que sería conocido como «el general sin miedo». Consciente de que le seguían los pasos, puso el caso en conocimiento de las autoridades del país carioca e inmediatamente descubrieron que en la supuesta inofensiva oficina que había instalado la policía política no había un solo papel, pero sí armas de gran precisión, entre ellas un rifle, con el que pretendían darle muerte.
Ante la actitud que habían tomado los acontecimientos, Humberto Delgado decidió actuar provocando la llamada Revolta de Beja,en colaboración con otros militares portugueses que se encontraban en activo, pues él había sido degradado e incluso expulsado del Ejército. Su intentona no hizo otra cosa que acrecentar la animadversión que hacia él sentían las principales autoridades lusas, que ahora pasarían a la acción empleando métodos expeditivos para deshacerse de él. Se pondría en marcha la «Operación Otoño», destinada a liquidarlo, independientemente de los métodos que se empleasen para ello, recurriendo incluso a métodos mafiosos.
Un extraño viaje
El año 1965 fue el ejercicio escogido para dar muerte a quien era la principal referencia de la oposición portuguesa en aquel tiempo. Para ello se servirían incluso de la organización de extrema derecha francesa OAS, al frente de la cual estaba Jean Jaques Susini. Le habrían propuesto un viaje a la capital italiana, aunque el rechazó esta opción, por lo que decidió volar desde Argel a París, donde debería entrevistarse con un personaje de escasa reputación y fácilmente manipulable, Ernesto de Carvalho, quien en teoría era un opositor al régimen imperante en Portugal, aunque demostraría ser un individuo con nulos escrúpulos y escasa talla moral. Este le hizo saber que había militares portugueses que deseaban entrevistarse con él, con Delgado, en la frontera luso-española, en la provincia de Badajoz. A pesar de que personas próximas al general le quisieron hacer ver el riesgo que corría si se dirigía al lugar previamente convenido, Humberto Delgado hizo una vez más gala de su valor y arrojo para afrontar la situación. Esas mismas personas le manifestaron su desconfianza a que aquello se tratase de una emboscada y a la previsibilidad de que detrás de la misma se hallase la siempre temerosa policía política portuguesa, la PIDE.
A pesar de todo, el general decidió hacer caso omiso de sus consejeros y asistiría a la cita. Para ello, se hospedaría en el Hotel Simancas de la capital pacense. Uno de sus primeros puntos de encuentro era la catedral de la ciudad, aunque se encontró con que allí no había absolutamente nadie. Tampoco encontraría a otros confidentes en la estación de ferrocarril, otro de los puntos convenidos en su periplo por territorio extremeño. De regreso al hotel en el que estaba hospedado, recibió la sorpresiva visita de cuatro personas, una de las cuáles, el inspector Antonio Rosa Casaco, una de las cuales le comunicó que el supuesto opositor Ernesto de Carvalho había sido detenido. De sus visitantes, tres eran miembros de la OAS y otro de la PIDE. Le comunicaron, a su vez, que otra persona se encargaría de trasladarlo no a Olivenza, como en un principio había creído sino hasta un paraje conocido como Los Almerines, por entender que era un lugar mucho más discreto para mantener una reunión de aquel calibre.
Al día siguiente, 13 de febrero de 1965. fecha prevista para la ejecución del macabro plan, un subinspector de la PIDE, Ernesto Lopes le comentó el supuesto arresto de Carvalho, al tiempo que se hacía pasar por un falso teniente del Ejército. El lugar elegido era idóneo para una reunión secreta, pero también para una trampa mortal. Humberto Delgado mostró su extrañeza por contemplar solamente a una persona en otro vehículo en el lugar elegido, a lo que el conductor que lo había traslado hasta aquel paraje le dijo que el resto se encontraban ocultos entre los árboles. Inmediatamente «El General sin miedo» se percató de que realmente aquello era una emboscada, por lo que haciendo gala de su arrojo y valor se abalanzó sobre uno de sus asaltantes, entablándose una pelea entre ambos hasta que Casimiro Monteiro, un peligroso individuo al que se le atribuían varios crímenes en las colonias portuguesas, le propinó un culatazo en la zona occipital, siendo derribado en el suelo. Este mismo sujeto le efectuaría otros tres disparos en el pecho y se encargaría de darle el toque de gracia con el mismo arma, aún humeante de los tres primeros disparos.
