Dos policías locales asesinadas a sangre fría en Córdoba por una peligrosa banda de delincuentes
El Ayuntamiento de Córdoba fue el primero en incorporar a las mujeres a su plantilla de la Policía Local. Lo hacía ya en el lejano año de 1970, con un extraordinario resultado, pues a su capacidad de trabajo y rigor se unía también una extraordinaria valentía que, desgraciadamente, terminaría tiñendo de luto a la preciosa Ciudad de las Tres Culturas el 18 de diciembre de 1996. En esa fecha una peligrosa banda compuesta por tres peligrosos delincuentes, tres de nacionalidad italiana y otro italo-argentina, se dispusieron a dar un golpe, que fue de todo menos afortunado, en la oficina principal que el Banco Santander poseía en la urbe andaluza. En un principio, todo parecía salir como estaba previsto, pues habían secuestrado a los trabajadores y los clientes que estaban en el banco, llevándose consigo como rehén al guardia de seguridad Manuel Castaño, quien se convertiría en una dramática víctima colateral de aquellos desalmados, a cuyo líder Claudio Lavazza, de 42 años, le atribuían algunos asesinatos en su país de origen.
Las cosas comenzaron a torcerse en el mismo momento en que aquellos peligrosos maleantes pusieron sus pies en el local. El coche en el que habían llegado a la sucursal bancaria, un Fiat-Uno robado el día anterior, se lo llevaría la grúa municipal por ocupar un lugar destinado a carga y descarga. Sin embargo, el jefe del grupo, que no quería perderse el suculento botín cuyo montante ascendía a 71 millones de pesetas, improvisó sobre la marcha y detuvo a un Peugeot-405 a punta de pistola en el que viajaba un ex-concejal socialista que llevaba a su hijo al colegio. A bordo del nuevo vehículo, eligieron una de las peores rutas para salir de Córdoba, pues al llegar a la altura de la glorieta existente entre la Avenida de América y los Llanos del Pretorio se encontraron con un colosal atasco que les impedía circular a la velocidad que exigían las circunstancias, pues las fuerzas de seguridad ya estaban alertadas de lo ocurrido.
Entre sus perseguidores se encontraba una dotación de la policía local formada por dos jóvenes pero experimentadas agentes del cuerpo. Eran María Soledad Muñoz Navarro, de 36 años y su compañera, María Ángeles García García, quienes cumpliendo honrosa y escrupulosamente con su deber, intentaban dar captura a tres de los cuatro delincuentes, pues uno de ellos, Michelle Pontonillo, de 26 años, había sido detenido en las inmediaciones del banco. Lo que quizás desconocieran aquellas dos policías era que se estaban enfrentando a una peligrosa banda que se autodefinían como «anarquistas, anticapitalistas y expropiadores de bancos», aunque solamente se trataban de un grupo criminal dedicado a uno de los más innobles oficios humanos.
A sangre fría
Aunque se les suponía una cierta profesionalidad, pues no era el primer asalto que perpetraban e iban provistos de chalecos antibalas, su peligrosidad era también extrema, mostrando en todo momento una frialdad aterradora. El cabecilla, al sentirse cercado por la policía, abandonó momentáneamente el vehículo que antes había sustraído y se dirigió con un subfusil en la mano al coche patrulla, un Citroën AX matrícula de Córdoba, en el que viajaban las dos policías. Claudio Lavazza, sin pensárselo dos veces, apuntó con su arma a las agentes disparando a bocajarro sobre ambas, quienes quedaron tendidas en los asientos del automóvil que ocupaban mortalmente heridas, sin que se pudiese hacer nada por salvar sus vidas.
Una vez que regresó al coche con sus compañeros pretendió seguir la ruta como si nada hubiese sucedido, al tiempo que informaba al resto de componentes de la banda de la ejecución que acababa de practicar. Una vez más, se toparon con nuevos inconvenientes al dirigirse por la calle de los Omeyas. Allí les aguardaba una dotación de la Policía Nacional que había cruzado una furgoneta en mitad de la calzada para interceptar el vehículo en el que viajaba el asesino y sus compinches. Los agentes abrieron fuego contra el Peugeot-405, pero los delincuentes estaban provistos de chalecos antibalas y el gran perjudicado sería el guardia de seguridad de la entidad bancaria, quien recibiría tres impactos de bala que le provocarían una paraplejía para el resto de su vida. Dos de los asaltantes del banco, Giovanni Barcia, y Giorgio Eduardo Rodríguez, ambos de 40 años, serían detenidos, en tanto que Claudio Lavazza sería apresado al día siguiente.
El suceso, como es lógico, sobrecogería especialmente a la ciudad de Córdoba, no acostumbrada a estas desagradables escenas y que ahora se colocaba otra vez en primer lugar de la actualidad por ser también el lugar en el que caían mortalmente dos mujeres que prestaban su servicio en la Policía Local. Una de las fallecidas era viuda y dejaba dos niños huérfanos, de trece y once años respectivamente. Las desgracias nunca vienen solas. La tragedia llevaba aparejada consigo la desarticulación de la peligrosa banda, cuyo líder sería condenado por un juzgado de lo Penal de Elche en el año 2001 a otros cinco años de prisión por tenencia ilícita de armas.
148 años de cárcel
En mayo de 1998 se celebraría el juicio contra tres de los cuatro delincuentes, acusados de asesinato, retención ilegal y robo con violencia. Los tres que participaron en el tiroteo con las fuerzas de orden público, Claudio Lavazza, Giovanni Barcía y Giorgio Eduardo Rodríguez, serían condenados cada uno de ellos a 48 años de cárcel. Al cabecilla le caerían algunos años más por cuestiones accesorias. De la misma forma, deberían indemnizar con 60 millones de pesetas (360.000 euros al cambio actual) a los herederos de sus víctimas, así como al guardia jurado que sufriría una inmovilidad prácticamente absoluta.
No obstante, las peripecias de estos energúmenos no terminarían con la reclusión en un penal, pues uno de ellos Giorgio Eduardo Rodríguez se fugaría en el año 2009, aprovechando un permiso penitenciario. Pasaría seis años en libertad clandestina hasta que fue capturado de nuevo en 2015 en un pueblo de la provincia de Tarragona, siendo reintegrado de nuevo a un establecimiento penitenciario.
En su estancia en la cárcel, Lavazza escribiría sus memorias bajo el título de «Memorias de un irreductible». En ellas intentaría justificar la atrocidad perpetrada en Córdoba en el año 1996, aduciendo para ello que una de las policías locales asesinadas empuñó su arma reglamentaria y le apuntó, aspecto este que nunca ha quedado acreditado, siendo negado por la persona a quién tomaron como rehén. Solo trataba de justificarse, aunque jamás lo conseguirá.
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