Historia de la Crónica Negra

Un adolescente asesina a tiros a tres jóvenes en plena calle en Alicante

Manifestación exigiendo justicia por la muerte violenta de tres jóvenes en la capital alicantina

Nadie fue jamás capaz de explicárselo, pero sucedió de verdad. No se trataba del barrio neoyorquino del Bronx, sino de una agradable ciudad española que suele ser noticia por otros acontecimientos mucho más felices y gratos. El autor del triple crimen no pertenecía a una familia desestructurada, sino más bien todo lo contrario. Era hijo de un inspector de Hacienda y vivía en un entorno acomodado, además de estudiar en un colegio privado. Sus víctimas eran jóvenes que vivían en el extrarradio de la ciudad y pertenecían a familias humildes, siendo todos ellos honrados trabajadores que no habían protagonizado jamás ningún altercado y carecían de cualquier antecedente policial.

Todo comenzó ocasionalmente en la tarde-noche de un sábado, concretamente el día 25 de mayo de 1985, en torno a las ocho, cuando se iniciaba la marcha. Aquellos cuatro chavales se dirigieron a tomar unas copas en la alicantina calle de Rafael Terol, para luego dirigirse hacia la calle Valdés, en el centro de la ciudad. En la esquina con la calle Cid se encontrarían con una nutrida pandilla de unos ocho o diez muchachos, algo más jóvenes que ellos, con los que se intercambiaron algunos insultos, a raíz de lo cual se generaría un altercado.

Uno de los chavales del segundo grupo, donde se encontraba el agresor, J.R.G., de quince años, se dirigió al otro, menos numeroso, advirtiendo con pegarle cuatro tiros a uno de los miembros del primer grupo, en el que se encontrarían las tres víctimas, sino soltaba a uno de sus amigos, aunque nunca se supo a que se referían con esta advertencia. Lo cierto, es que, ni corto ni perezoso, aquel chavalote desenfundó una pequeña pistola de su cazadora con la que efectuó un primer disparo que le interesó el corazón de pleno a Antonio Francisco Maza López, de 19 años, quien cayó fulminado prácticamente en el acto. Al escuchar los disparos algunos vecinos sospecharon que se trataba de petardos, mientras otros que le vieron empuñar el arma creyeron que era de juguete, aunque sus consecuencias fueron excesivamente trágicas.

Dos muertes más

No contento tras la gran fechoría que ya había perpetrado al acabar con la vida de uno de sus teóricos adversarios, el muchacho proseguiría con su sangrienta orgía para herir de gravedad a Andrés Peinado Sánchez, de 21 años, a quien con sus disparos le atravesó el brazo izquierdo, mientras que otro proyectil le alcanzaría el pecho. Según declaraciones del único superviviente de este grupo, Emilio León, le disparó prácticamente a «bocajarro». Trasladado al Hospital del Insalud de Alicante, fallecería cuando estaba siendo intervenido, sin que los médicos pudiesen hacer nada por salvar su vida.

La tercera víctima mortal de este dantesco y sanguinario suceso fue José Antonio Medina Caballero, también de 21 años, a quien el único disparo efectuados contra él por J.R.G. le alcanzaron en el costado. Al igual que su amigo, tampoco fallecería en el mismo momento, pero la gravedad de sus heridas era tal que terminaría muriendo a las siete y media de la mañana del domingo, 26 de mayo de 1985, consumándose así una gran tragedia que consternaría a la ciudad de Alicante.

El único que salvó la vida fue Emilio León, de 19 años, a quien el autor de los otros tres asesinatos no lo mató porque «ya no le quedaban más balas en el cargador». Mientras, el autor de las tres muertes huía corriendo del lugar de los hechos en compañía de otros colegas de correrías, agentes de la Policía Local auxiliaban a las víctimas tratando de evacuarlas hasta el centro sanitario más próximo.

En el lugar de los hechos se encontraron cuatro casquillos de bala, del calibre 7,65, que ya no se fabricaba, por lo que se sospechó en un principio que el criminal pudiese estar relacionado con la Policía o la Guardia Civil. El autor del triple crimen no sería detenido hasta unos días más tarde, gracias a la descripción que de él facilitó el único superviviente del fatal episodio. Se trataba de un muchacho de algo más de 1,70 de estatura, pelo negro y cara larga.

La familia del precoz asesino comenzaría a sospechar de él a medida que aparecían noticias en los distintos medios de comunicación en los que se daban datos acerca del arma empleada, pues el cabeza del clan familiar, un inspector de Hacienda de 55 años, poseía un arma similar a la que se describía en las informaciones. Al parecer, según declararía a la Policía, la utilizaba para sus desplazamientos a Benidorm, lugar en el que regentaba una gestoría en compañía de otros socios, debido a que solía portar grandes cantidades de dinero en efectivo.

Arma desguazada

Una de las irregularidades a las que debieron hacer frente los investigadores que se ocuparon de este caso fue al desguace del arma llevado a cabo por el progenitor de J.R.G., quien la desmembraría y esparciría sus restos en un el paraje de la zona de Sella y Relleu, donde la familia del asesino poseía una residencia para sus días de asueto. El juez encargado del caso incoaría un procedimiento contra el inspector de Hacienda, a quien se acusó de tenencia ilícita de armas. Según la versión que daría ante el juez, su hijo le habría sustraído el arma de un portafolios en el que la guardaba regularmente.

J.R.G. confesaría a su madre que había sido él quien ocasionó la muerte de los tres jóvenes aquel sábado de primavera de 1985, que tiñó de luto a la pacífica capital alicantina. El muchacho pasaría a disposición del Tribunal tutelar de Menores de Alicante, siendo ingresado en el centro de la Santa Faz. Hasta ese momento había acudido con regularidad al colegio de los Hermanos Maristas en el que cursaba octavo curso de Educación General Básica, aunque le había sido abierto un expediente para proceder a su expulsión a raíz del trágico incidente que había protagonizado dando muerte a los tres jóvenes.

La gravedad del suceso provocaría una espontánea reacción en Alicante, ya que los padres de las tres víctimas mortales se movilizarían para exigir justicia por el asesinato de sus tres hijos. Temían que los acontecimientos se dilatasen en el tiempo y no se condenase en forma debida al autor del triple crimen como consecuencia de las posibles influencias de la familia, considerada de clase acomodada, en tanto que ellos pertenecían un extracto social humilde. Sin embargo, se toparían con la famosa Ley del Menor, que protegía a los delincuentes que no hubiesen alcanzado la mayoría de edad. De hecho, se iniciarían los trámites para proceder a su reforma a raíz de este suceso. El muchacho, al no ser considerado responsable de sus actos por ser menor de 16 años, cumpliría la pena en un centro habilitado a tal efecto.

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