Una vez muerto el militar luso, su cuerpo fue envuelto en una manta y lo escondieron en un automóvil dejando un gran reguero de sangre en el suelo. Lopes regresaría al hotel en busca de la secretaria de Delgado, con la falsa excusa de que el general requería sus servicios. Una vez en el mismo paraje en el que habían dado muerte a su primera víctima, aquellos desalmados policías políticos torturarían hasta la extenuación a Arajaryr Moreira de Campos, que así se llamaba la mujer, quien moriría a manos del terrible Monteiro, quien no dudó en estrangularla para terminar con su vida.
Los asaltantes depositarían los cuerpos de sus víctimas en una especie de arroyo seco, echándoles por encima ácido sulfúrico y también cal, con la finalidad de volverlos irreconocibles, al tiempo que creían que jamás serían descubiertos. Sin embargo, dejarían demasiadas pistas que serían concluyentes a la hora de resolver el caso.
Hallazgo de los cuerpos
El dueño del hotel en el que se alojaban los dos súbditos de nacionalidad portuguesa denunciaría su misteriosa desaparición ante la Policía, pues, aunque ninguno de los dos había efectuado pago alguno, tampoco habían retirado sus pertenencias, lo que le resultaba muy extraño. Cuando ya había transcurrido algo más de mes y medio del doble asesinato, dos niños que buscaban nidos en la localidad extremeña de Villanueva del Fresno hallaron dos cuerpos en aquel paraje en el que les habían dado muerte. Comenzaba para la Policía la ardua tarea de saber lo que había ocurrido, pues se carecía de cualquier pista acerca de la identidad de las dos personas que habían sido asesinadas, pues estaban en avanzado estado de descomposición y estaban prácticamente irreconocibles.
Un anillo hallado en uno de los dedos del general, con las iniciales H.D. grabadas, sería lo que les condujo a la pista a los investigadores. Aquellos dos cadáveres no pertenecían a supuestos emigrantes que estaban huyendo de su país, como se sospechó en un principio, sino que uno de ellos pertenecía a una destacada personalidad portuguesa. Desde el Ministerio de Información y Turismo, dirigido entonces por Manuel Fraga Iribarne, se pretendió acallar un asunto que llegaría incluso a crear un pequeño incidente entre España y Portugal.
Otro elemento clave en la resolución del suceso fue el hallazgo de una quiniela portuguesa, la Totobola, en la zona aledaña a la aparición de los cuerpos. Inmediatamente se supuso que detrás de aquel crimen se encontraba la todopoderosa PIDE. El juez español encargado del caso quiso trasladarse al país vecino para interrogar a los supuestos autores del crimen, pero las autoridades lusas se lo impidieron, además de declararlo persona non grata.
Posteriormente, en Portugal se hizo un simulacro de juicio que no dejaba de ser una vulgar pantomima con la que encubrir sus vergüenzas. Fueron detenidos todos los que habían intervenido en el secuestro y asesinato de Humberto Delgado. Negaron en todo momento que tuviesen intención de asesinarlo y que solo pretendían secuestrarlo con la finalidad de darle un susto. Además, atribuyeron su muerte a Casimiro Monteiro, quien se había fugado a territorio africano, desconociéndose su paradero. Ninguno de los agentes que habían participado en el secuestro y asesinato de «El General sin miedo» sufriría la acción de la justicia, en tanto que su teórico asesino moriría, ya viejo, en Sudáfrica.
El principal responsable del comando que dio muerte a Delgado, el inspector Antonio Rosa Casaco sería detenido en Madrid en abril del año 1998. Aunque sus delitos no habían prescrito tal como lo establecía la Constitución portuguesa de 1976, el antiguo miembro de la PIDE fallecería en la localidad lusa de Cascais a la edad de 91 años, después de una turbia vida en la que no faltaron los desfalcos, ni el contrabando ni, como hemos visto, el crimen. Toda una joya que ideó un doble asesinato por el que jamás nadie tuvo que rendir cuentas ante la justicia a pesar de que hoy en día Humberto Delgado sea ya un reconocido héroe nacional en su país.
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