Dos niños brutalmente asesinados en Granada con apenas ocho meses de diferencia
El año 1984 dejaría el amargo recuerdo en tierras andaluzas de las muertes violentas de tres pequeños. Uno de ellos en Sevilla, que jamás llegaría a esclarecerse, en tanto que otros dos tuvieron como escenario Granada, una ciudad que en aquel entonces vivía conmocionada todavía por el asesinato de un niño en el año 1981, que parecía haber entrado en punto muerto debido al escaso avance de las investigaciones.
En aquella complicada tesitura, los granadinos se vieron terriblemente sorprendidos el día 7 de abril de 1984 con la aparición del cuerpo del pequeño Bernado Díaz, de nueve años, horriblemente estrangulado en la casería de San Jerónimo. El niño era hijo de un miembro de la Policía Nacional, quien en un primer momento dijo que había dejado a bordo de su coche, un SEAT-133, que presuntamente había sido robado. Según la primera versión, el padre de la criatura habría dejado el vehículo estacionado junto al bloque Osuna-3, del Polígono de la cartuja en torno a las nueve de la noche del día de autos. Una hora más tarde, cuando regresó, ya no se encontraban ni el coche ni el pequeño.
A partir de la desaparición de Bernardo, se pone en marcha un dispositivo policial para dar con su paradero después de que su propio padre diese la voz de alarma a sus compañeros. El resultado de la operación tuvo un fatal desenlace y en torno a las once de la noche de aquel trágico día eran hallados tanto el automóvil como el cuerpo sin vida del niño. El coche se hallaba completamente cerrado, mientras que la criatura se encontraba a unos centenares de metros, con una cuerda atada al cuello, lo que indicaba que había sido estrangulada.
Detención del padre
En principio se barajaron diversas hipótesis en torno a lo que le podría haber sucedido al niño asesinado. Entre ellas, que algunos delincuentes le hubiesen robado el vehículo y al encontrarse con el niño dentro decidieron darle muerte, en tanto que otra abundaba en que podría haber sido víctima de algún energúmeno que estuviese enfrentado a su progenitor como consecuencia de su profesión de policía. Sin embargo, había algunas cosas que no cuadraban, entre ellas que el coche estuviese perfectamente cerrado, dado que si había sido robado los ladrones no suelen tomarse esas precauciones. Al mismo tiempo, José María Díaz Justicia, su padre, incurriría en diversas contradicciones, que llevaron a investigar, como sucede la mayoría de las veces en estos casos, al entorno más próximo de la víctima.
La detención de aquel agente de Policía de 38 años causaría gran sensación y conmoción al mismo tiempo en Granada. En su posterior relato de los hechos manifestaría que aquella tarde él y su hijo habían estado visitando a su madre, quien se hallaba ingresada en el Hospital Clínico de Granada, pues se encontraba gravemente enferma de un cáncer que terminaría segándole su existencia a una temprana edad. Posteriormente, se habría iniciado una discusión entre padre e hijo, después de haber dejado a la hermana menor de Bernardo en casa de unos parientes. El muchacho se habría puesto muy pesado con su progenitor y se habría desencadenado una disputa en toda regla y en un momento de ofuscación y arrebato, sin explicárselo muy bien, habría estrangulado al chaval.
Con el crío muerto se habría dirigido en coche desde la calle Linares hasta el parque de Nueva Granada. Posteriormente cargaría con su cuerpo en hombros y lo transportaría a lo largo de unos centenares de metros en el lugar en el que apareció su cadáver. El móvil del espeluznante asesinato se encontraría supuestamente en la tensión que soportaba el policía debido a la grave enfermedad que afectaba a su mujer. Sus depresiones eran muy frecuentes, a lo que habría que añadir su estancia en el País Vasco durante siete años, coincidiendo con los famosos «años de plomo» en los que las fuerzas del orden eran un objetivo prioritario de los terroristas.
Algo más de un año después del crimen, en julio de 1985 se celebró el juicio contra José María Díaz Justicia, quien sería condenado a ocho años de cárcel, a pesar de que el fiscal solicitaba más del doble. Se tuvo en cuenta la situación personal que atravesaba el agente, aplicándosele la eximente incompleta de enajenación mental transitoria. La Audiencia Provincial de Granada sostuvo que se trataba de un homicidio, calificando los hechos de parricidio con alevosía.
Un adolescente asesina a otro
Cuando resonaban los ecos del crimen de Bernardo y se vivía con la tensión de un niño asesinado en Sevilla, la capital nazarí se hubo de enfrentar a un nuevo hecho que la situaría de nuevo en las páginas de sucesos de los principales diarios, en otro acontecimiento que suscitaría la estupefacción de sus ciudadanos, no acostumbrados a que tan bella urbe fuese escenario de casos tan truculentos.
El día 16 de diciembre de 1984, cuando ya se atisbaban las primeras luces navideñas, un adolescente de quince años era literalmente cosido a puñaladas por otro amigo de una edad similar. La víctima era Antonio Peña, de quince años, hijo de una viuda que había perdido a su marido en un trágico accidente de circulación que jamás se había aclarado. A las tres de la tarde de la jornada anteriormente referida, Antonio recibió en su casa a A.M.R.G., a quien había comprado una bicicleta. Este último, su asesino, le fue a reclamar el importe acordado por el vehículo. Tras una agria discusión entre ambos, el segundo sacó con gran frialdad una navaja de grandes dimensiones con la que le asestó más de treinta puñaladas, para huir luego del lugar de autos, no sin antes apoderarse de 27.000 pesetas (unos 171 euros al cambio actual) que guardaba la madre de la víctima en casas.
Alertado el vecindario por los gritos del joven, lo encontraron en estado moribundo. Avisaron de inmediato a la Policía, quien en uno de sus vehículos trasladó a Antonio Peña al hospital Ruiz de Alda de Granada, pero ingresaría cadáver, sin poder hacer otra cosa los médicos que certificar su trágico deceso. La víctima era estudiante de Formación Profesional en un instituto de la capital granadina y el día en que sucedió el funesto acontecimiento había sido visto en compañía de un amigo a bordo de la supuesta bicicleta que sería la causa de su precoz muerte.
A.M.R.G., quien en su huida se cruzó con las vecinas que acudieron a socorrer a Antonio Peña, consciente de la gravedad del suceso que había provocado, llegó a subirse al tren expreso que cubría la ruta entre Granada y Madrid, siendo capturado en torno a la una de la madrugada del 17 de diciembre de 1984 en la estación Linares-Baeza, interviniéndole la Policía el arma con la que había dado muerte al otro muchacho. Este individuo, al ser menor de edad, sería ingresado en un centro de menores donde cumplió la condena que le fue impuesta, que solían ser muy suaves en estos casos.
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