Historia de la Crónica Negra

Descuartiza a su compañero sentimental en Valencia (El crimen del cine Oriente)

María López Ducos, la descuartizadora de Ruzafa

La España de 1950 era un país que sufría todavía los duros rigores de la Posguerra, en la que sobrevivir representaba un veradero reto para gran parte de sus ciudadanos. Se malvivía de lo que podía y a pesar de la severidad del sistema pasaban cosas. Vaya si pasaban, aunque nadie osase decir lo contrario. En el barrio valenciano de Ruzafa se realizó un macabro hallazgo en los primeros días del caluroso mes de julio de aquel año, pues sería encontrado un cesto de paja que contenía unas extremidades humanas, que ya se hallaban en un avanzado estado de descomposición. Se suponía que quien allí lo había dejado no tuvo en cuenta la cantidad de personas que por allí transitaban, pues se encontraba en las inmedaciones de la vía del tren. El hecho inmediatamente se divulga por toda la capital del Turia y la Comisaría de Policía del populoso barrio levantino se pone a trabajar en aquel desmadejado asunto que causa un extraordinario pavor y estupor.

Tres días después del primer hallazgo, se realiza un segundo en un solar ubicado entre las calles Denia y Sueca. Allí aparece una caja de grandes dimensiones que contiene dos sacos atados con dos cuerdas en los cuales van depositados la mitad de un tronco humano en cada uno de ellos, seccionado por la cintura. Quien encontró la caja fue el vigilante nocturno del barrio, quien inmediatamente puso los hechos en conocimiento de la Policía. Su terror y pavor fueron extremos, aunque los agentes encargados del caso comienzan a atar cabos. A todo ello se añadía la circunstancia de que el vigilante nocturno habría contado a las autoridades que el hallazgo de la misteriosa caja se produjo inmediatamente después de haber mantenido una conversación con la esposa del conserje del cine «Oriente», María López Ducos, de quien se separó tras una llamada vecinal y al volver encontró el tétrico paquete

Es entonces cuando la Policía comienza a estrechar el cerco entre las calles Denia y Sueca, pues están convencidos que el crimen se ha producido por sus inmediaciones. Una de las primeras personas que levanta sus sospechas es la mujer que convive con el conserje del cine, María López Ducos, una mujer de 34 años de edad. A ella le solicitan la posibilidad de hablar con su marido, pero ella les dice que ha tenido que trasladarse a Barcelona, puesto que en el día anterior ha recibido un telegrama urgente para que se presente en la ciudad condal. Sin embargo, el vigilante nocturno está convencido de que lo aducido por la mujer es una vulgar falacia y no se cree lo del telegrama ni la supuesta urgencia con que ha sido requerido Salvador Rovira, de 45 años, quien está separado de su esposa, con la que tiene un hijo y le pasa una pensión de apenas treinta pesetas mensuales.

Olor náuseabundo en el cine Oriente.

En una de las sesiones del cine Oriente los espectadores se quejan al dueño del local de la pestilencia del local, a lo que este responde que obedece a las ratas muertas que han aparecido aquellos días como consecuencia de la desrartización que ha llevado a cabo. Sin embargo, el náuseabundo y desagradable olor persiste en días subsiguientes. La Policía ya está enterada de lo que ocurre en el lugar de proyecciones e inicia un primer interrogatorio a María López Ducos, quien con una magistral sangre fría supera sin ningún incoveniente, por lo que es puesta en libertad, aunque con el cerco ya muy estrechado por los agentes que ya la han colocado en su punto de mira.

En días sucesivos, con el ánimo de hacer desaparecer el mal olor que se respira en el cinematógrafo, María, que comparte un apartamento que les ha cedido el propietario del cine Oriente con Salvador Rovira, quemará algunas hierbas aromáticas, entre ellas espliego. No sabe que la Policía le está siguiendo muy de cerca sus pasos y la circunstancia de pretender aromatizar el local no hace más que aumentar las sospechas de los investigadores, quienes descubrirán también que en realidad no es la esposa del conserje, sino su amante y que ambos habían tenido previamente otras familias con descendencia.

A raíz del intento de la mujer de desviar la atención de los agentes, no hace más que incrementar la desconfianza hacia ella, a pesar de que ha salido airosa en un primer interrogatorio. Días después, con la fetidez todavía en sus pituitarias, se procede a un segundo registro del domicilio en el que reside María López Ducos, bastante más exhaustivo que el primero y sus resultados terminarán por confirmar lo que venían sospechando. En la casa se encuentran unos papeles similares a los que han aparecido envueltos los restos humanos en días precedentes en un solar contiguo al inmueble en el que se encuentra el cinematógrafro y los aledaños de las vías férreas.

No obstante, la sorpresa de los investigadores será mayúscula al encontrar la cabeza del hombre en una caja. Pero no será la única prueba de la evidencia que incrimina a la mujer, ya que además se encuentra también una barra de hierro con manchas de sangre y algunos pelos que todo indica pertenecen al conserje del cine Oriente. Es entonces cuando María se derrumba y confiesa a la Policía la autoría del crimen. Según su versión, el día 27 de junio de 1950 se produjo una discusión entre ambos, a consecuencia de la cual Salvador Rovira se cayó de espaldas y falleció prácticamente en el acto. Nunca se pudo comprobar si lo que decía la mujer era o no cierto, pues demostró siempre una gran frialdad y perseverancia en su postura, incluso durante el juicio que se celebraría un año más tarde.

Lo que sí se sabe, es que no era una pareja modélica ni mucho menos ejemplar, ni tampoco bien avenida. Al parecer, Salvador era bebedor y mujeriego y había protagonizado diversos altercados que constaban en los registros policiales. Se sabía que entre ambos las disputas y las peleas eran constantes, así como los gritos y los enfrentamientos, tal y como se encargarían de constatar los vecinos.

Seis años de cárcel

En el verano del año 1951 se celebró el juicido contra María López Ducos, cuya conducta es calificada de regular por el Tribunal, a la que acusa también de adulterio, en una época en la que esta práctica estaba tipificada como delito en el Código Penal. El hecho de no haber testigos presenciales del suceso, le salvan de una pena más dura y es condenada únicamente a seis años y un día de cárcel por el delito de homicidio, así como a una indemnización de 100.000 pesetas para los herederos de Salvador Rovira Pérez.

La pena de prisión se verá sensiblemete incrementada en cinco meses más, pues el tribunal consideró que la homicida había cometido el delito de inhumación ilegal. No obstante, muy pronto volverá a estar en la calle, ya que los antiguos beneficios penitenciarios, entre ellos su buena conducta, hace que cumpla poco más de tres años de prisión de los seis a los que había sido condenada.

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