Un individuo secuestra, viola y asesina a una niña en Palma de Mallorca (El asesinato de Paquita Garrido)

Primera página de DIARIO DE MALLORCA dando cuenta de la detención del asesino de la pequeña, Paquita Garrido

Aunque sucedían cosas como en cualquier otro país, la España de mediados de la década de los sesenta del siglo XX no estaba acostumbrada a sucesos tan brutales, a pesar de que no era la primera vez que acontecían. Estos solían situarse en los países anglosajones e incluso los nórdicos, pero no en aquel país que todavía estaba iniciando un lento progreso y en el que primaban por encima de todo la moral y las buenas costumbres, amén de una férrea censura a la que no le gustaba que se diesen noticias tan escabrosas como esta, que atentaba contra cualquier principio básico. No obstante, depravados como este sujeto los hubo en todas las épocas y han pasado a la historia como malvados o truhanes del tres al cuarto que después eran utilizadas sus tristes andanzas para atemorizar a los más pequeños.

En la pista de patinaje de la mallorquina plaza de la Soledad se encontraba jugando un grupo de niños al anochecer del día 7 de noviembre de 1965, cuando todavía era posible que los pequeños jugasen en las plazas y calles sin ningún temor. Al parecer, a los pequeños les desapareció uno de los objetos con los que se estaban divirtiendo por lo que solicitaron a un individuo que se encontraba pululando por la zona una cerilla para poder localizar lo que se había perdido. Ese energúmeno en cuestión, Miguel Reynaldo Porlán, de 24 años, que trabajaba como taxista, no tuvo mayor inconveniente en acceder a la petición de los pequeños, al tiempo que aprovechaba para invitar a dar un paseo a una de las niñas en el coche que conducía. La pequeña, de siete años, era Paquita Garrido Pérez, una,criatura alegre y extrovertida con la que era fácil entablar conversación. Según algunas versiones, sus compañeros de juegos le gritaron que no se marchase con un desconocido, quien había emprendido la marcha a toda velocidad.

La suerte de la pequeña se había sellado nada más subir al vehículo del desconocido, quien tenía otras pretensiones que la de llevar a un simple paseo a Paquita. Aquel sujeto era un peligroso delincuente que ya contaba con distintos antecedentes. Miguel Reynaldo llevaría a la criatura a un descampado y aprovechando la oscuridad de la noche abusaría de la misma. Fue entonces cuando comenzó a gritar y llorar al comprobar en sus propias carnes que aquel energúmeno tenía otras intenciones. Ante el escándalo montado por la niña, decidió taparle la boca con la mano derecha, provocando que se desmayase, lo que asustó al raptor. Este, según sus propias declaraciones, asustado por la reacción creyó que había fallecido por lo que decidió arrojar su cuerpo al mar, cuando aún se encontraba con vida, tal y como se encargaría de demostrar la autopsia.

Aparición del cadáver de la niña

Tras la desaparición de la pequeña y la alarma generada en la isla, se organizaría un dispositivo con el objetivo de dar con su paradero. Desgraciadamente y como se temía, el cuerpo de la niña aparecería al mediodía del día siguiente a la altura de Cala Gamba, a siete kilómetros de la capital insular, siendo hallado por un hombre que se dedicaba a recolectar setas. La noticia, como es lógico, cayó como una bomba en toda la isla generándose una psicosis en la población que daría cuenta de falsos secuestros en días sucesivos.

Aunque la tragedia ya estaba servida, lo que no contaba el asesino era con que los pequeños que se encontraban jugando con la infortunada Paquita Garrido fuesen a ser determinantes en la resolución del caso. Uno de ellos describiría el aspecto del sujeto en cuestión, al tiempo que facilitó la última cifra de la matrícula del vehículo, insistiendo en que el autor del secuestro y asesinato de su amiga había sido llevada a cabo por un taxista. Este hecho contribuiría de manera decisiva a poner en el punto de mira a algún individuo que precisamente no gozaba de buena reputación, a lo que se sumaba la colaboración desinteresada del gremio de los taxistas para poder resolver el trágico suceso que había consternado a las Islas Baleares y al resto de España.

