
Cuando nos acercamos a la cuarta década de la misteriosa desaparición de Juan Pedro Martínez Gómez todas las hipótesis que se han barajado a lo largo de siete lustros no han pasado de ser meras conjeturas y son muchas las incógnitas que se siguen planteando en torno a un caso que sigue manteniendo en vilo tanto a la familia del pequeño desaparecido como al resto del país. El entonces un crío de nueve años sería hoy en día un adulto que contaría ya con 45, a pesar de que en el imaginario colectivo sigue siendo el niño cuyo destino continúa siendo un gran enigma más de treinta y cinco años después de aquel fatal accidente que tuvo como escenario el madrileño puerto de Somosierra.
El relato de los hechos se inicia en la tarde del día de San Juan del año 1986 cuando desde una pedanía murciana, Fuente Álamo, Juan Pedro Martínez Gómez inicia un viaje con sus padres, Andrés Martínez y Carmen Gómez. Los progenitores del muchacho pretendían premiarle por los magníficos resultados académicos que había obtenido. El chaval estaba considerado un buen estudiante, inteligente y magnífico compañero allí donde los hubiera. Hay quien asocia el viaje del niño a la presunta complicidad de su padre con el narcotráfico a pequeña escala, si bien este último extremo jamás ha sido acreditado de forma fehaciente.
En el vehículo que conducía el padre, un camión Volvo de segunda mano -matrícula M-5383-LY con remolque MU-1587-R- que le había costado cinco millones de pesetas de la época y una reparación reciente por aquel entonces cuyo importe ascendía a 700.000 pesetas, viajaban 23.000 litros de ácido sulfúrico con destino a Bilbao. Antes de iniciar la subida al puerto de Guadarrama por la vieja carretera Nacional N-I, que distaba mucho de reunir las condiciones de hoy en día, la familia al completo desayunaría en torno a las siete menos de veinte de la mañana en un mesón de la localidad madrileña de Cabanillas de la Sierra, distante 40 kilómetros del lugar dónde se produciría el fatídico accidente que acabaría desmembrando al completo a toda una familia. El último en ver con vida al pequeño Juan Pedro sería el camarero del establecimiento en el que habían desayunado, llamándole la atención la vestimenta del niño, pues lleva una camiseta y un pantalón del mismo color, rojo, dato este que sería corroborado por los allegados al matrimonio y al niño.
Paradas constantes inexplicables
El vehículo articulado que guiaba Andrés Martínez enfilaría la subida del puerto de Somosierra a una lenta velocidad, tal y como se encargaría de reflejar el tacógrafo, estando completamente justificada, pues viajaba por una carretera convencional de doble sentido y transportaba una pesada carga. En la ascensión a la cumbre el camión realizaría un gran número de paradas, la mayoría de las cuales no superaba los veinte segundos tal y como se encargaría de reflejar en el dispositivo que llevaba incorporado. Nunca se supo a que obedecían aquellas detenciones. Hay quien especula con la posibilidad de que el pequeño fuese raptado en esos intervalos de tiempo, si bien no deja de ser una de las muchas conjeturas con las que se ha teorizado a lo largo de todos estos años.
Si inexplicables resultaban las paradas, más inexplicable resultaría después la excesiva velocidad que toma el vehículo en la bajada del puerto en dirección a Segovia, pues un vehículo articulado llega a superar los 100 kilómetros por hora. Al parecer, en el transcurso del apresurado descenso sobrepasa a dos camiones e incluso llega a rozar a uno, en tanto que en el momento en el que se produce el fatal accidente, que costaría la vida al matrimonio, en torno a las ocho de la mañana del 25 de junio de 1986, el camión conducido por Andrés Martínez colisiona en una curva frontalmente con otro que venía en sentido contrario. El resultado es desolador. Los dos ocupantes del vehículo que transporta mercancías peligrosas resultan muertos, quedando atrapados en el interior de la cabina, tal y como se encargaría de reflejar el atestado de tráfico. En el mismo siniestro, resultan involucrados otros cuatro camiones, tres de cuyos conductores resultaran ilesos, en tanto que el cuarto, el que ha tenido la desgracia de encontrarse de frente al vehículo procedente de Campo Álamo, tendría que ser evacuado de urgencia hacia un centro sanitario, pues su estado es muy grave.
