Ejecutado en el garrote vil por violar y asesinar a una joven en Palencia
Fue uno de los crímenes que refleja a las claras la denominada España negra o profunda, en el que se entremezclan el dolor de una familia por la pérdida de una hija de manera injusta de una parte, en tanto que por la otra nos encontramos ante un pobre hombre, del que se había burlado vilmente la vida, que tan solo espera el azar de lo que le depare el destino, sin tener ya esperanzas ni ilusiones y, a quien parece que todo le da igual, salvo cuando llega el momento de rendir su vida ante el siempre macabro y tétrico garrote vil, aquel inhumano artefacto que segaba vidas de personas al igual que de animales se tratase.
Los hechos acontecen en la tarde noche, en torno a las nueve y media de la noche del sábado, 17 de mayo de 1958 cuando un individuo de mala vida y no menos mala conducta, Santiago Viñuelas Mañero, aunque tal vez forzado por las tristes circunstancias en que se ha desarrollado su existencia, detiene la bicicleta sobre la que viajaba en el paraje de La Burguiba, a la altura del kilómetro 107 de la que carretera que une la capital de la provincia palentina con Aguilar de Campoo, al percatarse de la presencia de una joven de 17 años, Laudelina Medrano Merino, quien trabajaba en una fábrica de galletas y había cobrado el jornal, cuyo importe ascendía a algo más de 182 pesetas de la época. Viñuelas descendería de la bicicleta, y una vez hubo entablado una conversación con su víctima la derriba, tirándola al suelo, en tanto ella le advierte que denunciará los hechos ante el Cuartel de la Guardia Civil.
La advertencia de la joven se convierte quizás en su sentencia de muerte. Su agresor, no solo la violará, sino que también le propinará dos cortes profundos en el cuello con una navaja, que le provocan la muerte prácticamente en el acto. Viñuelas Mañero arroja el cuerpo sin vida de la joven a la cuneta y lo tapa con el abrigo que ella portaba a fin de que no sea descubierto de forma inmediata. Su cadáver será hallado a la mañana del día siguiente, domingo. El autor del crimen se apoderaría de las escasas pertenencias que tenía la joven, entre ellas una cadena y crucifijo, así como de un delantal que le servirá de toalla. Posteriormente, se dirige hasta Aguilar de Campoo, donde alterna en dos establecimientos y su aspecto desaliñado en el que se le observan manchas de barro y sangre llaman la atención del resto de los clientes y quizás también le delate en las pesquisas que realizará la Guardia Civil en días posteriores.
Huida
Quizás sintiéndose perdido y porque ha dejado demasiadas pistas, aquel pobre energúmeno, que había quedado huérfano de padre a la temprana edad de siete años y que apenas había ido a la escuela, emprende una huida sin destino preciso. Tomaría un tren que le llevaría hasta Alar del Rey. Desde allí se dirigiría a Palencia. Su objetivo era alcanzar la frontera francesa y pasar al vecino país. De hecho, era un hombre consumado en estas lides, pues había prestado sus servicios en la División Azul en la campaña de Rusia. Sin embargo, su peripecia termina en la localidad navarra de Tudela, dónde es detenido por la Guardia Civil el día 26 de mayo de 1958, nueve días después de haber cometido un horrible crimen que copa las portadas de los principales diarios del país y que consterna muy especialmente a Palencia, que asiste horrorizada a una tragedia que se ceba sobre una humilde familia de trabajadores.
Los antecedentes que pesan sobre la triste biografía de Viñuelas Mañero no le ayudaran especialmente en el momento en que sean juzgado los hechos, a pesar de que otros energúmenos de su misma calaña y condición han conseguido librarse de la peor de las sentencias. En primera instancia, merced al razonado informe del Ministerio fiscal, aquel pobre hombre consigue librarse de la pena capital, siendo condenado a un total de 40 años de cárcel, acusado de los delitos de homicidio y violación, al tiempo que debía de indemnizar con 100.000 pesetas a los herederos de Laudelina Medrano Merino. Consideraba la fiscalía que el criminal no había tenido el objetivo claro de dar muerte a su víctima, además de recordar su desgraciado pasado y carecer de un control psiquiátrico. A su favor señalaba también que aquel hombre había servido de forma voluntaria al Ejército Nacional, participando en diferentes frentes de batalla y se había presentado voluntario en la División Azul, en la campaña de Rusia contra el comunismo.