A pesar de los datos facilitados por los críos que jugaban junto a su amiga, tardaría hasta un mes en ser detenido el autor de la muerte de Paquita Garrido. En un principio la atención estuvo puesta en otro individuo que años atrás había dado muerte a su mujer por haberla encontrado con otro hombre. No obstante, resultó ser una falsa alarma. Finalmente se procedería a la detención de Miguel Reynaldo Porlán, alias «El Beatle», mote alusivo a su larga melena y a su afición por la música que producía el célebre grupo británica. La Policía ya lo había detenido en un primer momento, pero lo puso en libertad a las 72 horas por carecer de pruebas concluyentes. Aquel sujeto contaba con 24 años y había nacido en la localidad murciana de Lorca, aunque residía desde su niñez en la capital balear, siendo ya un viejo conocido de las fuerzas de seguridad por su estancia entre los muros de la cárcel durante un periodo de tres meses al haber sido acusado de un delito contra la propiedad

Pena de muerte

En los días finales del mes de marzo de 1966 se celebraría el juicio contra «El Beatle», despertando una gran expectación en las Baleares y el resto de España, al extremo que la fuerzas de orden público hubieron de organizar un dispositivo de seguridad en torno a la Audiencia Provincial de Palma Mallorca con la finalidad de evitar incidentes, dada la indignación que había ocasionado el suceso, siendo muchos los ciudadanos que querían asistir a la vista oral de aquel execrable crimen, uno de los peores en la historia de la islas.

El fiscal encargado del caso tuvo muy claro desde el primer momento que el autor de la muerte de la pequeña Paquita Garrido Pérez debía de ser condenado a la pena capital, amparándose en los supuestos de abusos deshonestos, indefensión de la menor, despoblado y el agravante de nocturnidad y, lógicamente, el de asesinato, que era en lo que se basaba el fiscal para instar al tribunal a que la sanción fuese la más dura que contemplaba entonces el código penal vigente. Además solicitaba para el acusado otros doce años de prisión, y la indemnización con 100.000 pesetas a los padres de su víctima.

El acusado, por su parte, sostuvo que en ningún momento había tenido la intención de dar muerte a la pequeña, sino que los acontecimientos se habían precipitado por distintos motivos que no concretó y se asustó al ver que se desmayaba, pensando que había fallecido. En su descargo adujo que aquel día se encontraba bajo los efectos de bebidas alcohólicas, lo que provocaría las consecuencias posteriores. Se supo también que al día siguiente no había acudido a su puesto de trabajo y se levantó a la una de la mañana. Al parecer, después de deshacerse del cuerpo de la víctima se trasladó hasta el «barrio chino» de Palma de Mallorca en el que estaría acompañado de una mujer de «mala nota», tal y como la describe la prensa de la época.

Además, añadiría que su intención era devolver la niña a su familia, al tiempo que le pretendía dar 500 pesetas para que le comprasen distintas cosas. Por si fuera poco dejaría una frase para la posteridad, tal vez con la intención de llegar a la emoción del tribunal. «Si con mi muerte devuelven la vida a la niña -dijo Miguel Reynaldo- pido a la sociedad que me condene a muerte». El tribunal, al igual que el fiscal también lo tuvo claro, y el acusado fue sentenciado a la pena capital, aunque con el recurso automático al Tribunal Supremo que llevaban estos casos.

Indulto

En primera instancia, el Tribunal Supremo rechazaría el recurso interpuesto por el acusado, ratificando la pena que le había impuesto la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca en abril del año 1966. Le quedaba todavía el último cartucho que se reservaba para quienes eran sentenciados a la máxima pena, que era la probabilidad de la gracia del indulto por parte del Consejo de Ministros, aunque otros energúmenos en circunstancias similares se habían dejado el cuello ante el garrote vil. No fue este el caso de Miguel Reynaldo Porlán, quien en junio del año 1967 se vería favorecido por esta prerrogativa, que era potestad del Jefe del Estado.

Prácticamente en el último minuto, aquel individuo de estrafalarias formas para la época, la década de los sesenta del siglo XX -a quien apodaban «El Beatle»-, evitó dejarse su vida ante la despectiva mirada de cualquiera de los verdugos que se encontraban en activo. En su lugar, le recaería una pena accesoria de treinta años de prisión, además de la indemnización que le había sido impuesta por la Audiencia de Palma a los padres de la pequeña. La pena capital jamás está justificada, pero a sujetos como este el susto de poder ser carne del garrote vil no le vino mal.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.