Inmediatamente después del trágico suceso se trasladan los equipos de emergencias y socorro para auxiliar a las posibles víctimas. Se toma como medida precautoria el corte parcial al tráfico desde ese mismo momento hasta la una de la madrugada del día siguiente, ya que se ha producido un importante vertido de ácido sulfúrico y hay que prevenir las posibles consecuencias de la contaminación y evitar así males mayores. Aún así una nube tóxica se extendería a lo largo de 500 metros, llegando incluso al río Duratón, que se encuentra en las inmediaciones del fatídico lugar. Además, varios agentes de la Guardia Civil de tráfico resultarían quemados como consecuencia del dramático suceso. La alarma se generalizará y el accidente aparecerá reflejado en las páginas de los distintos diarios de Madrid al día siguiente.
¿Y el zagal?
Esa fue la pregunta que le hizo María Legaz, la abuela del pequeño, al agente de la Guardia Civil de Tráfico que tuvo que dar cuenta del dramático suceso a los familiares del matrimonio fallecido en el kilómetro 94,350 de la vieja Nacional N-I. El funcionario, perplejo ante la pregunta de la mujer, le respondió que en el camión siniestrado no viajaba ningún muchacho, pero la insistencia de aquella mujer hizo que cambiasen las tornas y lo que parecía tan solo un fatal accidente de tráfico terminaría por desenmarañar que detrás del mismo se escondía ni nada más ni nada menos que la desaparición involuntaria de un niño, que daría lugar a multitud de conjeturas e hipótesis que jamás han tenido una respuesta certera, no haciendo otra cosa dejar correr ríos de tinta en la prensa y programas de radio y televisión en los que se ha abordado un desgraciado suceso que continúa encerrando muchos misterios.
La primera pista, a la que se aferró la familia durante mucho tiempo, fue la presencia de una furgoneta Nissan Vanette blanca en el lugar del accidente, una circunstancia corroborada por testigos presenciales. De la misma descendió una pareja, un hombre y una mujer. Ella aseguraría ser enfermera e incluso se les atribuyó nacionalidad alemana. El gran error de los testimonios estribó en que nadie tomó nota del número de matrícula de este último vehículo. La propia Guardia Civil llegaría a investigar un total de 3.000 automóviles del mismo modelo al avistado en Somosierra, pero sin ofrecer ninguna pista fiable que pudiese esclarecer el acontecimiento.
Otro hecho que tomó cierta fuerza fue la hipótesis de que Juan Pedro hubiese sido disuelto por el ácido que transportaba el camión que conducía su padre. Sin embargo, esta teoría sería desechada casi de inmediato, pues se efectuarían las oportunas pruebas en las que se demostraba la inconsistencia de esta tesis. Al corroborar científicamente esta circunstancia no hacía más que ahondar en el misterio del destino que había tomado quien en el futuro sería tristemente conocido como «El niño de Somosierra».
A partir de ese instante se generarían un sinfín de teorías acerca del rumbo que podría haber tomado el muchacho, así como las causas que habían provocado la desaparición de Juan Pedro Martínez Gómez. Entre ellas, se habría barajado la posibilidad de que Andrés Martínez, el padre del niño desaparecido, hubiese estado vinculado a una red de narcotráfico a pequeña escala que tal vez hubiese tomado como rehén a su hijo, siendo esta una de las explicaciones que se han ofrecido en relación a las muchas detenciones que hizo el camión en su ascenso a Somosierra. De hecho, se encontraron algunos trapos que los que se encontró una sustancia que, en un principio, habría dado positivo en heroína. Sin embargo, analizada posteriormente por el Instituto Nacional de Toxicología, en lo que se consideró una investigación mucho más fiable, se descartó que la misma fuese la droga mencionada.
Han transcurrido ya más de treinta y cinco años desde aquel trágico accidente de tráfico que puso en jaque a las autoridades en la sierra de Madrid, tanto por las consecuencias medioambientales que se pudieron ocasionar como por la irreparable pérdida de dos vidas humanas, a lo que se añadiría posteriormente la desaparición de un pequeño que a estas alturas contaría ya con más de cuarenta años. A pesar de que su familia se prestó para hacer las pertinentes pruebas de ADN en relación con unos restos humanos hallados en Guadalajara, las coincidencias iniciales no fueron un indicio suficiente a tener en cuenta para confirmar que se encontraban ante la posible resolución de un dramático caso por parte de los investigadores. Hay quien cree que quizás el cuerpo de Juan Pedro Martínez Gómez, «el niño de Somosierra» tal vez descanse el sueño de los justos en cualquier paraje de la vieja Iberia. Lo cierto del caso, es que jamás hemos vuelto a tener noticias suyas, mal que nos pese.
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