No obstante, la familia de la víctima no se muestra conforme con la sentencia, al entender que es muy benévola con el acusado y busca resarcir la muerte de la joven de tan solo 17 años, por lo que recurren en casación ante el Tribunal Supremo, quien en la vista celebrada el 19 de junio de 1959 rectificará el dictamen de la Audiencia Provincial palentina y condenará a muerte a Santiago Viñuelas Mañero. Al parecer, al alto tribunal no se enviaron los informes realizados por el fiscal encargado del caso en primera instancia y desde el mismo se sostiene que el acusado, además de encontrarse en perfectas condiciones psíquicas es un individuo «socialmente peligroso», que ya había sido condenado por hurto por las audiencias de Zaragoza y Badajoz, además de estar reclamado por un juzgado de Mérida. La misma sentencia califica el crimen como asesinato y no como simple homicidio, lo que resulta clave para condenar a un pobre hombre que ni siquiera había conseguido trabajar como peón en las obras de un pantano en la zona en la que terminaría cometiendo el horroroso crimen.
Ejecución de Santiago Viñuelas Mañero
Al igual que como si el destino quisiera recordarle lo que se le aventuraba, aquel 19 de noviembre de 1959, fecha señalada para la ejecución de Santiago Viñuelas Mañero un fuerte temporal, con grandes rachas de viento, sacudía la capital de Palencia, mientras el viejo divisionario aguardaba la ejecución de la sentencia en compañía del religioso Germán García Ferreras, conocido como el «Padre Balbino», quien trata de reconfortar al reo, aquel pobre hombre que había visto como su vida se consumía en la más absoluta de la miserias y no le había dado la mínima oportunidad para reconducir una existencia marcada por una orfandad temprana y el abandono a su propia suerte. En las horas previas a su ejecución, tanto el sacerdote que acompaña al reo como este último consumen grandes cantidades de café y varias cajetillas de cigarrillos de distintas marcas para matar el cruel paso de las últimas horas de quien está a punto de despedirse de esta vida.
Cuando se acercan sus últimos momentos, Viñuelas Mañero solicita del religioso que deje constancia escrita de su arrepentimiento por el crimen «no es solo de palabra sino también de corazón», lo que enternece de sobremanera al «Padre Balbino», aquel hombre bueno que quedará profundamente impresionado por aquellos instantes en los que una inmensa tristeza invade todos los rincones de la Prisión Provincial de Palencia en los que está a punto de realizarse la última ejecución de su historia. De hecho, el sacerdote acabará convirtiéndose en un gran activista contra la pena capital.
Después de asistir a una última función religiosa, en la que ya se reza por el alma de una futura víctima, Santiago Viñuelas Mañero es conducido a uno de los patios de la prisión en la que se ha instalado el patíbulo y se coloca el tétrico armatroste que le pondrá fin a una existencia, que ha estado marcada por los contratiempos de los bajos fondos, la pobreza y la delincuencia en la que se ha movido a lo largo de sus 41 años de vida, que se había iniciado en la localidad extremeña de Bienvenida de los Barros.
Pero al igual que de si una tragicomedia se tratase, los detalles curiosos se suceden hasta el último instante. Tal es así, que el reo conocía personalmente al verdugo que le iba a dar muerte, el también extremeño, Antonio López Sierra «El Corujo». Es de suponer que sus trayectorias se hubiesen cruzado en algún momento de sus vidas. De hecho, Viñuelas estrechará la mano del sayón y muy poco tiempo después cruza el Rubicón definitivo de su existencia, al que tarde o temprano terminarán sucumbiendo todos los hombres.
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